Por María Eugenia Acero Colomine • @mariacolomine / Fotografías Michael Mata • @realmonto
Bolívar Pérez es una chama que no para. La ves con el clan de los pícnics urbanos haciendo performances callejeros en bici, y luego está recitando poemas con música y actuación. Además, es influencer, fotógrafa, instructora de yoga, costurera amateur y viajera incansable (se ha lanzado incluso aventuras de canotaje y todo). Cuando no está haciendo cosas chéveres, presta apoyo como psicóloga con enfoque de género con la ONG Tinta Violeta. Bolívar es una joven que se ha apropiado de esa frase que reza “como vive alguien está su verdadera sabiduría”. Conozcamos parte de los matices de Bolívar Pérez.
—¿Cómo se define Bolívar Pérez?
—Me gusta pensarme como un ser que a menudo intenta contactar con su naturaleza que, cuanto menos, aspira ser un buen animal, conectar sus partes. Soy una persona a quien le gusta manifestar sus sueños. Creo que cuando algo convoca mi atención, soy consecuente. Busco poder materializar ese sueño. No sé si hay algo de persistencia en mí. Me gusta conmoverme. Me gusta aproximarme a los lugares donde encuentro transparencia, desnudez, verdad. Creo que eso transversaliza mi vida en todas sus aristas.
Las personas, el encuentro con los otros en el espacio terapéutico tiene que ver con eso. Para mí es un regalo poder contemplar al otro. Yo lo agradezco mucho. Lo mismo pasa con las artes: brindan la oportunidad de contemplar los espacios internos del hombre. La percepción, la transformación, la capacidad de traducir impulsos, imágenes, deseos, ideas, a través de distintos mecanismos.
—¿Cuánto puede consumir el alma?
—En varios poemas hago un poco estas preguntas abiertas. Tienen que ver con la capacidad humana. Creo que haciendo un poco la comparación con las formas de almacenamiento: una casa, una gaveta, un computador, una memoria. Pero en el hombre el ser humano cuenta con una capacidad de almacenamiento. No todo se usa. Está la memoria que permite la supervivencia, la consecución de los actos en la vida cotidiana. Pero también hay otra información que no es posible almacenar. Me seduce mucho y me convoca cuestionar cómo se fraccionan las medidas, las proporciones en lo emocional. La percepción de un humano es única. La interpretación es única. Nunca dos eventos generan exactamente el mismo recuerdo. Me parece mágico acercarme a la particularidad de cada hombre.
—¿Cómo haces para hacer tantas cosas?
— (Risas). ¡Yo también me lo pregunto y a veces me regaño! Hago esfuerzos muy grandes para planificar el tiempo (no siempre con éxito). Yo valoro mucho mi tiempo libre: es importante para mí la salud mental, emocional, espiritual, física. Me dedico mucho al autocuidado, llámese: alimentación, cocina, ejercicio, dibujar, recrear, crecer. Son cosas que no son opcionales en mi vida. Son muy importantes. A mis amigos siempre les digo que tengo una doble vida: mis colegas psicólogos no saben que yo hago arte, y mis amigos artistas con frecuencia me preguntan, “¿tú te graduaste de letras? ¿Eres artista plástica?”. Nutrirme de tantas áreas también es autocuidado.
—Cuéntanos tu experiencia con “4 Grados al Fuego”.
—Mis hermanos del fuego. Ya llevamos cuatro años juntos. Somos unas cinco personas, y tenemos un trabajo de investigación y de exploración continua. Todas las semanas nos reunimos. Entre nosotros vamos desarrollando esta investigación para poner a dialogar la palabra con la música. Ha sido enriquecedor en todos los niveles. Cada uno tiene propuestas distintas y exploraciones particulares. Además se ha venido construyendo una amistad muy bonita.
—Como psicóloga, ¿Qué has visto que hace sufrir más a la mujer?
—No validar su intuición. Allí estoy yo, y allí estamos todas. La influencia de la hegemonía machista patriarcal nos atraviesa a todos y todas. Desde el año pasado trabajo con violencia basada en género. Es una experiencia que me ha encendido una llama. He escuchado pacientes que me dicen: “Yo sí sentía que estaba mal”, “yo tenía miedo y no lo sabía”, “yo tenía un hueco en el estómago”, “yo me la pasaba con un nudo en la garganta, y no sabía por qué”.
—¿Cómo mezclas el yoga con la psicología?
—Yo soy súper fan de los ejercicios de respiración: es una excelente práctica para el abordaje de la meditación. Es algo que tengo bastante presente en la práctica. De igual manera las formas de meditación activa dentro del abordaje terapéutico. Celebrar la vida en la cotidianidad tiene que ver con focalizar la atención en lo que estás haciendo, sin un deseo ni una expectativa. Por ejemplo: celebro la vida picando aliños, concentrando mi atención y mi energía psíquica en esa actividad. Esa es una forma de meditación activa. Es una forma de centrar mi mente en lo que está ocurriendo en el presente. Es una forma de guiar la mente a lo que tiene un asiento sólido en la realidad; más allá de los miedos, los pensamientos automáticos o saboteadores.
—Cuéntanos de tu experiencia como ciclista urbana.
—Soy maracayera, y tengo diez años en Caracas. Desde que llegué agarré la bicicleta, y tuve la dicha de conocer la ciudad a través de la bicicleta. Ha sido otra experiencia, abordar la proximidad. La bicicleta también me regaló muchos amigos y la oportunidad de entenderme con la gente. Aquí en Caracas hay distintos movimientos de apropiación del espacio público que buscan habitar el espacio, la noche, con el objetivo de hacer la calle transitable, segura, con el mensaje de que el espacio público es para disfrutarlo y nutrirse. Para lograr esto, hay que habitarlo. La bicicleta es indiscutiblemente una herramienta para visibilizar el espacio público como la movilidad. Dentro de la movida del ciclismo hay distintas corrientes y líneas que exploran diferentes perspectivas, como por ejemplo a las personas con diversidad funcional.
—¿Qué persigues con el arte?
—Con el arte me persigo, me busco. Busco darle sentido a mi existencia y mi naturaleza. Es una constante búsqueda. No hay lugar de llegada posible. Es un continuo proceso de elaboración. También es libertad. Puede ser también un lugar de destrucción: el arte es un lugar de creación y de destrucción. Destrucción de patrones, esquemas, mandatos. El arte permite jugar y crear nuevos códigos y encuentros con la naturaleza.
—¿Qué necesita una mujer para empoderarse?
—Conocerse desvergonzadamente para apoderarse y cuestionar los mandatos que ha recibido durante su vida. Se dice fácil, pero implica un proceso de exploración arduo y profundo.
—¿Qué mensaje le darías a la comunidad de Épale CCS?
—Trátense con cariño.