A mamá, que me enseñó a ser alegre.
Defender la alegría como un principio
Mario Benedetti
11/07/224. Lo primero que debemos advertir es que es una película para adolescentes, donde de hecho a un grupo de ellos se les consultó para su realización, pero también para los mayores. Lo segundo es que ha sido la más taquillera de este año a nivel mundial, según los entendidos, batió récord como la segunda más vista del año desde su estreno el 14 de junio en Estados Unidos, donde nació en los estudios de Pixar Animation Studios y para Walt Disney Pictures. En nuestro país ha sido la más vista de este año, superando desde su primera proyección, el millón y medio de audiencia sólo en salas de cine.
Se trata de la segunda parte de Inside Out, que apareció nueve años atrás, dirigida también por Kelsey Mann, quien entonces se estrenaba como director. Si traducimos literalmente el título podremos captar de qué se trata: “De adentro hacia afuera”. De hecho, nos sumerge a un mundo desconocido para tratar de comprenderlo. No, no es tan desconocido, lo vemos a diario, lo sentimos, es lo que somos, nuestras emociones, pero de las que no siempre se habla. Es cierto, “intensamente” es la etiqueta que solemos ponerle a la forma en que experimentamos los cambios bruscos del sentir, especialmente en la “adolescencia”, la juventud que, no obstante, en cierta forma, nunca dejamos completamente de ser.
El éxito de esta producción nos invita a un remarcaje: somos seres mediáticos, y como tal todas estas emociones que allí se presentan bajo determinadas personificaciones, ya se encuentran estampadas en numerosas prendas de vestir, incluso aterrizándolas al argot venezolano, especialmente caraqueño, y seguramente se hará en otras regiones.
¿De qué se trata? ¿A qué se debe este “fenómeno” de acentuar las emociones que constituyen y determinan nuestro carácter? ¿Existe acaso el revival de una necesidad de comprender-nos? Pienso que no es casual, por ejemplo, que en nuestro país, la carrera de psicología haya repuntado como la de mayor demanda durante los últimos años, a pesar de que todavía se vea raro asistir al psicólogo o al psiquiatra, pero no ir a que te lean las cartas o ver una película como esta.
Una película por sí sola nunca ha sido ni será suficiente para comprendernos, puede ser un recurso que potencie nuestra imaginación moral, para realizar por ejemplo un zoom sobre lo que sentimos y podemos objetivar en un momento determinado, pero no más.
Vayamos ahora a la película, sin intención de hacer espóiler, a primera vista la alegría parece ser el personaje principal, lo que está en riesgo en la vida de Riley Andersen, la adolescente de trece años cuya historia nos invitan a conocer. De ser así, podemos asumirla como posibilidad de anclaje, de un “cable a tierra” en pos del reconocimiento de la autodeterminación humana, sobre todo cuando aparecen otras emociones en escena: ansiedad, envidia, vergüenza y aburrimiento, junto a las ya existentes: alegría, tristeza, temor, furia, desagrado, quienes deberán trabajar en pos de un renovado “sentido de identidad”, pero no será suficiente con Alegría al mando…
Lo anterior nos conduce a lo que expresa Fernando Savater cuando habla del desafío moral de la alegría, comprendiendo a esta como lo contrario a la muerte, donde la ética y lo moral se presentan como un recuerdo racional permanente de la alegría, ante el reconocimiento de la realidad tal como es. La alegría revela su potencialidad humana, en tanto producción social y dialógica, cuando lo que más me conviene es que las otras personas compartan, amplíen la alegría, entendida esta como “aquello que queremos para nosotros”. La alegría es pues, el bien que anhelamos para ser, para vivir en sociedad.
Ante lo cual recordamos que nos podemos agotar queriendo satisfacer las exigencias de los demás, no se trata de hacer felices a los otros, sino desde una relación recíproca, reconocer que tanto ellos como nosotros somos, en el amplio sentido de la palabra, capaces de ser alegres, capaces de vencer la muerte, integrando la alegría a las otras emociones que brotan como hilos ante determinadas vivencias, constituyendo así el gran tejido del alma.
Por eso la alegría es una de las más bellas metáforas de la inmortalidad, ser alegre es reconocer que podemos trascender la hostilidad del mundo, pero también que sin esta no podemos exigirnos el desafío que supone florecer allí donde todo parece muerte. Ya lo ha dicho nuestro poeta Rafael Cadenas: florecemos en un abismo.
Por esto y otras cosas más, vale la pena ver esta segunda etapa de la película, es decir, de la vida. Y seamos, por muy difícil que parezca, sujetos dispuestos a vivir alegres los unos con los otros.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ • @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ENGELS MARCANO • cdiscreaengmar@gmail.com