07/03/24. En nuestro Metro, lento, caluroso, repleto, se escenifica en casi todos los vagones, casi todo el tiempo un tipo de representación que podríamos llamar “disputa de dos para un público ajeno e infinito”. A diferencia del teatro formal los dialogantes que pocas veces se conocen, entran en verdadera sintonía: establecen un conflicto “conceptual”, afinan tono, volumen. Fingen a la perfección que es un asunto entre ellos dos, aunque a veces los traiciona una mirada significativa hacia su auditorio.
Lamentablemente el repertorio dramatúrgico cada vez es más machacón, nada imaginativo. Aunque la gracia de estas funciones es la improvisación, cada vez se hace más evidente que son parlamentos aprendidos, no en un libreto sino en el acervo de lugares comunes que alimentan a la mayoría de conversaciones, monólogos, discusiones acaloradas, públicas y privadas en nuestra ciudad. Se sospecha que el fenómeno ocurre en el resto de nuestro territorio nacional. No se sabe con certeza cuál es el grado de alienación en algunos lugares remotos.
No queda más remedio, por ser público cautivo en los vagones, que obviar el contenido y fijarse en las emociones, sentimientos, matices, inflexiones, gestos que utilizan los “discutientes”. Asunto que nos acerca a lo que se llaman recursos de actuación. Les pasa como a algunos actores y actrices profesionales que logran un buen repertorio de estos modos para emplearlos en escena. Así representan a la bella Casandra de El castigo sin venganza escrita por Lope de Vega, o a Nora de Casa de Muñecas, escrita por Ibsen, o Segismundo de Calderón de la Barca, en la Vida es Sueño, o Mack Cuchillo de La ópera de los tres centavos de Bertolt Brecht, usando los mismos tonos, cadencias, giros, matices.
En el Metro se representan tópicos como la temporada de beisbol criollo, los vaivenes entre oposición y gobierno, el fin del mundo, la biblia, y algún otro tema con escasa presencia de reflexión, pero llenos de la misma oquedad discursiva. Con tanta teatralidad patética suele extrañarse la sabiduría popular.
Lo más interesante de este teatro de la cotidianidad es la capacidad de aguante que propone la situación. Tanto de quienes hacen la obra, como de los que la padecen. A veces suben la voz, se insultan, pero el público sabe que no va a pasar nada. Unos y otros son lo mismo y argumentan lo mismo. El pasajero, frente a esta catarata estéril de palabras, lo que quiere es llegar a su estación, que se abra la puerta, que entre un fresquito, poder respirar aire puro y aliviarse de la monserga.
POR RODOLFO PORRAS • porras.rodolfo@gmail.com
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ • (0424)-2826098