26/01/24.
Para empezar, un poco de contexto:
A mediados del siglo XVII, Diego Velásquez figuraba como el artista más importante de entre todos los pintores de la monarquía española del momento. Nacido en el año 1599, de las obras realizadas en su primera juventud —en su mayoría escenas cotidianas de intensos contrastes entre el oscuro fondo y unos iluminadísimos personajes de rostros expresivos, muy característicos de las inquietudes artísticas de la época—, había pasado a la pintura de temática religiosa, demostrando tan extraordinario talento que, con sólo veinticuatro años, el rey Felipe IV lo nombró miembro del grupo de pintores de la corte. De ahí en adelante los retratos de reyes, reinas, princesitas, condes, millonarios de toda índole, santas bien arropadas, dioses musculosos, diosas de sublime desnudez y uno que otro bufón, fueron su motivo de ocupación hasta el día de su muerte. Atrás quedaron para siempre las escenas cotidianas, los bodegones, las ancianas humildes y los borrachos: la humanidad jamás sabrá lo que habría podido contarnos aquel virtuosísimo pintor si, como tantas veces ha pasado y seguirá pasando con el arte, los ricos no lo hubieran secuestrado para su masturbatoria satisfacción.
Pero ni cuatro décadas de pintar hemofílicos jipatos son suficientes para dilapidar el genio del artista. Ya en las postrimerías de su vida, cuando su técnica había llegado a un nivel de perfección que, cuatro siglos después, continúa impresionándonos, Velázquez rompió la cuarta pared en la pintura y produjo la obra que lo llevó a convertirse en uno de los más importantes pintores del arte universal: La familia de Felipe IV, obra que se popularizó más tarde bajo el nombre de Las Meninas. Pese a la complejidad de la escena plasmada, sus múltiples dimensiones, la mirada del pintor que contempla directamente al espectador —al cual ubica magistralmente en el lugar donde el rey Felipe IV y su esposa posan para el artista—, pese al perro esponjoso, pese a la monja, la enana, la profundidad de la estancia, el personaje que aguarda al pie de la escalera, pese a toda la maravilla que podríamos reconocer en la obra, el tiempo, la ignorancia y la superficialidad del último siglo redujeron toda aquella gloria a un ícono sin mayor gracia que la de ser una coqueta muñequita que hace alegoría de la realeza: la menina.
¿Y qué tiene que ver la menina con las pestañas?
Pregúntenle a Antonio Azzato, el venezolano radicado en España que en todas sus biografías deja claro que, a pesar de haber nacido aquí, su sangre es española e italiana. Este ingeniero, dedicado hoy a la reproducción de figuras con fines decorativos (el eufemismo que me acabo de inventar para nombrar esa suerte de bizcochitos con ínfulas de arte contemporáneo), ha realizado desde 2018 la exposición Meninas Madrid Gallery, un evento en el que se exhiben numerosas figuritas de tamaño humano con forma de menina, intervenidas pictóricamente por diferentes personalidades del jet set español que plasman sobre el soporte tridimensional su visión de la ciudad de Madrid (donde la visibilización de los problemas sociales, desahucios, precarización, violencia, drogas, xenofobia y machismo obviamente no tienen cabida).
Meninas Madrid Gallery es, entonces, una muestra de lo que la curadora de arte mexicana Avelina Lesper bien ha sabido identificar al acuñar el término “arte VIP”: arte que en realidad no es arte. Arte estafador. Arte con fines económicos. Arte realizado por gente que ni es artista ni hizo las obras que dice haber hecho. Arte que roba símbolos e ideas para ganar adeptos y esconde su robo detrás de la fachada de una supuesta reinterpretación que realmente no es tal cosa. Porque, ¿qué culpa tiene Velásquez de que la trascendencia de su obra haya dado pie a que hoy la figura de la menina se haya convertido en un fetiche ibérico? ¿qué tan a gusto se sentiría el pintor al ver que su obra es usada como anzuelo para invitar a la gente a un festival de cursilería, farándula y mal gusto?
Entonces volvamos a la historia de Azzato, ese “ciudadano del mundo” que tuvo una gran idea: traer una versión “venezolanista” de la exposición española para que, en palabras del alcalde de Chacao, podamos tener contacto con una exposición de arte de carácter internacional en un ambiente libre de violencia. Y aunque la idea de generar espacios de encuentro entre los transeúntes y el arte es, además de muy loable, una necesidad primordial para el enriquecimiento del espíritu y de la misma ciudad, una serie de datos asociados al evidente discurso eurocéntrico, apátrida y a la escasa calidad artística de las obras, dejan a más de uno con el déjà vu colonial de haber entregado el peso de una Venus de Tacarigua en oro para que nos trajeran unas ridículas meninas de fibra de vidrio que lejos de ser arte constituyen una suerte de Caballo de Troya que esconde mensajes bastante alejados de lo que es el amor a Venezuela.
Aunque una búsqueda acuciosa en la web no fue suficiente para encontrar una sola menina de Azzato que ostentara la bandera de Venezuela con sus ocho correspondientes estrellas, sí lo fue para encontrar datos que dejan bastante claras las filiaciones políticas de Antonio Azzato. La menina llamada “Libertad” fue un regalo que le hiciera al archiconocido espinillúo de Juan Guaidó hace cuatro años, y así como ella, varias otras meninas teóricamente pintadas por el ingeniero Azzato hacen uso indebido de los símbolos patrios, como por ejemplo la menina ubicada en la plaza Bolívar de Chacao, donde, sin estrella alguna, el tricolor venezolano es puesto boca abajo, o como esta otra que fue expuesta en Madrid, que muestra el tricolor representativo de la cuarta república amorochado a través de la franja roja con la bandera de España: si algo es cierto es que de dignidad no se va a morir ese señor.
¿El mensaje infinito de Velásquez o el código Mafe Walker?
Para rematar el cuento, y pónganme los ganchos si lo que digo no tiene al menos una burusa de verdad, el discurso ante los medios de comunicación de este supuesto artista plástico es, si no el de un estafador, al menos el de un bicho al que le faltan dos tuercas: luego de pasarse varios años intentando analizar el cuadro de Las Meninas, el hombre asegura tener como misión ayudar a difundir lo que él mismo llama “el mensaje infinito de Velázquez”. A continuación, copio textualmente fragmentos de una entrevista publicada por el sitio web elnacional.com a propósito del regalo que le hizo al innombrable presidente de la república de Narnia:
Pero entre gustos y tricolores…
El país al que malamente quiso hacerle un homenaje la exposición Meninas Caracas Gallery no existe, por fortuna. Y también, por fortuna, nuestro país de ocho estrellas es un país realmente abierto a la libertad. Para muestra ahí tienen ustedes las diecinueve meninas apátridas colocadas en puntos estratégicos de Chacao para el uso y disfrute de una comunidad de amantes del arte que no se atreven a cruzar la frontera hacia el municipio Libertador y disfrutar gratuitamente de verdaderas obras del arte venezolano y extranjero como las que se encuentran en la Galería de Arte Nacional, Museo de Bellas Artes, Museo Alejandro Otero, Museo Cruz Diez y Museo Jacobo Borges, entre otros.
Vieran ustedes aquel festival de selfies de gente blanca, decente y pensante, tomándose fotos con las falsas meninas de Velázquez, comiéndose el cuento de que aquello es arte, sintiéndose parte de un fenómeno revolucionario, siendo clientela fácil, consumidores del discurso vacío y servil de un hombre que ni es artista, ni sabe nada sobre la venezolanidad ni sobre el arte o la cultura.
Quinientos años después, seguimos embelesados ante espejitos.
POR MALÚ RENGIFO • @malu.rengifo
FOROGRAFÍA ARCHIVO / ILUSTRACIÓN ENGELS MARCANO • cdiscreaengmar@gmail.com