29/02/24. En nuestro país, aunque nos creemos muy alegres, con frecuencia olvidamos la suprema felicidad, prescrita por el libertador Simón Bolívar como principio ineludible para forjar ciudadanos de una república libre, como nos lo recordó Chávez. Detrás de esto está la idea del bien proclamada por Platón… Bolívar la reconsidera como algo posible en esta tierra como un proyecto político, donde, agregamos, debemos reinsertar el lugar ineludible de las artes, como principio robinsoniano…
Si abonamos y regamos cuidadosamente El Árbol de las Tres Raíces por el cual trabajó Chávez, encontraremos muy probablemente la clave para aniquilar uno de los más fuertes experimentos ideológicos que se sigue instaurando sobre el intencionalmente denominado tercer mundo, justamente a inicios del proceso de la reconstrucción europea después de la segunda guerra mundial y su retórica “primer mundista”. Especialmente en torno a una política jurídica bastante hipócrita como podemos advertir incluso desde la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano –recordemos el guillotinamiento de Olympe de Gouges-: el mito del desarrollo, el mito del progreso y el mito de la modernidad. Los tres se han legitimado históricamente como parte de una razón colonial que en nada es razón histórica como la sostuvo Aníbal Quijano, es decir, como una forma de razón emancipante desde la diversidad cultural de Nuestra América, por asumir, agreguemos nosotros, este gran concepto martiano.
Así, no se trata del desarrollo como producción e instauración ideológica desde una sola manera de ser y estar en el mundo, como mythos en tanto narrativa etnofágica que alimenta y expande el poder de una minoría a partir de, por ejemplo, la biopiratería desplegada en los ecosistemas de la selva amazónica, especialmente por las grandes empresas oligopólicas del complejo farmacéutico y militar saqueando nuestros recursos bajo el lema de una “felicidad” planetaria que jamás ha podido ni podrá ser tal… Se trata, en cambio, de ser protagonistas de nuestras propias vidas, por muy complejo que sea, no es imposible…
Parafraseando a Allende, la felicidad es nuestra y la hacen los pueblos, es decir, nosotros mismos somos quienes protagonizamos nuestra felicidad o no será tal. Valgan estas líneas como un insumo para la reflexión sobre las siete transformaciones que debemos exigirnos como nación soberana y a la cual nos ha invitado el presidente Nicolás Maduro.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ • @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ