28/02/25.- Pudiera comenzar estas líneas sugeridas por una colega, advirtiendo no sólo que ha sido ella quien lo ha advertido, sino que además, ¿podría haberlo hecho yo? Es decir, ¿pudiera haberme dado cuenta por mí mismo de los múltiples mecanismos en que los hombres debemos demostrar que somos capaces de enfrentarnos al mundo, en especial, en el rito del paso que supone la salida de nuestra infancia a la adultez, sobre todo cuando esto último no siempre se encuentra relacionado con el tema que aquí nos atañe?
...podemos propiciar y orientar genuinos procesos para que este paso, en especial del descubrimiento y reconocimiento de la sexualidad, de su cuidado y de la posibilidad de ser soberano en este ámbito, sea realmente saludable.
Voy un poco más: en una sección como esta sobre “soberanías sexuales”, ¿qué tanto somos independientes de nuestros propios y particulares procesos de ser, en este caso, forjadores de nuestra propia identidad sexual con todos los elementos y condiciones que esta se involucran?
La amiga ha puesto en el tapete algo que es admitido como normal en nuestra sociedad, remarquemos que se hace sentir desde múltiples acentuaciones como patriarcal, en muchísimos casos legitimadas por las propias mujeres que dicen sostener que es el hombre quien debe demostrar su hombría, valga la redundancia, en otras palabras: el dominio de la mujer.
Pero, ¿qué sucede cuando el aún niño experimenta los cambios hormonales típicos de su propio desarrollo biopsicológico? ¿Qué orientaciones recibe? ¿Hacia dónde es conducido? Ese es el punto al cual nos invita a reflexionar la colega: en la mayoría de los casos, en nuestra sociedad, tan urbana como rural, se le lleva a un prostíbulo, o bien se le paga a una conocida para que “lo inicie”, en otros, bien es sabido, el adolescente, entre once y diecisiete años, por poner un rango etario, en nuestras comunidades rurales, se le dice como hacerle el amor a una burra, por poner un ejemplo, animal pasivo con el cual podrá satisfacer toda la descarga hormonal, pues de no hacerlo, puede generar tensiones indebidas. Muchos han sido los relatos de este tipo de experiencias que he recibido en comunidades no tan lejos de nuestra capital. ¿Es esto normal? No soy quien para juzgar, pero sí que en esas dinámicas culturales es aceptado e incluso estimulado. ¿Tienen traumas estos adolescentes luego? No lo sé, quizás no o bien de esa otra realidad no se habla. ¿Es violento este tránsito a la “adultez” sexual del nuevo hombre? Al menos los testimonios no ofrecen ningún signo que así pudiera identificarse.
Recuerdo una vez caminando con un amigo por una transitada calle comercial de Caracas, de pronto interrumpió la conversación y me señaló con la mirada un pequeño edificio, aquí lo hice por primera vez, me dijo, este es un lugar de las chicas malas, un tío me trajo, justo cuando cumplí los dieciocho, con dos mujeres, como a mí me gustan, blanquitas, fueron dos…
El amigo, afrodescendiente, reconocido como tal, mostraba una cara de gracia, como de una experiencia que quizás disfrutó… Pienso en la imagen-experiencia volviendo a las palabras de la colega: hay jóvenes, casi niños que los llevan a lugares para tener sexo por primera vez con mujeres que les doblan o triplican la edad… eso es una violación y se ve normal, agrega.
Recuerdo testimonios de un conocido programa de televisión de un hombre ya adulto, impactado por una primera vez como esa, y la repulsión que le causó, pues según, la señora estaba bien entrada en años…
El sexo, la sexualidad, si bien no siempre ni tampoco necesariamente, se encuentra anclada al gusto, a la atracción por la compañera o compañero, según sea el caso, es, como bien lo hemos recordado en varias ocasiones en este mismo espacio, algo que debe ser consensuado y además, debe gustar, generar placer, de lo contrario, sin duda, será una violación, esto es, violencia tan física como verbal, mental, afectiva…
Las anécdotas me conducen a la de una mujer, acostada en la grama, de brazos abiertos, diciéndome con una cara que me decía mucho más que sus palabras: me hizo mujer. ¿A qué se refería?, al haber tenido relaciones sexuales con un hombre por primera vez. ¿Realmente se hace una mujer sólo por este hecho? La expresión se aplica para hombres y mujeres y es aceptado como una verdad inmutable. ¿Es hacer hombre, mujer, el hecho sólo de tener relaciones sexuales? Tal vez sea un indicador, pero no lo es, no del todo.
Recuerdo otro pasaje: a los hombres se les hace más difícil, les cuesta más, –pues nuestra sociedad les exige a cada instante que demuestren serlo- lo dice una mujer joven, a quien le causa curiosidad por qué los hombres, según ella, se masturban tanto, ella que no se toca, que evidentemente tiene un veto a descender su mano más allá del ombligo, no por pecado –quizás-, sino porque sencillamente, no se hace… ¿Qué violencia debió de instaurarse para que esta barrera se construyera? ¿Qué tradiciones y sentidos está incrustados en este cuerpo-psiquis?
Las preguntas se multiplican, exigen sus rodeos particulares, y algo las atraviesa, a manera de una posible vertebración: ningún tránsito de la niñez a la adultez, está exento de violencia, el mismo acto de nacer es violento, pero sin duda, podemos propiciar y orientar genuinos procesos para que este paso, en especial del descubrimiento y reconocimiento de la sexualidad, de su cuidado y de la posibilidad de ser soberano en este ámbito, sea realmente saludable.
Termino estas líneas con algo que me ha dicho otra mujer al comentarle del tema: ahora se ve muy normal que los jovencitos se busquen mujeres mayores, económicamente solventes, pues con ellas no tienen rollos de a dónde la van a llevar, que si a la casa, que si no, etcétera, esto también ha sido una práctica común de hombres que buscan a muchachitas a quienes doblan, triplican… en edad, pero esto es “normal”, es el arquetipo del patriarca, el que además, tiene varias mujeres, que ejerce violencia sobre las niñas-jóvenes, a quienes “les ponen unos hijos”, ¿las condenan?, ¿”las salvan”? Ahora, cuando es el hombre joven quien sale con la mujer mayor, entonces se critica, se ve feo, no aceptable.
Estas consideraciones aunadas a las ya descritas, nos llevan a una inevitable contextualización: ¿Cuál es la cultura, la situación socioeconómica, los patrones de crianza que han determinado y legitimado una forma de ser, estar y vivir sexualmente que desde otras perspectivas suelen verse como profundamente violentas?
Todo lo cual nos remite a una necesidad, acaso deber, por muy “romántico” que suene: dejar que se haga con quien guste, con quien plazca, desde el consentimiento de las partes, con la debida orientación, sin presiones, sin pretender que este nuevo ser que, como algunos dicen, nace de nuevo cuando empieza a conocer la posibilidad o no de realizar un deseo, en especial del sexual, que reconoce sus límites, al tiempo que sus gustos, que aprende o al menos hace el intento de coexistir con la otredad que lo constituye y dinamiza, quizás enfrentará otros tipos de violencias, pero tal vez el paso sea menos agresivo, menos traumático…
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta