“Del comunismo no quedará ni rastro”
Francis Fukuyama
“Jamás la canción tuvo punto final.
Siempre deja una brecha, una rendija”
Chino Valera Mora
05/12/2022. ¡Vaya título para una columna que pretende abordar la teatralidad de lo cotidiano! Más bien parece el anuncio de una homilía en el rito de una de esas religiones que preconizan el advenimiento de los últimos tiempos. Pero, la verdad es que la visión apocalíptica está presente en el diario vivir. Desde el vetusto “fin de mundo” de nuestros abuelos, pasando por aquel “se acabó el pan de piquito”, hasta llegar a cosas como el derretimiento de los glaciares, el calentamiento global, la capacidad de los países “desarrollados” de acabar con el planeta unas setenta veces si sumamos el inútil tonelaje de todos ellos juntos y así tantas frases, versos y estafas que retornan a la amenaza definitiva siglo tras siglo.
El apocalipsis, como dicen algunos -bien en libros sesudos o en el asiento de adelante en el autobús- ocurre cada vez que muere una persona; también cuando los cambios en una sociedad o en una cultura echan por tierra un tinglado de ideas, símbolos, creencias y mecanismos que nos daban la sensación de que todo el andamiaje era natural. Claro, también puede ser que lleguen unos jinetes a caballo echando rayos, o que la capa de ozono termine de desaparecer, o que venga un meteorito y no haya presidente gringo que llame a Bruce Willis para que nos salve a todos. Pero de eso mejor ni hablar… entre otras cosas, por lo baladí que resulta hacerlo.
Héctor Lavoe recordaba en una de sus inmensas canciones que “Todo tiene su final, nada dura para siempre”. Lo paradójico es que la frase está cargada de asuntos imperecederos como, “todo”, “siempre”, “nada”, palabras que proponen la idea de eternidad. Hay un ‘siempre’ en el que todas las cosas se acaban: este amor que nos teníamos, este despecho por dejarme, estos reales que nos ganamos, esta felicidad que logramos, este estado de cosas que tanto prometía, ese “desde ahora nunca será igual", llegarán a su final sin alcanzar a ese siempre que tanto añoramos.
Para que el amor sea eterno morimos con él, como en Romeo y Julieta. Para que el estado de cosas que creemos pertinente sea eterno debe transformarse sin perder su razón de ser. Si no se convierte en vacío o en más de lo mismo, en más de eso que se quiso remplazar. Como propone Cabrujas en Fiésole, por nombrar dos piezas entre miles.
La verdad es que sabemos que hasta ese “siempre” es incierto, pero “siempre” será un horizonte lejano para cualquier empresa humana. De allí que el apocalipsis termina siendo un sentimiento de nostalgia, de un presente que nunca llegó. De allí las miles de películas de zombis, de allí los súper héroes que sustituyen el alma y el pensamiento para convertir en levedad nuestros más caros y profundo deseos.
POR RODOLFO PORRAS
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ