16/08/24. No es nada nuevo que un ser alienado derrumbe estatuas que representan los símbolos considerados como patrios por los partícipes de un cierto imaginario nacionalista. ¿Cómo surge el indio como categoría identitaria de un pueblo? Desde el mismo momento en que “la clase subalterna”, se apropia defensivamente del término-etiqueta “indio”, impuesto por la colonialidad eurocéntrica en su intento de instaurar un nuevo lenguaje, una nueva religiosidad ajena a su objeto de dominación: los diversos sentidos pluriespirituales, jurídicos, político-sociales, propios de las diversas culturas de las sociedades que siguen, afortunadamente, habitando diferencialmente cada una de las regiones que configuran nuestra geohistoria y geocultura nacional.
Coromoto, el indio, es hoy Venezuela, destrozar su estatua es darle a la Matria, es decir, la Madre Patria que nos cobija, donde más le duele, como quitarle la octava estrella a la bandera...
Nos referimos aquí a los más de 53 pueblos indígenas, cada vez aparecen más, como parte de un proceso de autorreconocimiento que, no debemos olvidarlo, se potenció a partir del proceso constituyente de 1999. Es decir, en el marco de una revolución jurídico-social que esos mismos pueblos clamaban y siguen exigiendo desde hace décadas. Sí, digo siguen, porque todavía queda mucho por hacer. Pero se logró, son sujetos de derecho, no son animales, no son cosas, como suelen seguir creyendo los fanáticos del imperialismo etnogenocida, es decir, aquellos que no pueden pensar por sí mismos, sino a través de libretos impuestos para la permutación de su propia enajenación, es decir, del orden colonial.
Lamentablemente, es muy breve el espacio aquí para precisar nuestra exposición con más detalle, pero es necesario recordar que sólo bajo la instauración cognitiva-afectiva del extrañamiento del sí mismo, es posible llegar a odiarse, a rechazar la maravillosa riqueza que nos constituye como seres humanos. Tal es lo que se denomina endorracismo, el cual se ha hecho tan natural que pasa desapercibido. De la misma manera, otros referentes coloniales, como el hecho de que no se cuestione, por ejemplo, el referirse a una plaza en una universidad privada en la capital de nuestro país, Venezuela, como “plaza Mickey (mouse)”, y se ve como una “gracia simpática” cuando el rector de esa misma casa de estudio, en pleno acto de grado, así la llama.
Para aquellos que gozan y sueñan con una wonderland, debemos decirles que otra es la maravilla: el ser conscientes de nosotros mismos y de nuestra historia. Las y los venezolanos, forjados desde la resistencia –como toda nación que se digne de reconocerse como tal-, nos hacemos únicamente desde esa herencia, la de la dignidad y el respeto de nuestra soberanía, lo cual incluye nuestros propios valores tan materiales como espirituales. Lo cual no quiere decir, de ninguna manera, que nos negamos al diálogo interreligioso, intercultural e interpolítico, pero no podemos negar lo que somos, hacerlo nos desaparecería como seres humanos.
¿Qué somos? Es una pregunta que siempre debemos hacernos cuando se llega al punto en que la identidad parece disolverse en la “liquidez” de lo posmoderno, por recordar ese concepto de Bauman. El qué somos como venezolanos, nos invita a pensar en el indio, el indígena, el habitante originario de esta tierra profunda –como lo sostuvo, para el caso mexicano, el gran antropólogo Guillermo Bonfil Batalla-, como una subjetividad que ha sido y sigue siendo productora de un pensamiento propio, en su diversidad, porque ya lo hemos dicho, son varios pueblos indígenas con sus idiomas, su manera de producirse culturalmente de forma diferenciada entre sí y mucho más con los que no son indígenas.
Ahora es necesario recordar aquí, que una cosa es la indianidad como concepción particular de vida de cada una de estos pueblos y otra cosa es el indigenismo que ha sido especialmente después de la Revolución Mexicana, la política de estado-gobierno hacia los pueblos indígenas, no pocas veces en detrimento de la propia autodeterminación de tales pueblos.
Desde allí llegamos a un jefe indio, cuya historia excesivamente parcializada, nos contaron de niños, al menos a los católicos: la virgen maría (blanca) se le presentó al cacique de “la tribu” digamos mejor, pueblo, Coromoto… y le dice que vaya donde los blancos a que le echen agua en la cabeza y así vaya al cielo… la historia de la advocación mariana es más larga, y para algunos creyentes “más hermosa”, pero es, al menos yo no puedo negarlo, evidentemente, de sometimiento colonial… No está demás que recordemos aquí la aparición, en México, de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego…
Lo cierto es que en Venezuela, la virgen es ahora “Nuestra Señora de Coromoto” “Patrona de Venezuela” y el indio Coromoto es ¡ejemplo de resistencia! La creencia en la virgen y en el indio se han hecho pilares de nuestra fuerza, es decir, de nuestra fe como venezolanos.
No podemos olvidar tampoco que la mencionada patrona llega a legitimarse como tal en la dictadura de Pérez Jiménez, cuyo mandato reinó bajo “el nuevo ideal nacional”, símbolos patrios, símbolos de culto donde la virgen no podía faltar… y no olvidemos la estatuaria indigenista del gran Alejandro Colina: Indio Caricuao, Indio Tiuna, Indio Chacao… todos símbolos necesarios para reivindicar un pasado y un presente de resistencia…
Volvamos a Coromoto, el indio. Para los feligreses tan propiamente religiosos como políticos, constituye una polisemia, es decir, podemos leer varios significados dependiendo de lo que deseamos buscar. Lo cierto es que, hay quien cree que derrumbando la estatua de un indígena que es considerado un héroe de la resistencia, valor patrio y fundamental de nuestra identidad nacional, aniquilará así el imaginario de un pueblo que ha decidido a ser libre, soberano, arraigado a una ancestralidad que, obviamente, quien sigue libretos ajenos jamás entendería, ni puede, por ende, querer.
Coromoto, el indio, es hoy Venezuela, destrozar su estatua es darle a la Matria, es decir, la Madre Patria que nos cobija, donde más le duele, como quitarle la octava estrella a la bandera, como voltear esa misma bandera y demás acciones etnocidas. Es cierto, un pueblo consciente de sí, no cae jamás con esos golpes, pero no puede permitirlos.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ • @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ