08/06/2023. Los primeros homínidos seguramente se congregaron por el mismo impulso instintivo de otras manadas como la de lobos, monos, bandadas de pájaros, cardúmenes o enjambres de abejas. Si le damos un machetazo a cientos o miles de años, podemos imaginar a humanos cuya convivencia obedecía a procesos mucho más complejos, con normas incipientes, lenguajes gestuales y verbales, convenios callados o manifiestos, que le otorgaban rasgos de identidad como grupo.
Dos elementos que iban de la mano: el mito y el rito, eran estrategia y sostén de esa coexistencia. La práctica de ambos permitía establecer reglas, prohibiciones, explicaciones del porqué de las cosas, relacionarse con un mundo intangible de dioses, fenómenos y ancestros. Abrían camino a lo subjetivo, a la imaginación, la inventiva, la capacidad de creación, la emoción, el sentimiento. De esa dinámica surge la cultura, la religión, la política, la economía, el arte, la familia, la fiesta colectiva y hasta la noción de tiempo.
El teatro es una actividad que contiene y expresa cada uno de esos elementos de manera irrevocable. Entre otras cosas porque está construido con ladrillos de la misma materia. Sus argumentos si no son directamente mitos, devienen de ellos. La estructura de cualquier cuento que se echa en escena es ritual, es un acuerdo en el que la ficción, a veces imposible, se asume como verdad, incluso mucho antes de que el espectador entre en la sala. El público es un cómplice insustituible de la tragedia, del drama o la de comedia. En esa confabulación descansa el carácter ritual de todo evento teatral.
La fiesta colectiva es otra expresión cuya carne y espíritu se compone de la misma sustancia ritual y mitológica. La fiesta es la celebración de las creencias comunes, las costumbres y maneras heredadas de los ancestros.
Los festivales son, valga la perogrullada, fiestas. Encuentros que celebran la vida, que resaltan asuntos y faenas que nos identifican con el otro, porque nos reúne, nos confronta, nos hermana en el fragor del regocijo.
Quien asiste a un festival de teatro no sólo ofrece o mira piezas teatrales, sino que entra en resonancia con ese universo. Participa en esa “efervescencia colectiva” que alguna vez describió E. Durkheim.
Un Festival de Teatro Internacional es en sí mismo una ceremonia, cuyo sino no es otro que el de relacionar el universo simbólico y la memoria perenne. Asunto de magos y visionarios, que se expresa desde los primeros hallazgos del fuego y la palabra tejiéndose en el alma humana.
Vamos a encontrarnos, pues, en el Segundo Festival Internacional de Teatro Progresista. Ese enorme ritual de rituales.
POR RODOLFO PORRAS • porras.rodolfo@gmail.com
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ • (0424)-2826098