25/07/24. Me bajé del autobús a unos quince metros de una intercepción de la avenida Universidad, a unas cinco cuadras de mi destino, porque la unidad -como le gusta decir a algunos- tenía cinco ciclos de semáforo detenido. La primera burla al cambio de luz fue a causa de que el colector le dio la indicación al chofer: ¡Aguántalo! Luego comenzó a gritar: ¡Antímano, Quinta Crespo, Capitolio, La Hoyada! En perfecto orden inverso, elevando su voz sobre la del colector del bus que estaba detrás nuestro, que vociferaba nombres muy parecidos, y superponiéndola, también, a la voz de Eddie Santiago, que nuestro chofer escuchaba a todo volumen: "Mía porque le mostré a tu piel lo bella que es la vida. Y tú sabes bien que es así, schururuu” y sobre las voces de unos cincuenta buhoneros que en la acera ofertaban productos similares, como si su producto superara a los de la competencia dado los alaridos con los que lo ofertaban.
La segunda luz verde se debió a que los pasajeros fueron llegando graneados, apuraditos, reclamaban su legítimo derecho a montarse en el transporte donde les diera la gana, dado que no hay paradas ni conocidas ni reconocidas a lo largo de toda la avenida. Nos llegó, así, el tercer advenimiento de la verde sin que el vehículo avanzara un ápice. ¡Por fin hizo un amago de arrancar la nave automotor con el cuarto advenimiento de la luz verde, cuando se formó una cola instantánea de carros que subían por la intercepción! Se detenían frente a nosotros de una manera olímpica, perfectamente inconsciente. Era imposible alcanzar la otra calle porque estaba trancada por una cola. La radio insistía en cómo un polvo puede mostrar lo bello que es la vida y al mismo tiempo otorgar el derecho de propiedad sobre una chica. Este adefesio musical se orquestó con las mentadas de madre de todos los choferes, las cornetas, la perorata de un vendedor que daba clases de educación mientras vendía “Flaquito” un chocolate cien por ciento venezolano. Así llegamos al quinto cambio sin movernos y a mi decisión de bajarme, confundirme entre el mar de personas que, al igual que yo, sorteaba los innumerables puestos de buhonería.
Al llegar al cruce me sorprendió la acción de un policía que logró detener la afluencia de vehículos al caos de la intercepción por unos segundos, luego continuó discutiendo con una buhonera que le juraba que ya le había pagado no sé qué, que iba a llamar a no sé quién. Del asombró y el hartazgo pasé a las ganas de llorar, no por la situación en sí misma, sino que me dio un ataque de nostalgia, ya que de otro autobús detenido me llegó la versión de Miguel Molly, de una canción de Franco de Vita, cuyo leitmotiv reza “esto ya lo había vivido”. Recordé tantas vivencias de hace treinta y pico de años, y bueno, antes de ponerme a llorar preferí seguir adelante.
POR RODOLFO PORRAS • porras.rodolfo@gmail.com
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