Maracaibero, venezolano y universal, el veterano comunicador, historiador, docente y fotógrafo reconoce que por donde se meta anda promoviendo nuestros valores de identidad
Por Marlon Zambrano • @marlonzambrano / Fotografía Alexis Deniz • @denizfotografia
¿Quién es este Carmelo Raydán (Maracaibo, 1952) que se deja pautar para irnos a hacer algunas gráficas de su estampa en el mercado de Quinta Crespo? ¿Quién es este señor pequeño, huraño, barbudo, de rostro aguileño, que arrastra los pasos pero lleva una agilidad asombrosa mientras va trasegando las vetas de una ciudad que le gusta pero que se le hace distante desde su entrañable Maracaibo? ¿Quién es este maracucho? Le pregunto y me corrige de inmediato: “maracaibero”.
Caminamos casi al trote, temiendo el sorpresivo estallido de la lluvia sobre la ciudad, y apenas tengo tiempo de reseñarle mi pequeña autobiografía superpuesta como una pátina de ADN sobre los portales del Centro: por aquí se apiña el universo prostibulario pobre que detona en la esquina de Curamichate; estas son las fachadas más bellas y corroídas de Caracas mientras bajamos por La Concordia; aquí reinan las perfumerías religiosas más recurridas y observa de reojo a un malandro Ismael de tamaño natural, revólver al cinto. Llegamos a Quinta Crespo, a la maraña de sus pasillos de verduras y hortalizas. “Nada prefabricado, vamos a buscar las frutas, las flores, la artesanía” nos orienta al fotógrafo y a mí para que comprendamos aún mejor su espíritu irredento, su vocación de asceta, su deseo de las formas desprovistas de artificios y del elemento humano, de ser posible. Nos asombra.
“Si vos querés conocer mejor mi trabajo revisa los prólogos de mi libro Tiempo mítico”, me recomienda, y al rato ojeo y le pregunto a esos dos señores que sin conocerse y en tiempos y geografías distintas, dijeron lo que yo quiero saber de este hombre enigmático que puede que parezca hermético pero que se revela calladamente en su obra de autor.
“Lo que conseguiremos con este esfuerzo es comprobar que los objetos de sus fotografías pueden hablarnos, pueden decirnos cosas. Pero tenemos que escuchar atentamente, guardar silencio, prestar atención. Así podremos comprobar, que la naturaleza reflejada en sus paisajes nos habla de su hermosura, de su fragilidad, de su servicio al hombre como originaria de un sinnúmero de frutos que es capaz de producir para nuestro alimento y deleite” refiere Manuel Rodríguez Redondo desde Madrid, en el primer prólogo del texto. Guardar silencio. Prestar atención.
“Tiempo Mítico de Raydán inaugura la mirada hacia el borde de la carretera, hacia el portal abandonado, el capitel olvidado y derruido, la duna que en silencio crece sinuosa, la ramazón del cují alcanzada por el viento, la grandeza o soledad del Bolívar de bronce en mitad de la plaza, la belleza del frailejón y lo íngrimo de la tundra paramera. Faenas de la luz en el mar, en el lago, en el campo, hacen morada en esta fotografía del paisaje hurtado. Mirada hacia lo fugaz a sabiendas de su permanencia, insistencia hacia lo inadvertido donde murmura cálidamente cuanto trasciende” nos explica Alexis Fernández desde Maracaibo, autor del segundo prólogo del libro que este año obtuvo un reconocimiento especial del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, el cual no pudo recoger él sino su hija y colega, Rosa Raydán. Mirada hacia lo fugaz.
“Mi fotografía pretende enamorar, en consecuencia pretende ser bella. Por eso fotografío lo bello y lo embellecible. No hago fotos de denuncias. Habrá quien me diga ‘ese no es el país’, efectivamente, esa es una visión idealizada de la venezolanidad, y en consecuencia es un tiempo mítico”. La búsqueda de toda su obra.
Vamos entendiendo al hombre detrás del artista. Fotógrafo y docente empírico, licenciado en Comunicación Social y magíster en Historia de Venezuela, quien por estos días se dedicó a impartir cátedra en la Escuela de Comunicación Popular Yanira Albornoz sobre Historia de la fotografía, pero en un área que lo aclara todo aún más: la fotografía de los oprimidos, los silenciados, los del discurso periférico que no entran dentro del gran relato por ser excluidos, casi parias frente a los poderes hegemónicos que lo descuartizan todo, principalmente la historia.
— ¿Es compatible todo lo que hace?
— Todo es compatible porque es comunicación social. Qué es la fotografía (comunicación social), qué es la docencia (comunicación con los estudiantes), qué es la historia (comunicación con el público), entonces se solapan y yo las mezclo permanentemente. En el siglo pasado yo era más periodista que otra cosa. Ahora soy más historiador y fotógrafo que periodista; es una evolución continua sin dejar de hacer ninguno de los cuatro oficios.
— Leí que usted no ve problemas entre la fotografía analógica y la digital.
— ¡Me tocó! Porque yo me formé en el mundo analógico y lo ejercí treinta años hasta que en 2005 di el paso. No digamos que no tengo problemas, es que yo hice lo que tenía que hacer obligatoriamente, ¿quién se va a quedar trancado en una técnica anterior? Como historiador de la fotografía estoy consciente de su evolución técnica, y tenía que evolucionar sí o sí. No es que fuera mi gusto sino que las circunstancias son impositivas y las asumo de buena manera.
— ¿No siente nostalgia?
– Cuando me llegan los olores del químico me acuerdo de todos los laboratorios por los que pasé. Las luces rojas también. Ese mundo que se perdió.
— Sebastiao Salgado dice que el boom de la fotografía digital está matando a la fotografía documental.
— De ninguna manera. Toda fotografía tiene dos vertientes: la documental, que es a juro porque aunque seas el peor fotógrafo del mundo estás registrando una realidad, así que el valor documental es intrínseco. El otro valor, el artístico, puede existir o no y en distintas medidas.
—Su acento es profundamente regional: Zulia y Falcón tienen gran presencia en su fotografía.
— En mi archivo hay más fotografías de Falcón que del Zulia, porque la vida es azarosa. Yo fui cinco años jefe del departamento de prensa de la gobernación de Falcón y eso me permitió dar vueltas por esa entidad como nunca en la vida tuve oportunidad en mi estado natal. Ahora, yo soy un venezolano nacido en Maracaibo, pero soy un venezolano. Esas dos identidades, la nacional y la local, en mí viven armoniosamente. Yo soy un orgulloso zuliano, pero soy venezolano y latinoamericano, y también soy universal, entonces lo que hay es que promover lo local con visión universal.
— ¿Y cómo expresa usted esas identidades?
— En mis cuatro oficios no hago más que un solo trabajo: promoción de los valores identitarios de la venezolanidad. A eso estoy abocado como fotógrafo, como historiador, como docente y como comunicador social. De hecho estudié historia para conocer mejor lo que tenía que fotografiar porque comprendí que como fotógrafo y comunicador la historia se me atraviesa permanentemente. Por otro lado, no se puede ser universal sin pasar por lo local. ¿Cómo voy a pretender ser universal desde Maracaibo fotografiando pinos de Laponia? Yo tengo que ser universal promoviendo lo que me corresponde, donde está mi deber, yo me debo a un cóctel cultural que se dio en una región.
—¿Más de paisajes que de rostros?
— En mi fotografía de los valores identitarios y patrimoniales de la venezolanidad, es escasa la presencia humana y se da más en color que en blanco y negro. Es que la vida es muy dinámica y en el color me influenciaron mis propios estudiantes, mientras que en blanco y negro, que viene de más atrás, estoy más libre de influencias. La presencia humana está más en el color. Yo tengo cuatro temas: naturaleza, pesca artesanal (aunque nunca saco a los pescados, mi fotografía es vegetariana), mercados tradicionales y arquitectura.