01/09/23. Bellos, díscolos, talentosos, terriblemente jóvenes. Una generación farandulera de efebos tropicales reinó con estabilidad de criatura eterna sobre el imaginario de un país, y medio continente, durante una década televisiva que la nostalgia suele resumir en una categoría epocal y fetichista: los ochenta, algo así como los nuevos sesenta.
Impresiona que una etapa de nuestra historia reciente, en las postrimerías del siglo pasado, todavía genere tanto interés y remueva la añoranza si apenas fue ayer, por lo que muchos de sus protagonistas aun andan sacando réditos de sus glorias pasadas, exprimiendo hasta la última gota el botox de sus mejillas con su presencia pública en todos los espacios donde tengan cabida, incluyendo la política.
Fueron chicos bien, alguno mal, sacados de la trastienda de nuestra diversidad étnica y social pese a la leyenda de que todos eran muchachos de clase media formados para brillar.
Se aprovecharon de algunos dictámenes legislativos que impuso el sistema, por ejemplo, el famoso 1x1 radial; la explosión tecnológica que arrojó entre sus resultados el despliegue de la televisión internacional a través de la señal por parabólica; el repliegue hacia lo nuestro-urbano-cosmopolita a partir de la globalización y el tramado mediático mundial, y un sinfín de artefactos de la casualidad que proyectó nuestro “ángel” venezolano como producto interno bruto de gran valía, con calidad de exportación.
Promediaban los veinte años, eran actores, actrices, músicos, cantantes, que se paseaban sobre el mito de la vida eterna como personajes de El jardín de las delicias, el cuadro en tríptico de El Bosco que en parte recrea La Divina Comedia, la inmensa obra poética del Dante Alighieri donde nos describe el tránsito del alma en pena a través de los nueve círculos del infierno, algunos dicen que perfectamente ubicables en Caracas, capital de Venezuela.
Melodramáticos
Dramáticas, la telenovela en ciernes que anuncia Venevisión en alianza con la productora Hispanomedios y que ya estrenó tráiler oficial, es el signo inequívoco de que ese ciclo se resiste a morir, por una razón lógica: resulta referente para una generación de mediana edad que actualmente domina cargos de liderazgo en la administración pública y en las instancias privadas. Hoy, quienes crecimos masturbándonos por Rudy Rodríguez ocupamos direcciones generales sectoriales en los entes públicos, somos ministros, si no vicepresidentes o incluso, presidentes. Otros somos gerentes generales, gerentes senior, emprendedores, taxistas, periodistas premiados, poetas publicados, etcétera.
Víctor Cámara, Amanda Gutiérrez, Guillermo Dávila, Carolina Perpetuo, Alicia Plaza, Karina, Hilda Abrahamz, Colina, Kiara, Frank Quintero, Mimí Lazo, Melissa, Yordano, Dora Mazzone, Javier Vidal, Alba Roversi y hasta nuestro Paul Gillman, son sólo algunas de las estrellas que abundan en la autobiografía de quienes hace rato padecemos reumatismo, llevamos la tensión entre 100 la mínima y 180 la máxima, se nos olvida dónde estacionamos el carro y no podemos contener las ganas de orinar.
Ellos marcaron, para bien y para mal, nuestro destino, hasta volvernos melodramáticos y desclasados, vengativos, apasionados, urbanitas aburguesados y tránsfugas, capaces de lucir un cuadro de adorno al centro de la pared, que por una cara muestra a Franklin Virgüez y por la otra a Roberto Messuti.
Lágrimas y revival
Hay quien afirma que el tiempo pasado fue mejor, sin tomar en consideración que ese también es una especie de tormento mental, como advierte el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, “que consiste en pensarnos a nosotros mismos, no como somos, sino como podríamos haber sido”.
En los vaivenes de la memoria, nadie habría podido calcular en 1986 que tras recibir su primera Orquídea durante la Feria de La Chinita en Maracaibo, aquel argentino-maracucho con aspecto de impúber deprimido, Ricardo Montaner, amasaría la gloria continental y más temprano que tarde largaría del país a instancias de la poderosa factoría de los Stefan, para luego renegar de su venezolanidad (sin negar nunca su ascendencia maracaibera) y regresar sólo de vez en cuando a amasar más cobres a punta de lágrimas y revival.
De igual forma, cómo habríamos podido atisbar ni de lejos que el motorizado dicharachero de Domingo de resurrección (película de César Bolívar de 1982), devenido luego en malandro heroico y entrañable en Por estas calles (telenovela de 1992 al 94), acabaría convertido en el amasijo de odio contra su propia patria que es Virgüez, un santón anticomunista con apariciones periódicas en homilías maledicentes donde incluso reniega de sus propio origen humilde.
Esta retahíla de recuerdos hipocondríacos, no puede pasar por alto a una excelsa figura del amor adolescente de todos los que atravesamos los ochentas luchando contra el acnés. La sultana, María de los Ángeles, La mujer sin rostro, La dueña, Amanda Gutiérrez. Ayer, inspiración de onanistas y la simbiosis perfecta entre una modelo de Botticelli y otra de Reverón, hoy apasionada “influencer” de la tercera edad que se exhibe en la pantalla sin complejos a pesar de los destrozos del botox y los excesos, para invocar los poderes de la Santa Inquisición contra todo lo que huela a “rojo comeniños”.
Paul Gillman, para que no se nos acuse de parcializados, hace fuerzas desde el otro lado de la balanza a fin de probarnos que los pactos con el diablo si funcionan, como lo demuestran los Rolling Stones, y suena lógico porque seguramente todos los chavistas son satánicos. De bella melena batiente y actitud desafiante contra la Policía Metropolitana en su juventud, a comandante general de las criaturas de la noche en su adultez prolongada, lo imaginamos despachando designios del averno desde una oficina del Ministerio del Poder Popular para el Rock Nacional, mirándose a cada rato en un retrato que le devuelve la vejez y los pecados de Dorian Gray a su lozano rostro de muchacho que desde Valencia nos llenó el corazón de heavy metal.
A Winston Vallenilla no deberíamos mencionarlo en estas líneas porque proviene de unos “ochentas” tardíos (es decir, principios de los años noventa), pero como buen fruto generacional, logró acopiar los dictámenes de la década anterior hasta acuñar las piezas de su propia estipe de moderno Prometeo, que lo mismo tanganea a damiselas en la Guerra de los Sexos que recita poemas lacrimosos por televisión casi a media noche, y nunca, bajo ninguna circunstancia, se despeina ni pierde la voz.
Protagonistas de una manera de sobrevivir en las intríngulis de la farándula criolla, algunos se quedaron en el camino pegados a sustancias peligrosas, otros se pasaron al lado oscuro de donde no piensan regresar, muchos se volvieron “cuadro” militante a sabiendas de que eso comprometía su pervivencia en los afectos de una gran parte del público, pero casi todos navegan las aguas de la indefinición frente a las cotizaciones del dólar.
Sin duda ayudaron a consolidar nuestro inconsciente colectivo y a romantizar las cruzadas más nuestras, como discutir si para preparar arepas se pone primero el agua o la harina; a las caraotas se les agrega o no azúcar, o si es legítimo propinarle una cachetada de mayonesa a la hallaca. Lo demás, solo es ficción.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
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