22/12/23. No quisiera que terminara el 2023 sin invocar en esta columna a Fresa y chocolate (Cuba, 1993). Hay dos razones: la primera es que este año ha estado celebrando su 30 aniversario y la segunda es que se trata de una obra que merece estar siempre a la vista si lo que nos interesa es el cine antihegemónico y antipatriarcal.
Creo que cualquier persona experta en séptimo arte coincidirá conmigo en que la película más famosa del cine cubano ha envejecido maravillosamente. La historia de esos dos personajes que encuentran en las diferencias de cada uno un refugio y un bálsamo para sus angustias y dilemas, es cuando menos conmovedora y emocionante.
Cuando hablamos de Fresa y chocolate hay mucho para tomar en cuenta y el ejercicio de desmenuzarla es delicioso.
Primero, para quienes no tengan familiaridad con la película, toca recordar que se trata de un filme basado en el cuento El lobo, el bosque y el hombre nuevo, del escritor cubano Senel Paz; que está dirigida a cuatro manos entre Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío; que en los papeles protagónicos están Jorge Perugorría (Diego), Vladimir Cruz (David) y Mirtha Ibarra (Nancy); y que en 1994 la obra estuvo nominada al Oscar como mejor película extranjera, aunque perdió frente a la rusa Quemado por el sol, de Nikita Mijalkov (era la época de Yeltsin y de todo ese esfuerzo por bailar sobre el cadáver de la URSS).
En este punto es bueno decir que si no las has visto, tienes la facilidad de hacerlo en YouTube, donde está gratis (no sé si legalmente), completa y a una resolución aceptable.
Nos presenta a David, un universitario miembro de la Juventud Comunista, atormentado por lo cuesta arriba que se le ha hecho perder la virginidad. Pasando un despecho de esos que te doblegan, entabla una relación particular con Diego, un gay amante de las letras, abiertamente opositor al gobierno, que se convierte en su mentor y mejor amigo. Esto sucede mientras van superando la desconfianza mutua y van encontrando belleza en sus diferencias. El balance perfecto entre humor y drama se agradece casi tanto como la historia en sí misma.
En Fresa y chocolate nos encontramos con ese tipo de relato ampliamente explorado por la literatura, el teatro y el cine, de dos personajes antagónicos que terminan funcionando como espejos perfectos de sí mismos y de lo que pasa en la sociedad. Los dos protagonistas son dos realidades, dos visiones de mundos, dos construcciones de sentido, que dialogan, pelean, se unen, se separan, se mezclan, se vuelven a divorciar y terminan pactando una dulce tregua. Porque, ¿no es de eso que se trata la vida?
Si la vemos desde la perspectiva de los temas universales, Fresa y chocolate habla sobre la amistad, la madurez y el encuentro con el otro. Justamente, tres situaciones de la experiencia humana que al mismo tiempo satisfacen y laceran, y esas dos caras de la moneda se muestran sin mezquindades conforme se va desarrollando la historia y cada personaje se despliega. Descubrir, aceptar e incluso aprender a amar la otredad alimenta mucho, pero también duele mucho.
Por otro lado, si entendemos el largometraje desde su contexto sociopolítico e histórico, hay mucho más qué decir. A Fresa y chocolate se le ha calificado como una de las operaciones políticas más inteligentes de la Revolución Cubana. Fue una paloma mensajera, o mejor dicho, fue un documento firmado y sellado de manifestación de voluntad.
Con esa historia Cuba le dijo al mundo que estaba dispuesta a criticarse (y a evolucionar) desde dentro, en sus propios términos, pero como un libro abierto. Y a sus compatriotas, por su parte, que no desesperaran, que las cosas iban a mejorar para todos (en tiempos de período especial), y que ese “todos” incluía a opositores y a homosexuales, los dos grupos que quizá la pasaban peor dentro de la isla con la vista gorda del gobierno. ¿Se cumplieron las dos promesas? Sobre eso hay respuestas encontradas.
Y decíamos al principio que Fresa y chocolate era cine de ruptura antipatriarcal. Yo creo firmemente que así fue y lo sigue siendo. Los noventa fueron años terribles, eran los estertores del machismo más nauseabundo, que para colmo era políticamente correcto. Estaba bien reírse de los chistes misóginos y homofóbicos de Bienvenidos, de Pamela Anderson y sus tetas brincando por el muelle de Santa Mónica o de la virginidad de Britney Spears, entre tantos otros ejemplos.
Que en ese contexto se estrenara Fresa y chocolate, que aparte de lo ya mencionado es un clamor indiscutible por nuevas masculinidades, ¡y desde Cuba! estremece y se agradece; incluso hoy, cuando en general las mujeres sabemos hacía dónde caminar pero los hombres todavía se descubren a sí mismos un poco en el limbo cuando hablamos de una sociedad distinta. Por eso creo que a sus treinta la película es más oportuna que nunca.
Del guion de Fresa y chocolate se han hecho adaptaciones de todo tipo. La película de la que hablamos hoy apenas es la primera. Incluso en Venezuela una versión teatral dirigida por Héctor Manrique donde quisieron meter al chavismo como el malo del cuento, dio mucho de qué hablar.
Podrían hacerse varias películas con historias como la de ese montaje venezolano que derivó en dimes y diretes públicos y privados por todos lados, o la de la rivalidad que terminó existiendo entre el escritor Senel Paz y el equipo del filme por desencuentros creativos. O quizá la mejor, sobre el trabajo de dirección en tándem entre dos grandes amigos que también eran aprendiz y mentor: Tabío y Gutiérrez Alea. El segundo, sufriendo los estragos del cáncer, aguantó estoicamente el rodaje incluyendo una operación de emergencia —fue su penúltima película, murió en el 96— . Pero todo eso ya sería asunto de otra columna.
Para finalizar, sólo puedo reiterar la invitación a verla (o a volver a verla). Yo confieso que lo hago cada tanto porque es una de mis películas favoritas y además porque, lo digo con la frente en alto, tengo un crush con Pichi (como llamamos cariñosamente sus fans a Jorge Perugorría).
Otra recomendación es buscar el cuento que le da nombre al filme (es cortito y muy rico de leer) y luego una novela del mismo autor que se convierte en precuela del filme y además en su título rinde homenaje a mis amados Beatles: En el cielo con diamantes. Yo la compré hace añales en la Librería del Sur del Celarg, quizá aún se consiga por ahí.
En 2016 tuve la oportunidad de entrevistar a Mirtha Ibarra (de esos momentos alucinantes que te regala “el mejor oficio del mundo”), quien me dijo algo que quizá resume todo esto que les he compartido:
“Fresa y Chocolate es de una actualidad increíble. Primero porque la homofobia existe todavía en montones de países, pero, sobre todo, porque la esencia de la película es la intolerancia. Y la intolerancia abarca muchísimos conceptos. Puede ser sobre la religión, también al que piensa diferente. Considero que la película es una obra maestra y las obras maestras perduran en el tiempo”. ¡Salud por eso!
POR ROSA RAYDÁN • @rosaraydan