01/06/23.
1. Hay un árbol. Hay una persona. Donde hay un árbol, se podría decir, hay una persona. Pero no, necesariamente, se podría decir que donde hay una persona hay un árbol. El árbol siempre reconoce a la persona, pero no siempre la persona reconoce al árbol. Hay veces que el reconocimiento de la persona al árbol está sustentado, no como algo trascendente, sino como estorbo, como molestia.
2. Todos los días, la misma persona atiende el árbol que se puede apreciar en la imagen. Lo hace desde que el árbol no era árbol, sino planta, mata. La persona riega el árbol los días secos, le limpia la tierra, limpia las ramas, limpia las hojas, y arranca las que ya están muertas, limpia el entorno del tronco, especialmente atiende los desechos que allí depositan, sin escrúpulos, personas que no son personas. Cuando pasa caminando por esa acera (vive a cuadras de allí) la persona detiene su marcha, mira al árbol por unos instantes y sigue su camino. No le habla la persona al árbol, -a pesar del amor que le profesa-, pero es evidente que el árbol si le habla a la persona.
3. Hay un árbol. Hay una persona. Uno le da al otro lo que el otro necesita. Ambos se brindan y el placer de servirse es mutuo. Hay un árbol y una persona. Se quieren, se necesitan y se cuidan. Esto, que no parece cierto en días de tala, que cuesta creer, que sea cierto, lo es, aunque estos tiempos lo han hecho, sino imposible, algo sospechoso.
POR RUBÉN WISOTZKI
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