22/12/23. A menos de que se compruebe lo contario, el primer fake news de la historia se fabricó en el puerto de La Habana. Finalizaba el siglo XIX y como siempre, los gringos andaban pescando fortuna entre las bravías aguas del Caribe. Se presentó estupenda la ocasión en 1895, cuando la caída del precio del azúcar hizo que estallara una nueva insurrección contra el gobierno español, derivación de la lucha independentista de Cuba cuyo autor intelectual fue el apóstol José Martí, quien murió a poco de iniciarse, muy a pesar de haber acuñado una maravillosa frase que solo sirvió para acentuar que los poetas no estamos hechos para el enfrentamiento cuerpo a cuerpo: “Ya usted sabe que servir es mi mejor manera de hablar”. Y al rato, un gallego le atestó tres plomazos durante el primer día de hostilidades, el 19 de mayo de ese nefasto año.
Varios kilómetros al norte de esas costas de son, tabaco y ron, dos personajes muy poderosos, comenzaban a cincelar el perfil del periodismo moderno. William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, se peleaban por los más escandalosos titulares de la llamada “prensa libre” con la intención de impulsar sus negocios y cuadrar recompensas y amarres por aquí y por allá, en connivencia con la clase gobernante norteamericana. Nacía el llamado “amarillismo” y con él una ocasión dorada para forzar las noticias e incluso, fabricarlas, cuando un arcaico acorazado norteamericano fue enviado a La Habana no para ofrecer ayuda humanitaria sino para proteger a sus ciudadanos en la isla. Ancló allí con una tripulación de 26 oficiales, 290 marinos y 39 infantes de marina que sobre todo, llegaron inducidos por la bestial campaña del New York Journal y el New York World (Hearst y Pulitzer respectivamente).
El 15 de febrero de 1898, a las nueve y cuarenta minutos de la noche retumbó un enorme estallido. Se hundió el acorazado, murieron 261 miembros de la tripulación, el 25 de abril Estados Unidos le declaró la guerra a España, y se armó un “huéleme la chancleta” que desencadenó el ataque de la armada norteamericana a la flota española en Filipinas y a partir de ahí la pérdida de todas las colonias ibéricas en el Pacífico y el Caribe.
Un año antes se escenificó un episodio inmortal, que mucho tiempo después usaría Orson Welles como argumento en su aclamada película Ciudadano Kane. Hearst tenía de enviado especial en La Habana al dibujante Frederick Remington (en esa época no existían los fotoreporteros), quien fastidiado de tanta tranquilidad le avisó a su jefe por telegrama: “Todo está en calma. No habrá guerra. Quiero volver”. Hearts, del otro lado del cable, le reclamó: “Usted facilite las ilustraciones que yo pondré la guerra”.
Nadie, a ciencia cierta y hasta el justo momento en que usted ojea estas líneas, ha podido demostrar las causas exactas de la explosión. La hipótesis de la prensa, obvio, fue que España tuvo la culpa. Los españoles, hasta el sol de hoy, juran que fueron los mismos gringos. Algunos investigadores serios afirman que fue una implosión, pero lo consecuente fue que en agosto de ese año las tropas españolas fueron derrotadas por el ejército cubano en Aguas Calientes, lo que aprovechó el ejército estadounidense para ocupar territorio velozmente y anexarse Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, gracias al Tratado de París.
En mayo de 1902 Cuba alcanzó la independencia tras medio siglo de lucha y la pérdida de un número incalculable de vidas, pero los norteamericanos se quedaron allí, gozando del ron barato y las mujeres portentosas del Caribe, convirtiendo a una isla sin petróleo en su botiquín particular por medio siglo, hasta que llegó Fidel y mandó a parar.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN JADE MACEDO • @jadegeas