31/08/23. La gelatinosa gorda pasea su humanidad por la tarima; a cada momento arenga a los bailadores con ese grito de guerra, ese y el otro, ¡candela candela!, y la tarde irá discurriendo sobre los cuerpos de los bailadores con esas quemantes antorchas; la otrora popular cantante Carmen Delia Dipiní debe haber tenido un novio dragón porque, por años, pedía que le dieran besos de fuego. Los bailadores saltan a la pista y el más viejo de ellos ensaya una intrépida tijereta. El fuego que los acicatea proviene del calor del sol, la sensualidad de la música y la cadencia de los tambores. Cerca de ellos hay un pequeño puesto de emergencia para controlar la tensión arterial de los bailantes. El fuego abrasador es lúdico y muy distinto al que promueve la gorda de estómago extendido: es una combinación de oxígeno, calor, combustible y reacción química, una conjunción de elementos que combinan oxígeno, hidrógeno, dióxido de carbono y nitrógeno que ha acompañado al hombre –como especie- desde que iniciara su proceso de hominización; y desde que un día, por casualidad, se produjera un chispazo al frotar dos piedras y se incendiara la pradera.
Siglos después ya había inventado las ciudades, muchas que se convirtieron, producto del fuego, en montañas gigantes de piedras, cenizas y cadáveres como, por ejemplo están: Chicago, Moscú, Londres. Antes, en el año 74 antes de Cristo se dice que el pirómano emperador Nerón incendió la ciudad de Roma, acción que intentó ser emulada, siglos después por Hitler, cuando le ordenó a su general Choltiz, en agosto de 1944 que, ante la llegada de los aliados, destruyera Paris, especialmente sus principales monumentos. Poco después, en agosto de 1945 se produce la hecatombe nuclear de Hiroshima y Nagasaki similares a aquellos cataclismos mitológicos griegos y donde se prueba el carácter destructivo de la especie humana que desde esa fecha puso una espada de Damocles sobre su cabeza para someter al resto de los humanos. Desde entonces los incendios en el mundo, producto de la violencia del fuego, no han cesado.
¿ES PROMETEO EL PRIMER ÑÁNGARA CABEZA CALIENTE DE LA HISTORIA?
El mito de Prometeo es uno de los más persistentes y recordados de la mitología griega y ha tenido enorme importancia para la comprensión de la llamada cultura occidental. Su significación se hunde en los más recónditos abismos de la mente humana. En términos malandros, Prometeo, con ayuda de su hermano Epimeteo, “le aplicó un tumbe” a, nada más y nada menos, que a Zeus; se hizo panita de los humanos y les otorgó el don del fuego que se asocia al progreso técnico y a la civilización pero también a la libertad y la conciencia. Se puede decir entonces, que Prometeo es uno de nuestros primeros mártires y que se inmola soportando un terrible castigo durante treinta mil años hasta que su hermano Heracles lo libera. Con el fuego inicia el desarrollo de la humanidad. El joven Carlos Marx utilizó este mito para sus análisis sociológicos y filosóficos.
INCENDIOS DE PELÍCULA
El cine llega a Caracas y en poco tiempo se posiciona como una de las principales diversiones de la ciudad. Los exhibidores de aquí, como en muchas partes del mundo, tuvieron que superar el escollo que significó la volátil cinta de celuloide que tantos estragos causó en cines de todo el mundo. El primer desastre que ocurre por esa causa en Venezuela, fue el del Teatro Caracas cuando proyectaban la película Romeo y Julieta: las llamas del teatro casi alumbraban la ciudad y durante tres días la gente desfiló para ver las cenizas de lo que quedó. El propietario de las ruinas fue José Bocardo, un italiano avecindado en Catia, quien se convierte, por este incendio, en el primero en cobrar una póliza de incendios que le reportó trescientos mil bolívares.
Durante lo largo del siglo los cineastas venezolanos lucharon por crear una industria nacional pero el fuego, en algunas oportunidades, arrasó con sus expectativas. Eso ocurrió en los Laboratorios Ultra, en 1940; Tiuna films, en marzo de 1955, con ochocientos mil bolívares en pérdidas; en 1952 el fuego consume la Distribuidora Salvador Cárcel en Los Flores de Catia; y el teatro Olimpo sucumbe. Para 1932 se crea el Cuerpo de Bomberos de Caracas que tenía un servicio de extinción de películas que provenía de las películas censuradas y de cortes sobrantes, también se aprobó una ordenanza para la construcción de cines y, en Catia, fueron creados dos grandes depósitos para almacenar los derivados del petróleo que se importaban: la West Indian Oil y la Caribbean Oil Company, todo para prevenir incendios.
FUEGOS EN EL AGUA
La encarnizada rivalidad entre el agua y el fuego como elementos de la naturaleza fue superada en Caracas el día 28 de octubre de 1873, cuando se produce la inauguración, con gran pompa, del acueducto de Caracas: una obra de vastas dimensiones y que hizo volcarse de alegría a todo el pueblo. En la noche el cielo parece haberse invertido envolviendo la ciudad en estrellas por causa de la lluvia de cohetes que causarían gran estruendo, menos mal que no ocurrió ningún siniestro o incendio que opacara las festividades en una ciudad que prácticamente se estaba reinaugurando con la realización de las principales obras que hoy forman parte del casco colonial de la ciudad y que, para aquel entonces, apenas terminaba de recoger las ruinas del terremoto de 1812.
Hubiera sido un problema grave que por causa de uno de los alegres cohetones que explotaban por doquier hubiese ocurrido un percance, porque pasarían años hasta que se iniciara, en 1890, el Cuerpo de Bomberos del Distrito Federal por acuerdo del gobernador del Distrito Federal con Julio Lamarte para crear una compañía para apagar incendios que sería inaugurada finalmente en 1932. El general Guzmán llega a la plaza acompañado de su séquito para darse un baño de multitud sabiendo que es el centro de atención por la importancia de la obra; se manda un discurso pleno de fervor patriótico y apostando al futuro, claro que, eso sí, con él al frente.
FIN DE FIESTA
Las palabras del general concluyen exactamente, cuando suena la más atronadora lluvia de cohetes que iluminan la noche caraqueña como no había ocurrido desde que el cabildo caraqueño autorizara la procesión, el 16 de julio de 1758 del pendón de la ciudad. Un cohetazo como una centella surcó el cielo caraqueño y se desparramó, para alegría de la muchedumbre por todos los rincones. Desde la colina actual de El Calvario alguien dispara un cohetón solitario que coincide con la despedida de la famélica orquesta que ha quedado; la voluminosa gorda ya no reparte ¡¡aaaguaaa!! sino que la solicita con urgencia, parada en un charco de su sudor; el acróbata bailarín otoñal cae con una rodilla en tierra y es auxiliado por los paramédicos, desde las entrañas de las enormes cornetas sale un escandaloso ulular de unas ambulancias en el momento en que la orquesta concluye cantando que al Cuarto de Tula le cayó candela. Como número de cierre cantan Se te quemó la casa Carmela; sonido que es asfixiado por una orquesta grabada que indica que: “Hay fuego en el 23; en-el-venti-tres”.
POR FRANCISCO AGUANA MARTÍNEZ • fcoaguana@gmail.com