24/08/23. Alguien contó, o lo soñé, que desde la prehistoria el hombre era el encargado de proteger los accesos a la caverna y procurar el alimento a través de la caza, luego de la siembra, y después de la explotación de sus iguales. La mujer, entre tanto, se dedicaba al cuidado y la alimentación de los muchachos y a uno que otro asunto doméstico que seguramente no tenía nada que ver con limpiar los baños ni chatear con las amigas.
El devenir de los tiempos y esta explosiva modernidad que nos ha dotado en menos de cincuenta años de los avances tecnológicos más avasallantes de la historia de la humanidad, han modificado esa ecuación hasta volverla casi inversa, es decir, en muchos casos la mujer es la encargada de proveer mientras el varón se dedica al cuido y alimento de los niños, y lo que sea que haga todo el día frente al computador.
Es el sino de una época marcada por la reivindicación de la mujer frente a los miles de años en que experimentó la explotación y desvalorización como norma del trato social. El peso de la costumbre, el dogmatismo religioso y luego la cultura hicieron de este trato un canon inapelable, hasta que una revolución sentimental, conceptual y política comenzó a poner el acento en un criterio que avanza: la mujer tiene los mismos derechos que el hombre.
Para el macho, aplastado por todo el peso de los condicionamientos familiares y sociales, no ha sido fácil. Resulta un corrientazo en el pecho cuando se ve frotando la olla con la parte amarilla de la esponja para no dañar el teflón, mientras ella reposa en el sillón con las piernas estiradas sobre una banqueta de descanso. Cuando le toca llevar el orden de las citas médicas de los niños, zurcir algún descosido, regar las plantas. Peor aún, desde la lógica de la tradición, cuando es ella la que llega borracha a las tres de la mañana, o un día quiere ver porno en vez de follar, o simplemente quiere dejar de doblar las sábanas y dejarlo todo así, a expensas de la inercia.
Deconstrucción de la masculinidad y de las reglas heteronormativas, es parte del corpus teórico que intentan posicionar los movimientos feministas, a veces de forma conciliadora y otras de manera radical, y que los hombres, en su intento de deconstrucción, asumen incluso muchas veces a regañadientes. Es un camino que está intentando desmontar una memoria genética y cultural, instituida desde el comportamiento cavernícola de la masculinidad hegemónica que además, políticamente hablando, es una de las caras “lavadas” del capitalismo.
En el caso venezolano, a la par de un volumen escandaloso de feminicidios que se mantiene según las estadísticas más serias (noventa y nueve casos en el primer semestre del año, como indica el Monitor de Femicidios que registra Aimée Zambrano), hay que sumar la situación-país con sus vaivenes económicos. En muchos casos, para bien o para mal, la mujer es la que sale finalmente a buscar los recursos económicos para el sustento familiar en una sorpresiva vuelta de tuerca que ha llevado a muchos varones a ostentar un nuevo grito de guerra acomodaticio y ramplón, que apenas si resuena como un eco silencioso: “déjala que me mantenga”.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta