28/09/23. A ocho mil kilómetros de casa, Dilma abre la puerta de una de las entidades que parece destinada a convertirse en protagonista de una nueva época. Así, muy lejos de un domingo de feijoada, de una vista de playa o al Cristo del Corcovado, se dibuja como una de las personas más influyentes en las fuerzas que pugnan por mover el centro, o, al menos dividirlo de la compleja jugada internacional.
Ciertamente, Dilma Vana Rousseff, no es una mujer que esté descubriendo la candela. Fue presidenta de Brasil y tuvo que enfrentar un tenso proceso de empeachment que se saldó sin pruebas y sin juicio, en su destitución. Antes de eso, ya le había tocado ser fuerte, detenida durante tres años durante la dictadura militar, sufrió azotes, fue golpeada hasta que le arrancaron un diente y soportó técnicas de tortura psicológica como una simulación de fusilamiento. Un caso que se volvió muy conocido, en tanto, ella dedicó parte de su tiempo a denunciarlo. En el 2014, narrando su historia decía que las marcas de la tortura eran parte de ella.
Su gobierno en Brasil, intentó continuar con las líneas de su antecesor y dedicarse al plan de erradicar la pobreza extrema así como la integración con América Latina y el diseño de Brasil como una potencia fuera de los esquemas de Estados Unidos. Durante el gobierno de Bolsonaro, fue víctima de fortísimos ataques personales -incluso mayores que los dirigidos a Lula- lo que demuestra el rechazo conservador a su liderazgo.
Como es usual cuando uno toca la vida de una mujer que hace política -y además una que ha militado en las filas comunistas- más de uno se incomoda porque parecen desdecir que los políticos -por mucho que gobiernen nuestras vidas- merecen ser tomados como personajes dignos de la historia. En especial, cuando todavía tienen vida y además andan en semejantes faenas. Por lo pronto, entre objetos dorados y rojos, en el corazón de un dragón, Dilma se gana un puesto empujando otros tiempos.
POR ANA CRISTINA BRACHO • @anicrisbracho
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta