13/06/24.Parece que no hay manera de entender el mundo actual sin acordarnos de lo que pasó e incluso de lo que se pensó en Grecia. Esa idea, del mundo nacido en un solo sitio y donde los otros no aportaron, es falsa y racista. El mundo es un lugar de interconexiones, de influencias mutuas. Entenderlo, a veces, es tan sencillo como mirar la oferta de comida o incluso un solo plato. Omitirlo es seguir dándole cuerda a quienes proponen una lectura colonial del mundo.
Pero entremos en nuestro asunto. Es imposible pensar en filosofía sin entrar en contacto con Sócrates, Aristóteles o Platón y estos tres panas eran griegos. Sócrates fue el maestro de Platón que fue quien le enseñó filosofía a Aristóteles y a pesar que en la obra de los tres podemos conseguir unas líneas atrozmente misóginas, son las de Platón y Aristóteles las mas famosas por ello.
Sócrates dejó algunas huellas de respetar a su madre y de ellas se ha guardado evidencia que en Grecia las mujeres -o algunas de ellas- trabajaban al menos en asuntos relacionados con la salud. Fenáreta, esposa de Sofronisco y madre de Sócrates era partera y su hijo se consideraba su colega. No porque lo suyo fuera la obstetricia sino porque entendía que su trabajo era el alumbramiento. No de las mujeres, ni de sus hijos sino de los hombres y sus ideas.
El tamaño de Sócrates en la historia de la filosofía es tan monumental que sus colegas se dividen entre los que vivieron antes -presocráticos- o luego de él. Su manera de pensar, la dialéctica, es tan influyente que se habla del método socrático para entender el mundo y sus cuestiones. Y cuando pensamos que con ese recorrido tan extraordinario podemos leer en su diálogo sobre la naturaleza del saber, llamado Teeteto o Teetetes, que reconoció que su manera de acercarse a la vida y al saber la había tomado de su madre, que, con sus manos y paciencia, luces y experiencia, cuidaba alumbramientos.
En sus obras, Platón y Aristóteles fueron mas brutales con las mujeres, el tiempo que siguió tanto en Grecia como en Roma fueron cada vez más duros para ellas, pero a medida que se mira el mundo con nuevos ojos, que comenzamos a no dar nada por natural y dudamos de todas las explicaciones sencillas y planas, descubrimos relaciones insospechadas, hasta de respeto y agradecimiento, entre hombres y mujeres, entre madres e hijos, amigos y parejas.
Al hacerlo, me convenzo una y otra vez que no existen moldes únicos y que podemos educar en la empatía, en el respeto y en la libertad. Sin las pesadas condenas que imponen los modelos únicos, las limitantes maneras de ser hombre o mujer y de relacionarnos entre nosotros y los congéneres.
POR ANA CRISTINA BRACHO • @anicrisbracho
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta