30/10/24. Empezamos a las 10 y 10 de la mañana. Y terminamos a las 11 y 11.
El ritmo del hacedor de vinos –hablamos de arándanos- (“¿Recuerdas el primer milagro de Jesús?”, pregunta, saca una pequeña biblia, y lee), tiene frenesí. La cantidad exacta de frenesí que se necesita para.
Hacer vino es hacer el amor... En la etiqueta de esa primera botella, se lee que se hizo con eso. “¿Hay amor o no hay amor en esa botella?”...
“Tengo frenesí”, me decía ella, mamá de él, ahora con tatuajes. “Antes de que tú estuvieras dentro de tu madre…” y me le quedaba viendo, para verlo, porque eso de esta paternidad es así. Creció el niño, que cumplirá 22 o 23 en noviembre, el mismo día del cumpleaños del presidente de esta república bolivariana. Ella, que no es su mamá, pero es mamá, cumplió un mes antes, toda llena de alegría. Luego, del frenesí al amor, o viceversa, el asunto de hacer vino “es lo mismo que hacer el amor”, afirma River, que también es Maduro. Y Bolívar.
Acostumbrado al hacer, suele preguntar antes de narrar. “¿Ves aquella colina? Desde ahí Chávez vio, se metió en el peo y luego le dijo al jefe ruso, que era Dimitri, lo que inició esto donde estamos”. Desde la ventana, piso impar, usas el otro ascensor y bajas uno, veo también el principio, o el final, de la bajada de Tazón. Estamos en “los rusos”, o en Las Mayas. Por aquí se pasa en bicicleta para San Antonio, en moto para el comando (ese comando) haciendo un delivery o sigues hasta unos portales que “se alquilan”, pero eso es otra historia. La Mariposa, así a secas, también es un embalse… y el agua que se sirvió en vino se transformó.
El principio
Justo el día del cumpleaños de ella, él hizo este vino de arándano que estoy viendo detrás de los otros. Ella, que no sabe que él hizo eso porque no lo conoce, ahora lo sabe, porque aunque me advirtió que no lo hiciera, cuando me di cuenta, ya lo había hecho. Y tuve que decirle.
Entonces, el día del cumpleaños de ella, ella y él, como hace cinco años, lo hicieron otra vez. Y él saca los papeles manchados de vino, con fechas y nombres y recuerdos y palabras que fluyen como si se estuvieran fermentando. De Chávez al 27 de febrero de 1989 y los tinoquitos, esos billetes que ya pocos recuerdan. Del 89 a los tepuyes y a Chávez otra vez: “Con él reí y lloré”. Se hace un silencio que suena como un caracazo.
Seis y seis de la tarde. Hora de agradecer, como dicen en la calle. Hora de recordarla, de olvidarla, de soñarla. Miro la botella que me quemó las manos, trasvasada, encorchada y encapsulada en tiempos de epílogos. Y de epígrafes. Con los ojos bien abiertos, el hacedor me instruye: “Todo tiene una raíz. Esta es nuestra primera botella de nuestra primera cosecha, en el año 2019. Así como hay una inspiración entre una mujer y un hombre, así sale Enigma. Aquí está un código. Esta botella, para nosotros, es una reliquia”.
A ser el amor
Hacer vino es hacer el amor, repite Maduro Bolívar. En la etiqueta de esa primera botella, se lee que se hizo con eso. “¿Hay amor o no hay amor en esa botella?”. Miro la botella. Antes de llenarla a ella, una copa, y otra, y otra. Y antes de las copas, la orden: “Aguanta la respiración”. Y la aguanto. “Ahora, huele”. Como aquella vez en la montaña, con esos tonos de verde en el musgo salpicado de cascada que el fotógrafo me dijo que pintara; como escribe ella, que “el suspiro también puede escribirse”, toda ella está aguantada en esa respiración que se llenó de ocho, diez o doce grados de alcohol. Después me le quedé mirando, a la copa, casi como la miro a ella. Y le metí dos tragos profundos e inolvidables.
River, en el frenesí, ahora sí abre los ojos de verdad y el sonido del vidrio suena distinto cuando chocan las copas. Salud.
Próxima entrega: Compartirla
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1
FOTOGRAFÍAS NATHAEL RAMÍREZ • @naragu.foto