14/12/23. Si empiezas, sigue; si no gusta, que es lo consecuente, recuerda a Evio DiMarzo, que dijo, presente: “Que nada te moleste, que nada te moleste, que…” y asume la edad de los abuelos, que van quedándose sin dientes.
El niño de siete años entró al salón por primera vez. Nacido aquí y criado allá, “el francesito” ignoró la gramática del español, ignorado por la maestra, hasta que llegó al bachillerato y los panas, en el primer grupo de trabajo, sin ignorarlo, lo chalequearon.
De ahí, a leer las novelas que mandan a leer en esa etapa de la educación que para él fue primaria y que depende de dónde, cómo y con quién es secundaria; hasta, para que no se pierda usted en este presente, llegar a escribir unas crónicas que descubren otra Caracas, con datos y rato, mucho rato de trabajo investigativo costeado por él mismo.
Es Gabriel José Torrealba Sanoja, escritor y coronel, si fuese militar; diplomático y caraqueño, que es, y conocedor de Mercedes Elena Chacín Díaz, desde, literalmente, de atrás, en una patrulla de la otra policía (teniendo fe, pero a veces parece la misma) en los años ochenta dentro de la parroquia de la UCV, que tiene su parroquia, su nuevo rector y su respaldo al referéndum consultivo de El Esequibo.
Las parroquias por dentro, con sus procesiones y sus conventos, han sido testigos de hechos que parten en pedacitos a “Una Caracas que fue y que en algunos casos no volverá. Atesóralo, léelo, divúlgalo y sobre todo, siéntelo”. Torrealba, amigo y autor, firma la dedicatoria rápida de su libro. Las otras dedicatorias, las lentas, las pensadas y presentidas, son cinco, repartidas así: A su hermano cercano, a su padre lector, a su madre maestra, a su hija internacionalista, políglota, feminista y ecologista y a su amada esposa y compañera. Lo venden, todavía. Si lo compra, me dijo, el delivery es gratis en Caracas. Para que usted pueda sentirlo, usted sabe lo que tiene que hacer.
El tributo
- ¿Para qué sirve la crónica?
La pregunta es de Carlos Ortiz, editor de libros con editorial, lo que reduce los adjetivos. Formulada para otro cronista, Marlon Zambrano, el pueblerino de Guatire, la pregunta rozó los confines de toda la superficie que ondeaba El Laguito. “Hueles a pescado”, me dijo ella, que usaba mi chaqueta. Es un olor que queda después de pasar tiempo en El Laguito, mezcla de playa y río en una zona militarizada de ese modo único de Caracas, en el que tanta poesía se paseaba pisando todo lo que se podía pisar.
Sé de un poeta que estuvo a punto de introducirse con ropa para rescatar un balón de fútbol, pero sonó un silbato. A los policías militares, desde siempre, les ha gustado hacer sonar los pitos. Tantos militares anónimos que no pueden decir y dicen y tantos con nombres y apellidos que se quedan callados. La próxima Filven tendrá el mismo espacio y, soñemos, varios estacionamientos para bicicletas.
Entonces, poeta, dígame para qué.
“Leer es un acto que implica percibir relaciones entre el texto y el contexto y, a partir de ahí, construir significados y elaborar sentidos. Es un diálogo permanente entre lector y escritor, de modo que el texto solo tiene sentido si existen lectores que construyan su propio significado”. Ella, abogada y escritora, responde a la pregunta que no se hizo y dice, en palabras que parafrasea mejor, que la lectura es un acto de creación.
Pero, ¿quién nos lee? Para quien sea, la profesora Chacín responde, en medio del trajín, a través de una nota de voz que, si hubiese usado, y vaya que hay que usarla; déle, lector inexistente, el tono caraqueño a ese “vaya” puesto ahí así, tipo plagio, en fin: hay que usar la mal llamada Inteligencia artificial para ser más productivo y escribir más rápido para generar contenido que nadie va a leer si no se imprime. Recordemos, como si fuese esto un ensayo, que usted no existe.
Entonces, para que la cosa fluya: la también viceministra, directora de Ciudad CCS, presidenta de esa institución y cronista, por supuesto, responde para qué sirve eso, la bendita crónica, a través de una nota de voz que tiene esos mínimos silencios que no se pueden transcribir: “Puede servir para, simplemente, conocer qué ha sucedido en un determinado momento, para contar determinada historia; pero también puede servir para provocar nostalgia, para hacer sentir a las personas sentimientos distintos a los que normalmente se sienten cuando se leen productos periodísticos. La crónica puede producir felicidad, puede provocar risa, llanto, reflexiones. La crónica es el género más complaciente para el escritor y para el lector, porque es el género más libre de todos los géneros periodísticos que existen, más allá de la entrevista, de la noticia o del reportaje”.
Sí se puede, entonces, poner ese sonido extraño en la nota de voz, una nota de voz ronca y entre respiraciones, un chirrido tan largo como vueltas ella da en el asiento giratorio y uno puede, en consecuencia, imaginar que está en su oficina, la que tiene vista a la plaza Bolívar y a las ardillas y policías y pregoneros que cuando llueve, bueno, cada quién apura lo suyo. Después escampa y amanece y el sol de aquí sale por allá, en El Esequibo. Chacín termina la respuesta y, por supuesto, sigue trabajando: “Como la crónica está en esa frontera, que roza la literatura, el lenguaje es más libre, más íntimo quizá, una conversación entre el lector y quien escribe. Para todo eso sirve la crónica”.
Peces gordos
Entonces la crónica absurda se diluye en las redes que no son las del pescador. Caracas está cambiando y una Nazoa, correctora con humor, la ve desde la colina pero su catalejo está muy lejos y la rima que se arrima y espanta al lector, está como una prima, déle usted su mejor acepción. El caso es que Caracas, como antes, en la época de ese señor, que en Catuche se sentía como esa rima sí que no, está cambiando tanto que de entonces hasta hoy, las fachadas del origen desaparecen sin voz; la bicicleta, que sería la manera mejor, es maltratada por la gente que parece que sí, pero que no tiene decisión y que espera que el presidente pase y vea y le exija qué hacer, porque si no, no hace nada y esto no es una negación y menos ahorita, que la respuesta afirmativa, cinco veces, es mejor.
La Nazoa apareció como estudiosa, cómo no, de la historia y de la lengua y de todo lo demás, haga usted el favor; en el prólogo que le hizo al libro de la profesora Mercedes Elena, Laura Nazoa la pone bombita para que todo el mundo batée: “Otra característica de la crónica, aunque más de forma que de fondo (pero no menos importante), es su ubicación privilegiada a medio camino entre el periodismo y la literatura, entre la objetividad y la subjetividad, entre la descripción y la interpretación, posición que le otorga una versatilidad que poco sabe de limitaciones y ataduras.
A partir de un hecho real, que la estructura y le da razón, la crónica admite en su naturaleza desde el lenguaje más prosaico al más poético, desde una opinión personalísima a la encarnación de un clamor popular, desde la narración lineal de un acontecimiento a la presentación fragmentada y en desorden de una realidad, como la nuestra de los últimos tiempos, cuya comprensión arrasa con cualquier noción de rutina. Tantas posibilidades hacen de la crónica una especie de soberana del periodismo, de cuyos atributos Mercedes Chacín sabe disponer a sus anchas”.
Marlon Zambrano
Un periodista tranquilo, luciendo inocentón, se preguntó una vez, frente al computador, que cuál periodismo hacía, pero no se contestó. Empezó a caminar la calle, el hijo uno creció; al dos le pasó lo mismo y con el agua sucia de ellos, en la escasez del vital líquido y del lugar común se bañó. Se mudó para Guatire o de allí nunca salió, mataba dos o tres tigres y los zapatos ensució. Se amarró la trenza rota y los sudores probó; bailó champeta en Petare y a José Gregorio rezó, uno, dos y tres libros su narrativa logró y es cronista premiado y angustiado ahora porque no puede dejar de comer helado desde que en el vicio cayó, cuando pasando por el centro a una muchacha vio y le preguntó que dónde lo compró y hasta allá se fue corriendo y el pelero dejó.
Gradillas
A Efraín Valenzuela lo recordamos cuando Neguel Machado, con su traje almidonado, o casi, paseaba por El Laguito bien acompañado. Si usted no le conoce, que puede suceder, ya que usted no existe y por lo tanto, él también, le digo que es un tipo alto, si Papote, que así le dicen a él, que no es Machado, sino Aguilar-Pérez, con guion atravesado, no hubiese estado por ahí y se le para al lado; Un muerto muy especial es la novela de Papote que el negro, porque Neguel negro es, como José Leonardo Chirinos lo fue alguna vez, repito entonces, que el negro decimista la novela ya leyó porque anda declamando, con cocuy y con tambor que Efraín anda en Gradillas, esperando por su voz.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1
FOTOGRAFÍA RICARDO MARQUÉZ • @ricardod89