06/09/23. La muerte de una “influencer” rusa con apenas diez mil seguidores en Instagram, tras someterse por más de cinco años a ingerir una dieta crudivegana como supuesta fórmula de vida saludable, despertó de nuevo las alarmas frente al impacto que tiene el bombardeo de mensajes con falsas promesas a través de las redes sociales sobre una población cautiva, integrada en su mayoría por niños y adolescentes.
El caso refiere la historia de Zhanna Samsonova, una mujer de 39 años que auguraba salud y vida a partir de su experiencia personal, mediante el consumo alimenticio solo de frutas exóticas y vegetales, incluso sin beber agua, contraviniendo toda la lógica universalmente probada por la ciencia en esa materia.
Desde hace años, pero más aún a partir del confinamiento obligado por la pandemia del covid 19, casi todos somos dóciles seguidores de contenidos de las RRSS, donde un grupo de individuos ha adquirido la condición autoinfligida de “influencer”, o gracias a su presencia protagónica en la farándula y otros territorios de interés público como los deportes, la política, la belleza. Al parecer, el neuromarketing inducido desde los algoritmos, con el entrampamiento a consecuencia de la seducción o sencillamente la sobresaturación de recados dirigidos, nos vuelve peces del mundo virtual, arrastrados por las corrientes de quienes nos exhiben lo mejor de una marca, de un estilo de vida.
Nos atrapan los chistes, viajes, modas, gustos musicales, chismes, ritmos, comidas, fórmulas mágicas, maravillas y misterios, a través de reels, historias y transmisiones en vivo, presentados de manera azucarada, rápida e inocua, por lo que cualquiera puede pensar que todo sirve para todos, a menos que se tengan criterios muy sólidos y claros sobre algunos temas.
La salud no escapa de esa confabulación que obedece a intereses particulares pero también corporativos. El recetario resulta infinito: desde los que ofrecen vida eterna con el consumo de ajo chino, hasta los que juran que las proteínas no son necesarias si cada mañana salimos a darnos baños de asiento.
La cúrcuma, el jengibre, el magnesio, la lechuga, los hongos, caminar descalzo, no respirar, respirar mucho, subir escaleras, bajar cerro, son sólo algunos de los usos y consumos que proponen perfectos expertos anónimos o figurines para quienes, su propia vida es la métrica del resto de la humanidad, una fórmula aspiracional típica del narcisista mórbido en que nos han convertido las redes.
En Venezuela, según el artículo 22 del Código de Deontología Médica vigente, se le denomina “intrusismo” y se define como la incursión o interferencia en el desarrollo del ejercicio profesional médico legalmente consagrado. En el país no solo es práctica común en el mundo virtual, sino que es una realidad palpable en el ámbito sanitario donde encontramos buhoneros instalando prótesis dentales, brujos practicando cirugías menores, quincalleros ofreciendo tratamientos para la hipertensión, lo que potencialmente puede afectar la salud y bienestar de quienes se dirigen ante estas personas que ejercen sin la titulación necesaria, contraviniendo la Ley del Ejercicio de la Medicina vigente.
Pero como las RRSS al parecer no tienen legislación que las regule, tema polémico que choca indefectiblemente con la libertad de expresión y los derechos humanos, se ha convertido en pasto fértil para todo tipo de superchería de toda procedencia, en la desesperada carrera por los likes que garanticen popularidad y algunas regalías, o simplemente como punta de lanza solapada de algunas firmas comerciales que tratan de imponer una “necesidad” emergente en el mercado.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ