29/01/25. La tarde rebota en cada juego, la calle, plagada de iridiscencias que brotan de los cuerpos, afinca lo lúdico que nos caracteriza, bajamos temprano como queriendo comernos el mundo entero, lo sabemos porque solemos hacerlo cada sábado, cuando la tarde desprende la monotonía de las pantallas.
No es nada nuevo que una determinada clase social... se apropie de términos y expresiones de otra clase en un esfuerzo de solapamiento instrumental, por ejemplo como ejercicio de dominio, tal y como acurre con la industria comunicacional.
¡Qué lacreo! Escucho desde una expresión desencajada de alguien que mira por la ventana de un auto último modelo, me fijo un poco más, una naricita con un pequeño arete incrustado en una de las fosas nasales, un perfume que reconozco porque es el que suele esparcir a la entrada de un centro comercial que detesto, lo digo con cierto rasgo claustrofóbico, en la imposibilidad de observar desde una de las mesas en las que debo esperar un buen rato para sentarme, mientras se me derrite lo único que se me antoja.
¡Qué lacreo! Vuelve a repetir la voz femenina mientras se mueve, pero vista desde su ángulo pudiese pensar, seguramente ella, que todo lo que observa gira por su propia fuerza de atracción, la de ella, que evidentemente deslumbrando, me llama, panita, ¿cómo llego al módulo?
¿De policía o de salud? Le respondo sin ocultar mi sonrisa, el de salud, me dice, y veo que lleva frenos en sus dientes perfectamente alineados.
¡Ah corazón!, debes seguir derecho, doblar a la izquierda y unas cuantas veredas más arriba lo encuentras.
La escucha atenta dibuja una cara de extrañeza, seguida de una palabra que me hace más ruido que su propia pronunciación: gracias bro y apreta el acelerador.
Evidentemente no se trata del agradecimiento, sino de bro, me quedo pensando si ha sido la misma mujer que hace tan sólo unos instantes se asomaba viendo el paisaje donde resaltan unos niños descalzos jugando perolita, es decir, pateando un objeto de plástico intentando meterlo en una arquería improvisada con una pequeña caja.
Lacreo junto a bro, junto a la palabra hermano en inglés, abreviada, puede parecer algo corriente, pero no viniendo de quien lo ha dicho esta vez y con esa misma expresión.
Cuerpo y lenguaje constituyen una unidad indisoluble si de comprender la realidad de nuestras comunidades se trata, pues revelan la condición social y hasta socioeconómica de quien se dota de sentido así mismo como parte integral e integradora, de dicha cultura.
No es nada nuevo que una determinada clase social, —porque existen y siguen existiendo, tanto como categoría analítica para la comprensión de nuestras sociedades como realidad concreta-, se apropie de términos y expresiones de otra clase en un esfuerzo de solapamiento instrumental, por ejemplo como ejercicio de dominio, tal y como acurre con la industria comunicacional.
El ejercicio lo pone en práctica determinada prensa escrita, que además, algunas de estas clases omiten comprarla para no “contaminar su léxico”. Como también sucede en la música, donde variados ritmos y estilos lo asumen como un intento de expandir su mercado.
Una palabra que quizás pueda incomodar a quien lee, es por ejemplo, el malandreo, que no es, por cierto, típico ni característico de nuestras realidades populares urbanas, que bien conocemos en nuestro país como “barrios”. Toda una estética determina a esta cultura que algunos le agregan el prefijo “sub”, pero no hay nada por debajo ni por arriba: las culturas se expresan políticamente, son intencionalmente tensionales, dan cuenta de su naturaleza, de su forma particular de existir y el malandreo sólo caracteriza a un determinado tipo social o más sencillamente, un estilo, de una clase característica de subjetividad.
No es tampoco secreto para nadie de que el asumir expresiones que suelen identificarse con lo popular, contrahegemónico, es parte de un ejercicio de querer –siempre ficcionalmente- aparentar de que también se participa de esos otros códigos comunicacionales, cuando lo que existe es la más rancia fetichización de la otredad.
¿Para qué? Hemos mencionado algunos intereses, pero lo cierto es que el pueblo al que yo pertenezco, reconoce, como el relato aquí comentado, cuando una palabra, un gesto, pertenece o no a quien lo realiza.
Por eso, te invitamos a ti estimada lectora, estimado lector, a que pongas en práctica este tipo de reconocimiento y seas, por un favor, un poco más auténtica, auténtico, pues sólo desde allí podrás sentir lo que es la vida como expresión, arte, horizonte genuinamente compartido. Muchas gracias.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ • @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ