17/10/24. Él tiene mamitis, se la pasa en casa de su mamá, nunca compró casa, ni alquiló, esta es la casa de su hermano, del que se fue pa’ Europa… ¿Y cómo hacen? Nada, cuando viene, que se pasa una noche, le digo a mi hija que se vaya pal’ otro cuarto y prenda el aire, la televisión…, le digo que no me moleste, cierro el cuarto y le damos con el cuchiplancheo…
¿Quién dijo que el goce, el placer muere con los años? ¿Quiénes somos para burlarnos al ver a los viejitos besándose en la plaza o en el metro? Al menos yo lo celebro…
La historia sigue con lujo de detalles, una conversa en la camionetica… Ella debe de estar cercana a los sesenta, quizás un poco más, la interlocutora unos cuarenta, quizás menos… Ella, la que sigue hablando, la que confiesa que no usa ningún artefacto, que para eso está la boca, la lengua, la saliva, las manos… el roce, el besito… ella, se encuentra en el límite inferior de lo que en nuestro país permite clasificar a mujeres y hombres como “adultas y adultos mayores”…
Escucho pensando que a esa edad pareciera que se pierde un poco la pena y se habla con más honestidad… pero no, no es cierto, basta escuchar las letras de lo que algunos llaman música contemporánea para saber que eso de la pena no existe, pero no, no es cierto, del sexo no se habla, no se suele hablar en serio, quiero decir, pueden poblar los chistes, pueden poblar cierta necesidad de quebrantar lo que se supone “sentido común”, pero no se habla como debiera ser, de manera educativa, sin tapujos, por eso, creo, esta sección de “soberanías sexuales”…
Me detengo, vuelvo al rostro de ella, le pega el sol de las dos, avenida Nueva Granada, ningún rubor, si había esa luz se la ha borrado, no la que viene de arriba de los techos, sino otra que viene de dentro, desde el instinto, de lo que tal vez pueda ser el goce que merece todo ser humano, el del placer, el del derecho a poder decirle a quien se le atraviese: es mi tiempo, quiero hacer el cuchiplancheo, es decir, según el argot, tirar, hacer el amor o como usted lo quiera llamar.
Lo anterior me conduce a una bella bailarina, me confesó su edad con un par de cervezas, orgullosa, cuarenta y siete, si mal no recuerdo… divorciada hace años, recién empatada con un hippie, me dijo, y estoy tirando rico, me alegré, una vez me dijo que sentía que le hacía falta un compañero… un rostro sonriente me llevó a Laura, la viejita, así le dicen, reina de carnaval de su parroquia, eterna enamorada de Eduardo, unas cuantas calles más abajo, ambos de un poco más de ochenta años, se visitan mutuamente, cuando los veo juntos no hacen sino colocar esa risa de oreja a oreja sin mencionar nada lo dicen todo.
Ellas me llevan a La Francesa, que en paz descanse, una vez me agarró a mitad de trayecto, y en medio de la conversa, me lanza: yo le digo a mi esposo que se lo agarre y se lo lave bien, porque si no, nanai…
¿Quién dijo que el goce, el placer muere con los años? ¿Quiénes somos para burlarnos al ver a los viejitos besándose en la plaza o en el metro? Al menos yo lo celebro… Ellos duermen agarrados de la mano, me dijo una antigua compañera refiriéndose a la mamá y al papá de una de sus comadres, le pareció tierno, digno, celebratorio, loable… y la verdad que sí, una relación es un desafío, como el encontrarse, siempre, frente a frente, en el acto que realza la potencia de estar vivo, y si mientras existe la vida existe también la esperanza, la sexualidad responsable, respetuosa y honesta, no podemos obviarlo, resulta esencial para seguir. Agradezco una vez más a quienes me lo recuerdan, porque sé que de ellas y ellos ya es el paraíso.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta