18/03/24. Un sillón calentito y dos horas de la noche de mi domingo me bastaron para devorar con fruición En agosto nos vemos, la novela póstuma de Gabriel García Márquez que vio la luz este 6 de marzo.
La leí en versión digital —estrenando mi flamante Kindle Paperwhite Signature, obsequio de mi amor— echando de menos el aroma a libro nuevo, pero saboreando con emoción la prosa de Gabito, que aunque, sí, se presenta algo demacrada (se ha explicado de sobra que escribió la novela ya con facultades disminuídas) se siente como un reconfortante abrazo a ese ser querido que pensaste jamás volver a ver.
Regresar a la literatura que nos hizo felices es un placer que ojalá toda la humanidad pudiera experimentar. Nada como esnifar el olor de casa, y qué importa si está un poco vieja y desvencijada. El lugar amado, reinventado una y otra vez, generoso, no deja nunca de acunarte.
Exactamente eso sentí cuando volví a los brazos de ese viejo amigo. Y, ¿qué les puedo contar? Un montón de cosas.
Sobre la novela
“Volvió a la isla el viernes 16 de agosto en el transbordador de las tres de la tarde”. Así comienza esta historia, el relato de una mujer en sus 46, felizmente casada y con dos hijos adultos, quien tiene por costumbre ir año a año a llevar flores a su madre, enterrada en el cementerio de una isla.
No quisiera hacer tanto spoiler, pero el hecho es que ella, sufriendo por los conflictos que le plantea el envejecimiento, decide casi sin darse cuenta cambiar el objetivo de sus peregrinaciones: de ser encuentros con la muerte, los convierte en encuentros con la vida, pero una distinta en la que se atreve a ser otra. Los efectos de esas 24 horas de adrenalina le duran todo el año, hasta que descubre que quizá su práctica adictiva de escape tiene más de mal hereditario que de rebeldía inédita.
No es esta, ni de cerca, la obra maestra del Gabo, pero creo que nadie esperaba eso. En los albores de su centenario, Gabo no tiene nada que probarnos. Con este libro, más que buscar un reconocimiento ganado de sobra, el autor pone en nuestras manos una nueva y valiosa pieza para quienes somos coleccionistas convictos de su universo.
Sobre Ana Magalena
Otra cosa que me gustó: su protagonista. Y no solamente por su épica. También me enamoró porque creo que le hace una gran favor al Gabo permitiendo que su última obra sea sobre la mujer que es.
No me atrevería jamás a llamarla una novela feminista. No lo es. Pero, sin duda, En agosto nos vemos envejecerá mucho mejor que Memorias de mis putas tristes, la que hasta ahora era su última novela, con un tufo pedófilo que incluso viniendo de García Márquez era difícil de justificar.
La historia de aquel anciano que pagaba para dormir con adolescentes cede su lugar como acto de cierre a una antiheroína en tensión con su linaje femenino, configurado en el recuerdo de su madre y en la relación tirante con su hija. Un punto y final diametralmente distinto y valeroso para la epopeya literaria de nuestro Gabo.
“Hay que destruirlo”
“En un acto de traición decidimos anteponer el placer de sus lectores a todas las demás consideraciones. Si ellos lo celebran, es posible que Gabo nos perdone”, dicen los hijos de Gabo en el prólogo, donde revelan además que luego de muchos ires y venires del manuscrito, la sentencia final de su padre fue: “Este libro no sirve. Hay que destruirlo”.
Pero así como piden la absolución, Rodrigo y Gonzalo García Barcha esbozan una teoría: “La falta de facultades que no le permitieron al Gabo terminar el libro también le impidieron darse cuenta de lo bien que estaba, a pesar de sus imperfecciones”.
Leí un artículo de El País que se preguntaba: si Gabo quería destruirlo, ¿por qué no lo hizo él mismo? Y eso me recordó el prólogo de Doce cuentos peregrinos, donde el propio García Márquez cuenta que la obra se titula así por los múltiples viajes que los manuscritos hicieron hacia y desde el cesto de la basura. La propia portada de la versión original, publicada por Oveja Negra, es una papelera rebosante de hojas mecanografiadas hechas jirones.
Gabo dice que en una de esas crisis, “al contrario de lo que siempre les había aconsejado a los escritores nuevos, no los eché a la basura sino que volví a archivarlos, por si acaso”.
Creo que este es otro caso de un cuento peregrino. Si Gabito rescató aquellos, ¿por qué no habría de rescatar a Ana Magdalena Bach? Antes bien, hizo lo mismo: no la botó, solo la archivó, “por si acaso”.
Bonus track
El libro viene con un pequeño obsequio: la reproducción de cuatro folios de manuscritos originales tipeados por García Márquez en 2004 con notas escritas a mano por él y su secretaria Mónica Alonso.
Las notas van desde la corrección de tildes, la eliminación o suma de adjetivos (seguramente para lograr ese ritmo respiratorio que siempre dijo buscaba alcanzar en sus lectores), y la sustitución de palabras por algunas que para quienes hemos peinado las novelas del autor sabemos que son de perogrullo porque son de sus predilectas, por ejemplo, “vapor” por “sopor”.
Si esto te deja con ganas de más, cualquiera con suficiente tiempo (porque eso te va a obsesionar) puede buscar en Internet al Harry Ransom Center de la Universidad de Austin, Texas, que custodia los papeles del Gabo. Ahí te puedes dar banquete al navegar a tus anchas por su archivo personal, notas, originales y más.
“La gente dirá que Gabo no quería. Pero bueno, hay algo que siempre nos liberará de la culpabilidad, y es que él solía decirnos: ‘Cuando yo esté muerto, hagan lo que quieran’”, dijo su hijo Rodrigo a El País.
Yo, como lectora, soy feliz reencontrándome con él. En un mundo donde pasan cosas horribles, que llegue a nuestras manos una nueva canción de Lennon o una nueva novela del Gabo, ese pequeño milagro basta para sanarnos, aunque sea por dos horas de la noche del domingo.
POR ROSA RAYDÁN • @rosaraydan
ILUSTRACIÓN ENGELS MARCANO • cdiscreaengmar@gmail.com