03/08/23. Los caraqueños de hoy son seres entrenados en las más agrias batallas de la imaginación y la supervivencia, desenvainando prodigios desde las condiciones más hostiles para celebrar la felicidad, uno de los rasgos distintivos de nuestra personalidad.
A decir de los expertos (científicos sociales, cronistas y opinadores de oficio) la caraqueñidad implica un acto de intransigencia ciudadana frente al infortunio, lo que nos mantiene en una relación de amor-odio que muchas veces nos lleva a malquererla, y otras a pretender un apego empalagoso, como muchos gobernantes buscando dejar su huella imborrable -desde Guzmán Blanco hasta nuestros días-, plantando la cicatriz de una herida en la piel avejentada de esta ‘Sultana’ de casi medio milenio.
Ya en 1829, el historiador español Mariano Torrente escribía sobre la capital de la provincia de Venezuela: “Ha sido la fragua principal de la insurrección americana. Su clima vivificador ha producido los hombres más políticos y osados, los más emprendedores y esforzados, los más viciosos e intrigantes, y los más distinguidos por el precoz desarrollo de sus facultades intelectuales. La viveza de estos naturales compite con su voluptuosidad, el genio con la travesura, el disimulo con la astucia, el vigor de su pluma con la precisión de sus conceptos, los estímulos de gloria con la ambición de mando, y la sagacidad con la malicia”.
Eso, para nada desdibuja la exuberancia de una urbe atravesada por los verdores que manan desde el Waraira, y se multiplican con la fuerza natural de los elementos sobre el caos fragmentado de casi cinco millones de habitantes que se desparraman sobre ese río olvidado que es El Guaire. Tampoco parece alterar el carácter indestructible del alma de sus habitantes, que se mantienen resistiendo, queriéndola y rechazándola a la vez, en una dialéctica emocional que sólo consigue explicación cuando se entiende que el amor realmente es paradójico.
Cada época marca un momento para el análisis. Mariano Picón Salas en su Retrato de un caraqueño, hace medio siglo refería: “Y en extraña dualidad, en conflicto de valores y estilos parece ahora moverse el alma del habitante de Caracas. Hace apenas dos o tres lustros se les educó al tradicional modo romántico suramericano, en que el mundo de las emociones contaba más que el mundo de los cálculos”.
Cuesta imaginarse que esa ecuación aplique en estos tiempos. Si algo hacen el caraqueño y la caraqueña ahora es calcular minuciosamente cada operación básica, desde la más doméstica hasta la más heroica, en una ciudad con graves fallas de servicios públicos y con casi todo permeado por la eventualidad, a la que ama sin condición y odia a conciencia.
POR MARÍA ALEJANDRA MARTÍN • @maylaroja
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ