16/01/24. Según la Organización de Naciones Unidas (ONU), el treinta y cinco por ciento de las mujeres de todo el mundo ha sufrido violencia física y/o sexual por parte de un compañero sentimental o de una persona ajena a ella en algún momento de sus vidas.
Además, datos del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), aunque se quedan cortos, revelaron que alrededor de quince millones de niñas y adolescentes entre quince y diecinueve años de todo el mundo, han sido obligadas a mantener relaciones sexuales forzadas (coito u otras prácticas sexuales forzadas) en algún momento de sus vidas.
La violencia sexual contra las mujeres debería catalogarse como un problema de salud pública. Ya que no es sólo grave sino persistente y, además, afecta a sociedades en todo el mundo. También, termina convirtiéndose en un trauma que daña la vida de las mujeres.
Si bien hay avances en cuanto a la concienciación de las personas en este respecto, y avances especiales en cuanto a las leyes para proteger a las mujeres, la violencia sexual sigue siendo una realidad devastadora para muchas, incluidas, niñas y adolescentes.
Pero la realidad es que todos (incluidos hombres) somos víctimas de un sistema machista que perpetúa la fragilidad y vulnerabilidad de las mujeres, reforzando así el predominio masculino y afectando negativamente nuestros derechos.
¿Cómo? A través de los medios de comunicación tradicionales, las redes sociales, y un largo etcétera que reproduce mensajes e imágenes contra nosotras.
En las redes es frecuente la crítica hacia la mujer abusada y esto refuerza la tesis de que somos culpables de lo que nos sucede en las calles, en la casa, o en cualquier entorno en el que podamos ser endebles. Seguramente han leído frases como: “pero, ¿qué hacía a esa hora en ese lugar?”, “¿por qué estaba acompañada de hombres?”, “es que ella se fue sola a esa fiesta”.
Comentarios absurdos como “es que llevaba una falda muy corta”, “ella se lo buscó por estar mostrando tanto”. Mientras que el abusador es sólo eso, el abusador que cometió una falta gravísima por culpa de una mujer irresponsable.
Y, ¿dónde quedan nuestros derechos a SER?, ¿dónde queda la voz golpeada de la mujer abusada, de la mujer que gritó NO, y aun así, abusaron de ella?
No importa cómo vista, a dónde fue, con quién estaba. No importa el contexto, ella no quería ser abusada. Ninguna mujer quiere serlo, por eso es necesario entender el mensaje: “No es No”. Y esta negativa, en ocasiones, no tiene por qué ir acompañada de argumentos: “Es NO”.
Cuando una mujer se niega es porque, simplemente, “no quiere”. Y esa negativa debe ser respetada en cualquier lugar en el que se encuentre, con quién se encuentre, aunque esté sola, borracha, enfiestada, se muestre cariñosa, simpática, sonría mucho, etcétera.
La sexualidad debe ser un acto consensuado entre dos o más (según sea el caso), incluso, con la pareja, el novio o la novia. De hecho, el acto sexual también debe ser un consenso entre el esposo y la esposa en el hogar.
No existen excusas, ni siquiera un anillo en el dedo es excusa para faltar a ese consenso. Porque la violencia sexual también se da en el matrimonio, en el noviazgo, con el “arrejunte”, con “el amigo con derecho”.
Cuando reivindicamos que “No es No”, es porque queremos dar un mensaje claro y preciso: Las mujeres no se tocan si no es con su consentimiento. Es un mensaje de soberanía, de respeto, de solidaridad, de paz.
Es un mensaje, incluso, de amor.
POR SARAH ESPINOZA • @sarah.spnz
ILUTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta