29/06/23. Pero no tanto. Ignacia Lucía Acevedo, mejor conocida como “Nachy” Acevedo, responde sin titubear: “Depende”. Para demostrarlo, reunió a 27 personas (hombres, mujeres y niños, desde los nueve a los setenta años) y los formó en su academia durante seis meses antes de soltarlos al ruedo.
Nachy es, para quien no lo recuerda, una de esas voces emergentes del programa Renny Presenta (por Renny Ottolina), jovencísima figura de entonces que formó parte de una “generación dorada” de la canción venezolana, llegando a acompañar al también recordado Amador Bendayán en su programa Sábado Sensacional.
Cantautora, locutora, guitarrista, estudió durante una década en el Conservatorio Nacional de Música Juan José Landaeta, donde vio clases con grandes maestros como Fedora Alemán, Antonio Lauro y Alba Rosa Valera. Tuvo su propio programa, Vivencias históricas, en VTV canal 5, en el que promocionó las tradiciones culturales, leyendas, historias, música y personajes de Venezuela, que derivó en otro formato televisivo: Nachy presenta. En la radio estuvo durante catorce años al frente del programa Al estilo de Nachy, todos los domingos de 6 a 7 de la noche por la emisora Radio Uno.
Pero nada tendría sentido sin su talante de maestra bondadosa. Es una condición especial que le dota de belleza de alma, esa manera de decir las cosas con la caricia envolvente de la mano firme. Lo demuestra en persona: a una aspirante que se le escapa un gallito, la abraza y le dice que igual lo hizo muy bien.
Su sistema de enseñanza “el método Nachy Acevedo”, forma parte de su cruzada personal por formar a las nuevas figuras del canto popular, el cual viene perfeccionando desde 2005 con su academia Cantar es Fácil, y desde 2020 con la academia Nachy Acevedo. El secreto para cantar, y hacerlo bien, parece sencillo pero quizás no lo es. Ella lo resume así: “Si tienes oído rítmico y oído tonal sí. La mayoría lo tiene, se lo propone y lo hace. Entrenando se logra”.
Cantautora, locutora, guitarrista
Mi primer aplauso
Sebastián Rojas, de once años, entra a escena bailando con un sorprendente swing de sonero. Nadie entiende cómo no se le viene la tribuna encima, presa de los nervios. Canta, baila, sonríe, mira al público, se mueve a destajo, y los pocos padres y acompañantes que asisten a presenciar el ensayo general del concierto Mi Primer Aplauso, en la Fundación Celarg de Altamira, le ovacionan. Canta Mi niña amada, de Salserín, con un estilo tan espontáneo que parece recién llegado de gira nacional. Estudia en el Santa Rosa de Lima y cuando sea grande, obviamente, quiere ser cantante. Pero también le gusta el fútbol, el basquetbol y estudiar… un poco, pues lo piensa por largo rato.
Unos minutos antes, formó un círculo junto a sus compañeros y como por media hora practicó técnicas de respiración junto a una colaboradora de Nachy, Samantha, que si no fuera por su aspecto de otaku, podría pasar por una Gloria Trevi con su vozarrón de ungüento.
En la academia lo primero que se les enseña es a respirar. Un requisito sine qua non para concentrarse, controlar los nervios y proyectar la voz. Luego a vocalizar y finalmente a digerir los temas, la expresión corporal, el manejo del micrófono, la escena, “para que aprendan a cantar como unos verdaderos profesionales” enfatiza la profesora.
Carla Castillo no para de bailar a un costado, mientras espera su turno para salir a escena y presentar su canción. Es veterana en las lides musicales porque es percusionista, pero jamás había cantado, ni siquiera en un karaoke, aunque es consciente de que la voz es el instrumento que todos llevamos encima, a veces como una herramienta y a veces como un fardo. Antes de presentar su performance interpretando Viajera del río, nos dice que ha sido fácil con Nachy pese a ser una de las más nuevas en el grupo.
“Esta es una experiencia muy bonita porque se trata de realizar el sueño de mucha gente. Aquí hay niños muy jovencitos y gente mayor. Por eso se llama Mi primer aplauso. Es la primera vez de presentarse y cantar. Hay mucho nervio y emoción, mucho de todo, y además mucho amor, en eso llevamos seis meses preparándolos” resume Nachy.
Nos vamos al backstage orientados por Kriswel, su asistente. Parte de la formación de los aspirantes a cantantes es “dialogar” con un escenario en todos sus contextos, incluso con la parte de atrás, los camerinos, la salita de espera, el estrado, la sala, los técnicos.
Otra vez, Nachy enseña con el ejemplo. A los encargados del sonido los trata como a hijos descarriados que merecen otra oportunidad. Les agradece todo su esfuerzo, los aúpa y les agrega empatía a raudales. A todos los llama por su nombre. Todo funciona al ritmo de su sedosa dirección.
De la nostalgia ataja una pincelada.
Briana Sanabria nos confiesa que está un poco nerviosa. Es una pequeñita de diez años de cabello lacio y vestido floreado, dispuesta a ubicarse en el centro de la tarima a interpretar Amor qué me hiciste, una canción ranchera que parece arriesgada para cualquier intérprete novel. Estudia en el Tricolor de Catia y es una de las más pequeñas del grupo. Al frente, cómodamente sentados pero haciendo maromas como sus porristas personales, están sus padres. Se emocionan, aplauden, le lanzan besos como palomas al vuelo, y la niña canta bonito. Eriza la piel. Papá, Guillermo, fue futbolista profesional pero hoy se dedica al comercio. Iris, la mamá, insiste en que la van a llevar lo más lejos que se pueda por su pasión. Briana no solo canta. Estudia y practica natación. Baja del escenario y se acomoda entre los dos para que le den su abrazo.
Nervios afuera
Entre las avenidas Ávila con La estrella, detrás de la panadería Vollmer de San Bernardino, se ubica su academia. Es una “cajita de fósforo”, afirma, “donde se reparte amor”. Allí concentra su propósito de vida. “Yo sé que mucha gente dirá que Nachy está a la antigua, no trabaja con efectos ni con auto-tune, pero no, a mí me encanta enseñarles a cantar como es debido”.
La clave, insiste, es la respiración. “Porque nosotros trabajamos con un músculo que se llama diafragma, que está por encima del plexo solar y es el centro de nuestras comunicaciones. Desde ahí trabajamos el control de las emociones. Toda persona que aprende a respirar bien, puede actuar con un poco más de cabeza fría, tranquilidad, mayor alegría y disfruta de lo que está haciendo”.
De la nostalgia ataja una pincelada. “Renny nos llevaba a un hotel de la capital los días viernes y personalmente no enseñaba a comportarnos; etiqueta, protocolo, y una cosa muy importante, nos enseñaba a crear nuestra propia imagen, cómo maquillarnos, vestirnos. Nos enseñó la puntualidad”.
Reconoce que en esta época el mundo de la música resulta más complejo: “Antes, a uno lo veían en un festival y te contrataba una disquera y te pagaban para trabajar con ellos. Hoy es todo lo contrario, los músicos tienen que generar su propia producción independiente, ir a los medios, y hay pocos mánager, lo cual es grave porque no hay mucha gente manejando a tanto talento que hay en Venezuela. Aunque es un poquito más difícil, para hacerlo hay que aprender a hacerlo y hacerlo bien, promocionando aunque sea a través de las redes sociales”.
Nachy arranca la presentación formal del evento. No han llegado todos los alumnos a la hora pautada en un día normal de lluvia. Arranca el ensayo general y la primera que se lanza al agua es ella. La pista arranca con los primeros acordes de El yerberito moderno según la versión de Celia Cruz. Cuando suena su voz todos temblamos, la sala 1 del Celarg retumba y quedamos anonadados de lo que lleva esa señora en la garganta. “Y con esa yeeeeerba, se casa usté… vayaaaaaa”.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
FOTOGRAFÍAS MICHAEL MATA • @realmonto