18/02/24. Todas las leyendas, verdades y opacidades en torno a Los Beatles, la agrupación británica que cambió la historia de la música moderna, son válidas y necesarias en la medida en que ayudan a distribuir en el inconsciente colectivo el enorme impacto cultural que significaron para nuestra época.
John, Paul, Ringo y George, los llamados Cuatro de Liverpool por nombrar su sitio de procedencia, una ciudad costera ubicada casi 400 kilómetros al norte de Londres, fueron ingredientes precisos en su dosis exacta para crear ese hormigón de melodías celestiales salpicadas de armonía, ritmo, fuerza, revelación, que tanto influirían no sólo sobre el resto de la música que se hizo y aún se hace en el mundo desde principios de los años sesenta del siglo pasado, sino en los consecuentes códigos culturales que llegan hasta nuestros días, hasta el punto de que un marxista convexo como el trovador Silvio Rodríguez, los elogia con fascinación de groupie.
Aunque otros chamos formaron parte fugaz del conjunto (como los fundadores Stuart Sutcliffe y Pete Best), el cuarteto reconocido y original es el de esos cuatro muchachos inquietos que por disposición de dios (o del diablo, cómo saberlo) coincidieron en un tiempo y lugar precisos para tonificar la alquimia necesaria de la perfección. Y no es por pura aclamación vacía que hacemos tal afirmación, sino que como evidencia inobjetable, cada uno por su cuenta logró carreras más o menos exitosas, pero jamás de la magnitud épica de su hechura en equipo.
Para otros efectos, se ha querido plantear desde siempre la presencia de otro Beatle: un ser corpóreo y sutil, que estuvo allí guiando los hilos mágicos de los prodigios desde siempre y que sencillamente ha sido bautizado como el “quinto Beatle”.
Para algunos fue George Martin, el productor musical e ingeniero de sonido que matizó coros, agregó arreglos orquestales, complementó con instrumentos inauditos como un yunque. Otros dicen que fue Brian Epstein, su manejador, el hombre que les cambió el look y los colocó en la ruta del éxito comercial. Para la mayoría fue Billy Preston, el moreno sabrosón que tan ricas tonalidades le sacó al órgano Hammond en la última etapa de su carrera para discos sacrosantos como Abbey Road y Let It Be. Lo cierto es que la leyenda urbana habla del “quinto elemento” que obró el milagro, aunque con ver la serie documental Get back de Peter Jackson, tenemos para comprobar que esos carajitos, entre inmadurez, disciplina y desparpajo, entre los veinte y treinta años de edad, fueron capaces de labrar solitos la maravilla de su música inmortal.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN JADE MACEDO • @jademusaranha