12/02/24. Óscar Sotillo (Cumanacoa, estado Sucre, 1968) refleja, en buena medida, el decálogo del artista idealizado por el Romanticismo: irreverente, excesivo, neurótico y genial, retrato que se hace visible en la medida en que uno se adentra en su atmósfera creativa y se deja arrastrar por sus pasiones mundanas.
También es, hay que decirlo, un hombre del Renacimiento, aventurero y apasionado, una combinación clave para tratar de entender su búsqueda permanente de una comprensión más o menos universal de la gramática urbana de Caracas, una ciudad híbrida y nómada cuyos lenguajes muchas veces resultan herméticos, o al menos reservados sólo para observadores acuciosos.
Óscar ha pateado premeditadamente la ciudad, desde que vino a parar a la parroquia El Valle arrastrado por la aventura migratoria familiar siendo apenas un chamito. Desde entonces, ha estado hurgando e inventando fórmulas para traducir sus asombros. De ahí la enorme inquietud con la que ha transitado diversos caminos, desde la poesía y las artes visuales hasta la administración pública, pasando por el mundo editorial, la producción audiovisual, la infografía y el diseño en diarios como El Mundo y El Nacional.
De las experiencias referenciales en torno a su vocación disruptiva, resaltamos la creación del colectivo editorial La Mancha a principios de los años dos mil, propuesta emblemática de la insurgencia comunicacional comunitaria, con una fórmula que logró integrar vanguardia, compromiso político, belleza y calidad transmutada en libros, colecciones y una revista que marcó un antes y un después del periodismo alternativo venezolano.
Además ha sido un investigador cultural polemista, Viceministro de Identidad y Diversidad Cultural, Director General del Instituto de las Artes de la Imagen y el Espacio, Curador en dos oportunidades por Venezuela en la Bienal de Venecia.
Los caminos de la literatura los ha andado cabalgando entre la poesía y la crónica, permeados en los poemarios Por decir algo (2009) y Ojos de ceiba (2019), y la recopilación Las anotaciones del tiempo (2021) donde profundiza en su capacidad de observador, pero en este caso a través de la crónica.
El próximo 22 de febrero inaugura la muestra Callejero, entre las paradojas y las poéticas del espacio urbano en los espacios de la Alianza Francesa de Chacaíto, donde expondrá piezas de formatos y técnicas variadas y experimentales que intentan plasmar los enunciados y sentires de la calle, no sólo como expresión física sino como un acercamiento a la construcción del espacio urbano desde el punto de vista espiritual y emocional de la gente, con su osadía y su cotidianidad.
Caracas en pasta pues.
- ¿Sientes que Caracas refleja al país? Es una inquietud que nace a raíz de la lectura del libro de Sebastián Salazar Bondy, Lima la horrible, donde él expresa esa preocupación por su ciudad.
- En Venezuela ha habido una distancia tremenda entre lo urbano y lo campesino. La ciudad de Caracas se ha sentido siempre distante del espíritu del campo, de lo agrícola. Yo creo que ha sido por la cultura petrolera y su afán loco de un progreso que no terminamos nunca de digerir. Pero más allá de todo esto, Caracas refleja al país, claro que sí, con todas sus contradicciones, injusticias, omisiones y prejuicios. Lo más extraordinario de esta ciudad es que está hecha con los ingredientes de toda la geografía del país. Allí está su verdadera esencia, pero a veces lo quiere negar.
- En ese orden, ¿crees que Caracas tiene alguna deuda con el resto del país al pretender reflejarla para luego negarla con esa frase lapidaria: Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra?
- Esa es justamente la frase que se me venía a la mente. Esas palabras han recogido por largo tiempo mucha de esa contradicción de la que te hablo. Caracas es una construcción colectiva de magias, de poéticas y sabores de toda la tierra, pero siempre se ha sentido diferente. Mira como decimos “el interior del país” y allí no está Caracas. Estas brutales contradicciones también son parte de esta ciudad.
- ¿Podemos apostar a una identidad puramente caraqueña a partir de las desgarraduras de sus fachadas, los grafitis pintados, borrados y vueltos a pintar, los edificios abandonados y derruidos?
- Sí, esa identidad visual es el reflejo del espíritu de Caracas. Y digo que es un reflejo porque no está solo en las superficies de las paredes, sino en el propio espíritu de sus habitantes. Esas tachaduras, esos borrones, esos desconchados los tenemos en el alma los que habitamos aquí.
- ¿Es justo estigmatizar a la ciudad por su compendio de arquitectura inexplicable, caos, concreto, o es posible identificar un alma pura y transparente de la caraqueñidad en algún otro imaginario?
- Caracas es un museo de estilos arquitectónicos, abusos de poder, experimentos modernistas, catástrofes. Otra vez el petróleo facilitó la destrucción de un patrimonio construido y dio paso a los mamotretos más brutales a los cuales no queda otra opción que acostumbrarse. Obviamente existe una esencia no constructiva, una identidad cambiante que está en la gente, en los sueños, en las costumbres, en la poesía que aquí se ha escrito y en el arte. Pero esta esencia también ha sido atropellada por las maquinarias de difusión de entretenimiento. No hay una esencia inmóvil. Todo está permanentemente alimentándose. Creo que la clave es seguir enamorados de lo físico y lo espiritual del espacio que habitamos.
- En su libro Las ciudades invisibles, ítalo Calvino hacía un ejercicio de inventiva al crear ciudades imaginarias. ¿Cómo sería tu Caracas ideal desde la óptica de la imaginación?
- Me gustaría que Caracas fuera la ciudad de la poesía. Aunque suene un poco vago, creo que allí estaría la clave de todo. Esa poética debería ser el respeto por la creación, la imaginación, la dignidad y la alegría. Una ciudad donde abunde la belleza, los paseos, los cafés, las librerías, los sitios dedicados al disfrute de la vida, donde estén erradicadas las penurias, las carencias, los abusos. La poesía define muy bien una ciudad para la vida plena. En esto soy un soñador.
- Otro territorio del imaginario caraqueño es la burocracia, las instituciones, los ministerios, los escoltas. ¿Cómo sobrevive un artista al juego de aborrecimiento y seducción del poder y sus representaciones visibles? ¿Es posible regresar de esas catacumbas?
- Cuando hablo de abusos se me viene inmediatamente la imagen de la burocracia irresponsable, atropelladora, patética que no entiende ni oye las necesidades del habitante, del que usa la ciudad a diario. Si los burócratas que toman decisiones usaran el Metro, el Metro estaría en otras condiciones, pero no saben qué es estar a cuarenta y cinco grados encerrados en un vagón, porque no lo usan. Caminamos a diario por la ciudad y respiramos hondo ante tanta belleza mezclada con arbitrariedades.
- ¿Cuál es la contradicción caraqueña que más detestas y con cuál te identificas?
-Caracas es justo eso, una maravillosa contradicción. Es insólito que arreglen un jardín para que sólo dure dos meses. Nunca hacen un plan de mantenimiento. Es lamentable ver los espacios públicos abandonados a la buena de dios. Es maravilloso ver la guacamayas atravesando la tarde, los mensajes de amor en las paredes, las caobas en flor.
- Has pasado por casi todos los territorios de la creación y la gestión artística, la edición y el periodismo. ¿Dónde te quedas?
- Somos contradictorios como la misma ciudad de habitamos y nos habita. Creo que el arte, la comunicación, la poesía, los libros, son para mí parte de una sola emoción gigantesca. Cada día descubre otros amores y todavía no me decido, disfruto mucho hacer lo que hago.
- En Callejero hablas de las paradojas y las poéticas del espacio urbano. ¿El artista caraqueño está en la procura de un deicidio (como el García Márquez de Cien años de soledad, según Vargas Llosa), rebelándose contra la realidad e intentando sustituirla por la ficción?
- No sé si se trata de sustituir la realidad con la ficción, creo que en estos momentos se trata de ver esa realidad con otros ojos. Nosotros todos somos forjadores de esa realidad, la hacemos juntos en nuestro andar cotidiano y hay que seguir luchando para que triunfe la poesía y la belleza contra las huestes de la mediocridad y la politiquería.
- Dame cinco recomendaciones esenciales para callejear Caracas y amarla sin juzgarla.
- Mirar las guacamayas cruzar la tarde.
- Caminar por el centro y descubrir las paredes manchadas.
- Tomar chicha en la esquina de Miguelacho en La Candelaria.
- Refugiarse en los mercados y contemplar a la gente.
- Escribir un poema en un café en Bello Monte.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
FOTOGRAFÍAS CORTESÍA