24/11/23. Cuando el hombre se separó de la naturaleza se sintió desamparado y de allí surgieron los dioses. Esta afirmación, más o menos literal, es de María Zambrano -enorme filósofa española-.
De este enunciado se desprende, entre otras cosas, que la creencia en lo divino y el complejísimo tinglado de las religiones y de la ritualidad no es sino resultado del miedo. Los dioses fueron adquiriendo forma y contenido cada vez más arraigados en cada individuo y mucho más en las colectividades, hasta el punto de que no solamente existen y se mueven de forma independiente de sus progenitores, sino que terminaron siendo sus creadores y sus regidores. Fue la paradójica manera que encontró el ser humano para lidiar con el sentimiento de desamparo y de establecer formas de convivencia, llámese paz o llámese guerra, que parecen dictadas más allá de nuestro entendimiento. Algo como lo que dice la cancioncita cursi y perenne en los autobuses: “La vida es así no la he inventado yo”.
La representación teatral es una manifestación ritual. Los personajes conjuran la realidad con su presencia en carne y hueso, también con la ficción. Porque toda pieza, por más fantástica que sea habla del mundo cotidiano. Si se lleva a escena una tragedia escrita hace unos dos mil quinientos años o hace unos meses, habla del aquí y del ahora del espectador. El rito quiere de nuevo afrontar el desamparo. Esta vez no inventa dioses, sino que invoca a lo que somos. El miedo sigue intacto. María Zambrano también dice que cuando los dioses ya no funcionan nos queda la filosofía y la poesía.
La historia de la humanidad viene acompañada de horrorosas masacres, todas realizadas a lo largo de milenios por personas ahítas de poder, de riquezas y casi todas justificadas en nombre de aspectos altruistas como la libertad, el honor, la justicia, o con creencias atávicas como el racismo, la religión y cualquier paparrucha que disimule lo peor del ser humano. No hay nada que justifique semejante atrocidad.
La dramaturgia ha dado cuenta de esas estratagemas. Tal vez “la huella de una forma perdida de existencia” se imprime en cada gesto y en cada trazo que genera el arte. Es evidente que una representación teatral no va a conmover a estos especímenes del poder, la muerte y el oro. Pero quien asista podrá aliviar su desamparo y lidiar con un miedo que se nos inocula hasta con el precario aire que respiramos.
POR RODOLFO PORRAS • porras.rodolfo@gmail.com
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ • (0424)-2826098