28/11/24. La profesora estuvo a punto de decirle a la señora, que estaba siendo, cómo decirlo, hostigada por su compañero de tantos años, que lo dejara y se liberara. Pero calló.
Luego, en otro momento y en otro lugar de esta Caracas que nos arropa, ella le tomaba de la mano a él y juntos caminaban. Algunas les veían con los ojos del amor y sonreían y no aguantaban y les decían. Ella y él siguen caminando así, desde parque Carabobo (a veces por la avenida Universidad, otra por la Bolívar) y llegaban hasta el Banco Central de Venezuela, a pocos pasos de Miraflores. Allí, por cierto, están leyendo a la leyenda, aunque no le gusta que le llamen así. Modestias de él.
Entre unos y otros andares, hay unas larvas de mosca, pero no de cualquier mosca, que se arrastran por el piso que uno mismo barre, aunque sin la escoba, porque ella se la quedó. Así de simple. Cosas de escobas, de faldas, de retornos, de guiones y de añoranzas y de amores imposibles; el inolvidable y el de esta época, noviembre de 2024. Pero lo de las larvas queda para otro texto, lectores inexistentes que prometí que no les escribiría más. Perdón.
Tiempo de inteligencias artificiales trasnochadas en amigos eternos y consejeros espirituales, sonidos y consignas en pregones que, otra vez, no dicen nada.
El corcho que sirve de coto
La botella, la de arándanos y amor, pasó de mano en mano hasta que se fue para Calderas, en Barinas. Siendo que es posible que Orlando Araujo se comunique con, digamos la historiadora, no ella sino la otra, la que cree que no es, y retomando, después de la coma y la y, entonces, la botella quizá esté llegando a esa tierra que el maestro Alexis Liendo carga en cada pella de chimó, cada títere con su sueño respectivo y su palabra, lanzada en la avenida Urdaneta mientras marchaba la juventud universitaria que iba relajada. Son otros tiempos. “Esa mujer me salvó la vida”, y los dos vemos a esa mujer que está en otra parte. Las mujeres salvan vidas y necesitan que se erradique la violencia en su contra por parte de nosotros, los que se dicen hombres de este país. Vamos caminando por Caracas, esquivando carros y policías y motos, todo junto atravesado por el anochecer y las cornetas y el desastre que representa caminar en Caracas con una gente que viene desde Calderas, en el estado Barinas, donde atrás, pasa un río azul y un silencio que parece una media soledad, un medio amor, una media mirada y un etcétera citadino y sin vergüenzas.