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Cuando el objeto (de deseo) es el cuerpo…

Por una cierta “naturalización”, el goce no suele ser bien visto, sobre todo porque sigue siendo “tabú”, hablar del placer más allá de lo que se reconoce como aceptable socialmente

05/04/24. Así, pueden ser reconocidas en nuestra herencia cultural patriarcal heteronormativa, por ejemplo, el hacer alusiones al órgano sexual masculino como símbolo de poder, pero no siempre al femenino, -hacerlo puede ser motivo de burla u ofensa, según el status quo-.

 

Afortunadamente, cada día van saliendo investigaciones donde lo femenino late, incluso como condición realizativa –inevitable- de la humanidad y, concretamente, sobre su inherente genitalidad.

 

Reconocer y buscar la complementariedad entre goces, gustos, afectividades y subjetividades en general, así como las maneras de comprender las historicidades que les dan soporte, resulta vital si de vivir se trata, entendiendo la vida como vida buena, cualesquiera sean los géneros implicados.

 

En esta oportunidad, el tema nos direcciona en ese sentido: el cuerpo, la corporalidad, pero no como mero objeto de deseo, sino como vivencia objetivada, es decir, centro de atención desde donde se proyecta la vida. Entendiendo que esta no puede ser sino cuando el cuerpo se asume como horizonte de plenitud, o al menos, nos acercamos a eso, en tanto experiencia del sentir/sentido: el sentimiento y la direccionalidad de lo que consideramos el yo “en su inmediatez”, aunque suene muy trillado pero no siempre lo suficientemente asumido: el amor propio a nuestro cuerpo, e incluso más allá: el amor hacia sí mismo compartido con el amor hacia otro cuerpo, donde por ejemplo,  deseamos el placer de nuestro cuerpo en la medida en que nos reconocemos cuerpo deseado por otro cuerpo… Tal deseo se revela como goce y, en concreto, en este caso, cuerpos en interacción en el acto sexual.

 

El encuentro de los cuerpos en el acto sexual, puede verse, por ejemplo, como un juego, y así poder experienciar las diversas posibilidades de potenciación de dicho goce, donde los cuerpos pasan a ser objeto de deseo, pero sólo en la medida en que se reconocen parte, los unos con los otros, de sí mismos.

 

En este mismo sentido, en nuestra realidad cultural del mundo occidental urbano, puede parecer común que no siempre se vean las sex shops como algo necesario para el goce sexual, a pesar de la proliferación de estos lugares donde cada vez existe un nuevo juguete para potenciar dicho goce, en solitario, en pareja o en grupo.

 

La exploración, venga o no acompañada de dichos juguetes, es libre, siempre y cuando, los consumidores sean mayores de edad. Cada quien puede explorarlos, explorarse con ellos, volvamos a decirlo, sea individual o mutuamente y en este caso, siempre de manera consensuada... Después de la mayoría de edad, debemos saberlo, no existe límite de edad para eso.

 

La exploración del cuerpo, sus deseos y sus placeres, puede ser sola o solo con su o sus objetos. Esto de ninguna manera debe verse como una perversión. Sin embargo, es cierto, algunos expertos indican que la excesiva dependencia a tales juguetes, puede desplazar e interferir en el goce piel a piel, es decir, cuerpo a cuerpo, con la compañera o el compañero sexual, según sea el caso, si es que se desea estar en compañía en ese momento.

 

Así mismo, la hipersexualización de la vida puede traer consecuencias no muy gratas, como por ejemplo, distorsiones de la realidad, narcisismo, egoísmo y demás problemas para la debida conducción en sociedad. En consecuencia, aconsejaríamos, todo uso en su justa medida, en su justo momento y en su justo lugar, para que el deseo sexual, componente indispensable de la vida, sea lo más pleno y placentero de dicha vida.

 

 

 

 


 

POR BENJAMÍN MARTÍNEZ  @pasajero_2

 

ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta

#SoberaníasSexuales #Deseo #Intimidad

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