Ahí me quedé para contemplar la pequeña procesión que traía mis bienes de regreso.
Doris Lessing
Me bajo, me deslizo por las calles sin huir de la pequeña lluvia que cae sobre la piel y me recuerda lo frágil que podemos ser por este tipo de caída, del agua, de los charcos invisibles que sostienen los rezos de la parturienta arriba, en el hospital… Desciendo por la Fuerzas Armadas arrojando miradas a mi costado derecho donde una diversidad de objetos apostados en la acera intentan distraerme, me detengo, cierta ilusión por encontrar algo nuevo entre portadas amarillentas de libros que conozco.
Una mujer corre hacia el medio de la calle, atraviesa mi sombra hasta que logro detallar hacia donde se dirige. Es el bus Caracas repotenciado, se acerca desde el mercado de las flores, donde una vez entré en son de agradecimiento, la voluntad del poema, esas razones que usted podrá imaginar…
Detallo la parada, iluminada, recién pintada, recuerda que tal vez sea posible otra ciudad, a pesar de que más abajo las calles comprenden un caos que hacen de las metrópolis lo que son, y no solamente las del sur, todo el orbe detona esas vibraciones que nos anclan de variadas formas a esta tierra que somos.
El bus llega, importado de China, ensamblado aquí o no, pero llega, y es verme en aquellos metrobuses que hace treinta años me llevaban con full aire acondicionado de un lado a otro de la ciudad y era sentirse en otro espacio, aunque me niego a decirlo, es cierto, parecía que estaba en otro país porque nos acostumbraron a ver que lo mejor es de otro lado, pero no, no es así. Lo compruebo cuando sigo la ágil trayectoria de la dama que persigna su llegada y es como si otras devociones nos acompañaran, a ella y a mí, y al joven con pinta de grafitero que parece no va a atentar contra esos muros que indican que otra Caracas es posible.
Voy a montarme en una camionetica en La Hoyada pero me quedo con las ganas de montarme en ese metrobus repotenciado que es ahora el bus Caracas. Me pregunto por qué dejamos que se perdiera por un momento ese excelente transporte en el cual a pocos días de reinaugurado, me jaló con mi hermana desde Los Próceres hasta allá, hasta las flores, ida y vuelta. Es cuando me acuerdo de las sanciones económicas y de quienes no respetan las señales para el uso adecuado de este excelente sistema de transporte.
Sí, digo excelente porque es innegable lo que ha mejorado, a pesar de que todavía las esperas entre un bus y otro sean grandes, y de que, es cierto, todavía nos falte mucho…
Yo quisiera que toda la ciudad estuviera atravesada por este sistema, desde Petare hasta la Pastora como dice una conocida canción, señala el viejo cuando finalmente, otro día, me vuelvo a montar. Y le agrego de este a oeste, de norte a sur, suroeste… Y que me perdonen los compas camioneteros, pero es que no quepo en sus pequeños asientos… y no se dan abasto. De paso, el sueldo se nos va en pasaje…
Esa es otra de las ventajas de un sistema de transporte como el del metro-metro bus, o como lo señala la tarjeta que finalmente compro en la estación del metro Los Símbolos, una muy estimada colega me ha dejado en la puerta del metro, la tarjeta de viajes ya estaba caducada, no sirve, me dijeron una vez en otra estación y, nada, hay que cambiarla, no la voté porque soy de aquellos que guarda este tipo de recuerdos quizás interesado en el registro objetual de la memoria histórica de la ciudad, algo le debo a mi formación antropológica como también a las curiosidades de mamá y papá.
Entro a la estación y veo la cola, está corta, unos tres adultos mayores y un joven. Una abuelita afrodescendiente que se pone a hablar conmigo enseñándome la fotocopia de la cédula de su hija, también es adulto mayor, me la dio para que yo se la comprara, yo tengo la mía y me enseña su tarjeta de viaje color amarillo, yo le enseño la mía, a ver si sirve me dijeron que no, pero porsia.
Avanza la cola, han llegado más, cinco personas, más jóvenes. No señora, debe venir ella, se voltea y me dice, no se puede, le pongo una cara de ponchao y avanzo, le muestro la tarjeta a la servidora pública, porque eso son las bellas empleadas de taquilla que suelen atenderme, prueba a ver, me dice con su cara de diosa india, ofrendándome una esperanza que rápidamente cambia al comprobar en pantalla que no la lee, yo me quedo viendo su cara, y digo, bueno dame una nueva, me da una roja, le digo que quiero la amarilla, adulto mayor, me dice preguntándome y casi riendo, no, me río, si supiera mi historia con ese color… veo las otras tarjetas, amarillo, azul y rojo, el tricolor nacional… y el azul qué es, estudiante, le pregunto, sí, ah, vale… me da mi tarjeta que cuesta treinta bolívares más una recarga, es lo que entendí, no, ahora que me acuerdo bien, no, la tarjeta viene vacía, cuánto cuestan los viajes, y el de atrás me dice como solemos ser los venezolanos, caraqueños más que todo, cinco bolívares, ah, vale, bueno, cóbrate cien bolívares, toda mi quincena, me quedo con catorce viajes, reduciendo considerablemente lo que gasto en transporte superficial.
Bajo al andén, leyendo lo que dice la tarjeta sistema único de viaje electrónico, la giro con los dedos como un dado, leo al dorso los signos de todo lo que comprende, metrobús, metrocable, buscaracas, metro… Inmediatamente llega el tren, debo decir que mientras hacía la cola conté la llegada de no menos de cuatro trenes, entro, el calor, insoportable, es un sauna, uno entra y rebaja me dice un señor tal vez resignado, tal vez buscándole el lado positivo… yo que vengo un poco cansado, le sonrío.
La parada de varios minutos que antes hacía en la estación El Valle, creo que no duró ni uno. Llego rapidísimo a mi destino, salgo de la estación Coche y está cayendo tremando palo de agua. Gracia a la cercanía de la estación al centro comercial y su acera techada, entro a una venta de empanadas y me quedó hablando hasta que pasa la lluvia.
Es cierto, todavía falta mucho, pero vamos mejorando, es lo que debo creer.
Benjamín Martínez
@pasajero_2