30/11/23. Cuando pienso en Dussel pienso en la otredad que nos constituye como seres humanos, la lección que nos recuerda la vastedad de su obra no puede ser sino eso: la consciencia de lo diverso. Dussel es un intelectual, remarquemos el es, pues un hombre cuyo pensar se mantiene vivo difícilmente puede decirse que esté muerto aunque físicamente no lo veamos. Además, yo sí creo que físicamente también lo esté: lo veo en la corporeidad que asume la praxis cuando de asumirnos como pueblo se trata, es decir, de reivindicar lo que es la humanidad en su multiplicidad.
Dussel constituye parte de esa intelectualidad nuestroamericana por asumir una concepción martiana, que nos dio qué pensar sobre nosotros mismos, nuestro importante papel protagónico en el mundo. Y lo hizo junto a otros grandes cuya lista no alcanza para estas breves líneas que exigen nuestra redacción, pero al menos puedo mencionar unos cuantos: Aníbal Quijano, Darcy Ribeiro, José Lezama Lima, Rodolfo Kusch, Frantz Fanon, Édouard Glissant, Aimé Césaire, Roberto Fernández Retamar, Fernando Coronil, Walter Mignolo, Guillermo Bonfil Batalla, Ángel Rama, Miguel Acosta Saignes, Rodolfo Quintero, Esteban Emilio Mosonyi, Alfredo Chacón…
Es desde la América Profunda, en el amplio sentido genérico, no la que se ha impuesto desde los mal denominados centros de poder mundial, donde surge el pensamiento de Dussel, un ejercicio ético-hermenéutico que abarcó la complejidad del ser humano desde su impronta espiritual hasta su circunstancialidad política sin obviar la propia eroticidad que lo condiciona. Tal amplitud me invita a reconocerlo como uno que, advirtiendo el vértigo que supone la existencia humana, reconoce la potencialidad del sujeto en tanto pensador, vuelvo a decirlo, desde y hacia la praxis, para salirle al paso ante su posible caída, porque eso es el hombre: el que se hace ante el abismo de su terrenalidad. No en vano la vigencia del mythos prometeico nos sigue enseñando con sus innumerables ejemplos a través de la historia de la humanidad. Ahora, no sé si realmente sea posible reducir el vértigo, hacerlo sería eliminar la propia condición del ser que se piensa a sí mismo. En todo caso, la interrogante me ha servido en este momento para trazar algunos elementos valorativos de una pequeña parte del legado de Dussel para, hay que decirlo, la humanidad toda.
Y es que es precisamente Dussel quien, en sintonía con pensadores como los mencionados y otros más no precisamente nacidos en estas tierras pero sí conscientes de esa lectura, nos hacen ver, entre otras cosas que:
- Europa no es sin América, volvamos a insistir: sin la América Profunda que va desde Alaska hasta la Patagonia, de polo a polo, y más allá: el mundo no puede explicarse sin nuestra impronta cultural, intelectual, ética, política, material…
- El ser no puede pensar su ética sin el compromiso, sin un pertenecer-se al otro: un humano es humano, ya lo decía Marx, y el propio Jesucristo, sin su correspondencia pasional, porque se sabe sufriente ante el dolor del prójimo.
- La liberación es un acto político e implica la ampliación de una razón que no puede ser cartesiana, debe reivindicar su raíz, su indiscutible origen: es una razón afectiva, como diría María Zambrano: una razón del corazón, que es también decir, para tomar las palabras de Aníbal Quijano: razón histórica.
Desde allí y desde otros puntos que no caben en este espacio, Dussel proclama la necesidad de pensar “analécticamente”, objetivando y subjetivizando críticamente al ser que se encuentra en lo diverso, en un pensar-se situado que, inevitablemente, funda su existencia y plantea la transmodernidad, es decir, un desencubrir al otro que determina la razón eurocentrada y afinca el gran legado de nuestros ancestros en la constitución multipolar del despliegue de toda la humanidad. Sigamos.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ENGELS MARCANO • cdiscreaengmar@gmail.com