Imagino que, en general, el cuerpo precede al lenguaje.
Yukio Mishima
16/01/25. Es temprano, la lluvia hace que los cuerpos se junten, dirían los poetas, más bien los que acostumbran a dar, darse cuenta de que no pueden estar solos, en la cama por ejemplo, cuando esto sucede.
La sexualidad es una condición de la soberanía corporal y cuando nos hacemos conscientes de ello, podemos reconocer a la destinataria o el destinatario...
La niebla empieza a borrar las fronteras de la casa, el borde exacto de las montañas, la posible barrera entre los sueños. Digo posible consciente, muy consciente de que estas existen como existen los límites del cuerpo, propio, nos hacen, nos pronuncian, a veces tan fuerte como quien necesita ser escuchado.
Si se trata del cuerpo, lo he dicho esta mañana temprano, con un grupo de estudiantes todavía acostumbrándose, como yo, que hay que levantarse temprano, que de alguna manera necesitamos escuchar la claridad que el día nos ofrece, aunque esté nublado. Si se trata del cuerpo, no hay mayor oportunidad para dar cuenta de aquella inmanencia que a veces, en esta sociedad mediada por la insistencia de que todo puede consumirse y pronto parecer obsoleto, volviendo efímero el instante mismo. Si se trata del cuerpo, entonces, hemos de advertir que lo que se fija, a partir de ese acelerado ritmo que nos condiciona a veces a nosotros mismos también como mercancía, debemos advertir lo único, lo que nos distingue de los otros en tanto personas capaces de ser, de existir, como singulares.
No hay mayor ejemplo de soberanía que el concepto que nos hacemos de nosotros mismos a partir del cuerpo, variados autores y autoras lo han sostenido, se han mirado a sí mismos y a sí mismas, seguramente, como tema de su propia reflexión, me refiero, por ejemplo, a Judith Butler, a Michel Foucault y a otros más cuya lista no viene al caso, sino más bien, lo que significa esta consciencia de los límites, especialmente corporales, esto es, del cuerpo sentido, cuyas lógicas inscriben la complacencia o el rechazo. De esto no suele hablarse, ni siquiera con la propia pareja, enfaticemos, sexual, pero es un tema que suele salir en terapia: lo que me gusta, lo que no me gusta, lo que sigue siendo tabú, lo que me permito o no.
El gusto, ya lo hemos advertido en numerosas oportunidades, suele partir de aquello que hemos naturalizado, aquello tácito, en la mayoría de los casos inconsciente, en lo que forma parte del proceso de inculturación, de asimilación de patrones que determinan nuestra conducta y sobre todo, de nuestra perspectiva, una que no puede escindir la posibilidad de sentirnos como parte de una sociedad determinada, especialmente la familia, la manera en que hemos sido criados, a veces con fuertes preceptos dogmáticos religiosos que, pretendidamente morales, distorsionan y bloquean, las posibilidades de encontrarnos con nuestro propio cuerpo.
De manera que la identidad personal, especialmente sexual, es decir, de nuestra relación con nuestros propios órganos sexuales y nuestra propia percepción de la sexualidad, no puede eludir la fuerte carga valorativa, afectiva, de restricción y control de la líbido dirían los entendidos, que se encuentra anclada a la propia percepción y posible o no, goce del propio cuerpo.
Entonces, ¿cómo encontrarnos en la intimidad, con nuestra pareja, si más que sexual, supone también un reconocimiento de esa historicidad que en la mayoría de los casos oculta pero que sale a flote con una mano detenida en el momento de una caricia en alguna zona x?
Uno puede suponer que ese lenguaje, esa determinación enfática, ese no, es sólo un capricho, una barrera del momento, pero no siempre es así, ese corte de la fluidez que alguno de los dos o tres o cuantos sujetos se vean involucrados en el encuentro, es la demostración de que, en efecto, la sexualidad es una expresión más que natural, cultural.
Y así como nos dice el poeta Octavio Paz: “El fuego original y primordial, la sexualidad, levanta la llama roja del erotismo y ésta, a su vez, sostiene y alza otra llama, azul y trémula: la del amor. Erotismo y amor: la llama doble de la vida”. La sexualidad es una condición de la soberanía corporal y cuando nos hacemos conscientes de ello, podemos reconocer a la destinataria o el destinatario según sea el caso, de esa llama, como parte de la nuestra, es decir, como seres que pueden arder entre sí, y con esto, ser capaces de reconocer la vida en su esplendor, más allá de que el coito dure a veces unos pocos minutos, porque, para quien no lo sepa, de eso no se trata.
De esta manera, el cuerpo que somos va más allá del deseo, de la satisfacción egoísta, pudiendo instalarse allí donde, como diría Erich Fromm, el arte de amar-se, realza nuestra atención: la otra, el otro que nos invita a comprender-nos, porque sabemos que esas fronteras sólo pueden llegar a borrarse o necesitan mantenerse, como parte de la estabilidad psíquica de quien dice tómame.
Así que cuando usted vea que ese dedo, esa lengua… no va ahí, no se frustre, no patalee, siga el sendero que su pareja le señala.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta