11/05/2023. 1. Para el filósofo George Berkeley el sabor de una fruta no estaba en la fruta misma, tampoco estaba en la boca de quien tuviese el placer de degustarla, sino en el encuentro de ambas. Fruta y boca. O, si se quiere, fruta y papila gustativa. En pleno siglo XVIII, este irlandés llegó a esa conclusión mientras armaba, con algo de arrogancia, obviamente, -dicen que las grandes aventuras requieren de desfachatez, caradurismo y un empinado romanticismo-, su Tratado sobre los principios del conocimiento humano.
2. Su esfuerzo intelectual, inédito y singular, merecedor de reconocimiento por su ambición, en medio de tantas precariedades de la época, ya quedaba para aquel entonces muy corto con relación a los conocimientos alcanzados en otras partes. El budismo, por ejemplo, amplió mucho antes esa mirada y apreció que no sólo el sabor, sino todas las cosas tienen esa naturaleza de encuentro. Desde esa perspectiva, la manzana, antes que a la boca, está conectada a la tierra, a la semilla, al brote, al árbol, al sol, a la lluvia, al viento, y al final a una cosecha. A la vida. Todo relacionado con Todo.
3. Quizás si sintiésemos, si viviésemos, si comprendiésemos, desde esa perspectiva, nuestros pasos y los de los otros, estaría nuestro mirar revestido de un necesario tinte de sensibilidad para así hacernos más humanos y menos dioses. No son precisamente ellos los que, cuando duermes, te ajustan la manta para que no pases frío.
POR RUBÉN WISOTZKI
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