25/01/2023. Los sonados casos de despecho de “famosos” han inundado la palestra de los medios virtuales de “espectáculo”. La intimidad de la vida amorosa de la cantante colombiana Shakira, ha sido pública y notoria. Expuesta por ella misma, su barranco, es quizás el más monetizado de la historia. Su desamor ha significado un éxito de marketing emocional, que vale la pena mirar bajo la lupa de la banalización de los sentimientos a niveles globales, que, en el caso de esta cantante, parece haber culminado en un primer round con la descarga que interpreta junto al productor musical y DJ argentino Gonzalo Julián Conde “Bizarrap”. Primer round, en que, los que monetizan, vencieron, (Shakira, Piqué, Bizzarrap, la Ferrari, la Twingo la Casio, la Rolex, y productores de ambos) y perdimos nosotras, que lo único rescatado fue la posibilidad que tenemos de dedicársela algún ex, que no se haya ganado ni un mal poema, cuya traición merezca tamaña insinuación de “cerebro de maní”. Claramente, estamos ante un fenómeno que visibiliza la voracidad de la industria cultural global.
Pero ese límite en el que somos capaces de exponernos no es nuevo, el barranco es abiertamente practicado desde el bolero, género latinoamericano, que tiene entre sus máximas exponentes a la “creadora del arte del frenesí”, como la nombraría el poeta Ernest Hemingway, Guadalupe Victoria Yolí Raymond; “La Lupe”.
Canciones como La Gran Tirana, “Desencadenas en mi / Venenosos comentarios, Después de hacerme sufrir / El peor de los calvarios". O Puro Teatro, “Igual que en un escenario, finges tu dolor barato/ tu drama no es necesario, ya conozco ese teatro” dan cuenta de un desamor lacerante, cantado por La Lupe, desgarrándose en escena.
El barranco parece ser un pedido de auxilio, una exorcización de los demonios, una forma de sacar el frío al sol, muy nuestro. Va acompañado de los amigos o amigas que atizan el fuego transmutador y libación de licores que, momentáneamente, nos hacen perder la conciencia y dimensión del dolor. Se grita, se putea, se maldice, se hace el ridículo, se llora y se olvida. Características de esa etapa del despecho, que una vez superada, es como una ola de mar que nos arrastra, nos despeina y nos devuelve prestos al próximo amor. Con algo de desconfianza, menos egoístas, más sabias y sabios, y quizás con el guayabo.
POR ARACELIS GARCÍA REYES • @aragar1