01/06/2023. “¡¡Quíiiiitaaaatee …… ñooeeetumadreeee!!!!!” Grita desaforado por la ventana, el conductor de una destartalada camioneta a un motorizado que se le ha atravesado en su camino haciéndolo frenar repentinamente. El motorizado le responde con similar violencia: “¡¡¡La tuuuyaaaa….ssgraciaaaoooo que es chofer de camionetaaa!!!”. Esta escena se repite cotidianamente: camioneteros y motorizados prácticamente se han apropiado de las calles, avenidas y autopistas de la ciudad imponiendo la tiranía de su abuso y la anarquía en el tránsito vehicular. El motorizado se ha descuidado a causa de la disputa, “se come la luz roja” y por poco arrolla a un transeúnte: “¡¡¡¡quíiiitaatee, maaardito vieejoo!!!”.
Acelera y hace un caballito imitando, sin saberlo, al jinete que cuatro siglos antes paró su caballo en sus dos patas traseras al paso de una serpiente cuando esa avenida era solo un camino de bestias cuadrúpedas recién traídas por los españoles, que apisonaban el camino con su diario transitar para crear las rutas que partían y regresaban de la cuadrícula fundacional de Santiago de León de Caracas para comunicarla con las haciendas y pueblos vecinos que la rodeaban.
En 1589 se ordena construir el camino a La Guaira con su portón y fortificaciones, y cerrar todas las otras vías que accedían a una ciudad que crecía de norte a sur hasta los límites que le imponían los ríos y quebradas. Las calles sinuosas se iban adaptando a la topografía del terreno y se fueron creando gracias a la construcción de puentes, barrios, suburbios, arrabales y parroquias que le dieron fisonomía política y organizativa a la ciudad. En 1735 se construye el primer puente sobre el río Catuche que fue derribado por la crecida de las aguas y sería reconstruido en 1771 como puente Carlos III que comunicaba con San José. Se calculaba, entonces, que hacía falta construir veinticinco puentes más para unir la ciudad.
Cuando en 1757 llegó el obispo Diez Madroñero, la ciudad casi se convierte en un convento gracias a los empeños de este sacerdote que comienza rebautizando la ciudad como Ciudad Mariana de Caracas. Las calles que habían sido ensanchadas de 1753 a 1757 contaban con cuarenta cuadras que carecían de nombres y que el obispo bautizó con nombres bíblicos, de santos y de vírgenes. En ese siglo se creó también, en 1845, el camino hacia los valles de Aragua, que era abierto, como camino carretero. Para 1775 la ciudad tenía ciento treinta cuadras con altas aceras, empedradas y con lajas y arcilla cocida, no así en los barrios en donde eran de tierra.
Todo se derrumbó
Cuando llega el siglo XIX, Caracas ya era una ciudad pujante de cincuenta mil habitantes, admirada por los viajeros que la visitaban constantemente. Los puentes habían ayudado a superar las barreras para su extensión rebasando la cuadrícula original de su topogénesis y afianzando el emplazamiento de barrios y parroquias, ocupados de acuerdo a la estratificación social existente. Hay unas cuantas calles llamadas “reales”, y que aún existen como costumbre de entonces: estaban construidos el camino a La Vega, desde San Juan, y el de La Candelaria que se conectaba con el camino a Sabana Grande, Chacao y Petare.
Pero todo ese discreto esplendor, esos modestos encantos que tenía Caracas desaparecen el 26 de marzo de 1812 por causa del violento terremoto del jueves santo que prácticamente destruyó la ciudad. Se calcula que perecieron de diez a doce mil personas. Se derrumbaron la mayoría de los templos y las calles quedaron, casi todas, destruidas. La ciudad quedó convertida en un amasijo de barro rojo y en una nube de polvo permanente que sólo desapareció durante el guzmanato cuando se terminan de recoger los escombros.
Marchar sobre ruedas
Concluida la cruenta guerra de Independencia, el país entró en una etapa oscilante entre la inestabilidad y la paz debido a la prolongada contienda entre caudillos y partidos políticos. Aún así, con una ciudad en ruinas, a partir de 1832 hay una voluntad manifiesta de las autoridades para construir los primeros caminos carreteros que conecten las zonas agrícolas con los puertos y a Caracas con las regiones adyacentes. En 1834 se inicia la construcción de la carretera del este y la pica para carretera hacia los valles de Aragua; en 1845 se inaugura el camino carretero Caracas-La Guaira.
Como consecuencia de esa novedosa red vial a las bestias se le anexan ruedas para crear carretas y tranvías de caballitos que en número de treinta y uno ocuparán la ciudad. Cuando se inaugura el camino carretero a La Guaira el señor Delfino creó una línea de transporte de pasajeros con ocho carretas: cada una con cinco caballos. En 1882 se crea el tranvía de caballitos. Luego se crea un servicio de coches con cocheros, todos con apodos altisonantes y que, por un buen tiempo, inspiraron la nostalgia por la ciudad que se fue, teniendo como último romántico representante a Isidoro Cabrera que estuvo rodando por el centro de la ciudad hasta su muerte en 1963.
Así que en el sonido ambiente de aquella ciudad bucólica estaba el incesante percutir de los cascos de las bestias como un aguacero metálico que cesaba sólo a la llamada “hora del burro”, en que los citadinos hacían su siesta y que solía interrumpirla, para 1893, el repicar de la campanita de un extraño vehículo de dos ruedas con su jinete y una carga de cualquier cosa para entregar: la bicicleta, que se populariza rápidamente como medio de trabajo y recreación al punto que, en1895, se funda un centro ciclista de excursionistas de Caracas que al año siguiente hace su primer viaje desde la capital hasta Villa de Cura.
POR FRANCISCO AGUANA MARTÍNEZ • fcoaguana@gmail.com