05/03/25.- ¿Cómo enseñar en este tiempo de intensa incertidumbre? ¿Cómo permitirnos la osadía que desmarque lo que parece inamovible? ¿Cómo deslastrar la inmutable reafirmación del ostracismo que invoca el cibermundo?
...no nos conocemos mucho y parece que nos da temor aún más, dar, darnos cuenta de que no podemos prescindir los unos de los otros... separamos las artes de las matemáticas, la teoría de la práctica, es verdad, o inventamos o erramos...
Las preguntas me asaltan cuando desciendo por la empinada calle de uno de los barrios intensamente poblados de Caracas, digo intensamente como si hubiera acaso otros menos densos, como si algo más acentuara aquella denotación sobre los márgenes intencionalmente marcados por una clase pretendidamente dueña de cualquier territorio…
Intento leer a lo lejos los carteles que denotan variados destinos, Los Palos Grandes, Altamira, Chacaíto, Plaza Venezuela, bajo el borroso parabrisas de la espera, otra más allá, un poco más pequeña, la camionetica disminuye la velocidad, El Valle, La Hoyada, San Luis… suban, suban, hacia atrás por favor…
Conquisto el penúltimo asiento, casi en la cocina como suelen llamar a la fila de los cinco puestos al final de este tipo de vehículo, la tracción, constante, es la de siempre, la del pueblo moviéndose así mismo, las melodías, las que pueden ser coreadas, necesarias, indóciles, inevitablemente indomables.
Al otro lado de la ventana, agrietada en una de sus partes, otros movimientos señalan las arcadas de esta historia nuestra, subo la mirada, hacia arriba donde el cerro parece entrar al cielo y regresan las preguntas, un permiso por favor, un hombre, delgado, algo nervioso, con sus lentes amarrados con una trenza de zapato, con una pequeña piedra colgándole del cuello, permiso, disculpe, se sienta a mi lado, me observa.
No tarda en hablar, en sacarme conversación, ¿le impresiona lo que hace esa gente? Me dice señalando con su mirada una larga calle que se inclina llena de casas variopintas… ¿Sabe lo que hacen? ¿Lo que impulsa sus acciones? Fíjese en ese de ahí, en ese que está acostado sobre la acera, recostado del jabillo, cualquiera pensaría que es un borracho, pero es un obrero, un albañil, con un extraordinario talento para hacer una pared derechita, para trenzar cabillas, izar columnas… Y en esa de allá, parece una mujer de “la mala vida” ¿No le parece?
Yo, medio dormido, todavía espabilándome, que digo esta palabra ahora cuando la escribo preguntándome de dónde habrá venido, yo le veo, ahora sí, con más detenimiento, esos ojos brillantes, saltones que parece que en cualquier momento se van a caer o mejor dicho, saldrán a sacudirme los míos, yo, le pregunto: Disculpe, ¿qué me dijo?
No tarda en responder, por eso es que estamos así, la juventud no escucha, no escucha, me quedo ahora con esas dos palabras, es cierto, me digo, ¿pero no es esa la condición de toda juventud?
Sé lo que piensa usted, ¿cómo se llama? Me pregunta ofreciéndome su mano llena de polvo, áspera, perdón… que cómo se llama usted… ah sí, le digo mi nombre, dándome cuenta que estamos en medio de una cola intensa por San Antonio, poco antes de llegar a la curva de la cementera, cerca del terminal de La Bandera, típico, a esta hora, siete de la mañana, debí salir más temprano, diez minutos menos y no estaría en esta tranca…
¿Decía que sabía lo que pensaba yo? ¿Cómo es eso?
"Que quizás la juventud es, necesariamente, rebelde, pero eso no quiere decir que sea sorda, nuestra sociedad, la que emerge después de la Ilustración, tiene la particularidad de dejarse arrastrar por los avances tecnológicos, eso está bien, pero no podemos permitir que el hombre, así, se haga esclavo de sus propias creaciones"…
Bueno, en serio, yo…
"Porque fíjese usted que, por ejemplo, los teléfonos, las computadoras, tan necesarias, es verdad, indispensables hoy, pero, ¿realmente conocemos su peligro? ¿Conocemos todo lo que son capaces?, aunque es verdad, ellas no pueden, las computadoras, porque un teléfono de esos de ahora que llaman 'inteligentes' es una computadora –el único inteligente es el hombre, la mujer, las niñas y niños, dicen, pero también los animales- ¿sabía usted que el ser humano aprende más de los otros 'animales' de lo que él mismo reconoce?
Lo que quiero decirle es que no, no conocemos al cien por ciento lo que una computadora es capaz de desarrollar, así como tampoco y seguramente usted ya ha escuchado esto, no conocemos más de un pequeño porcentaje de lo que somos capaces… nosotros, los seres humanos… lamentablemente cada día sólo demuestran qué tan peligrosos somos para nosotros, para nuestra propia sobrevivencia… somos violentos y cada vez parece que innovamos formas de destrucción y cada vez menos de protección… Ah Rousseau, sí, el hombre es bueno, pero a veces siento la tremenda verdad de Hobbes: el hombre es un lobo para el hombre..."
Pronuncia las palabras mirando la porción de cielo gris que se alza por encima de los pequeños edificios y siento que se aleja, que se pierde…
"En fin, lo que quiero decirle es que, no nos conocemos mucho y parece que nos da temor aún más, dar, darnos cuenta de que no podemos prescindir los unos de los otros, nos alejamos constantemente de nuestras propias facultades, separamos las artes de las matemáticas, la teoría de la práctica, es verdad, o inventamos o erramos, pero esta no puede ser una mera consigna, sino más bien, la determinación axiológica de un desafío profundamente humano: crear, la poiesis, debe nutrir el espíritu, la lectura de todo lo que nos con-mueve, lo que nos hace…
¿Qué lo hace a usted? ¿Se ha puesto a pensar al menos por un momento?"
¿Cómo así?, le respondo…
Seré más preciso: ¿Qué le da sentido a su vida?
Hola…
"No me venga con cuentos, no tiene que responderme ahora, a la ligera, sigue contemplando las escenas de esta inmensa calle que es la vida, pero, por favor, ubíquese usted también en ese mismo paisaje… ahora, si me disculpa, debo bajarme aquí, se va a construir un espacio para el aprender-haciendo… alguien que coincida con estas ideas, según…"
Muchas gracias
No, a usted…
Permiso, por favor, permiso…
Se baja, lo sigo con la mirada, lo veo en otros rostros, otros cuerpos, subo un poco la mirada, veo el edificio del INCES brillar al fondo.
Cierro el libro, O inventamos o erramos, Simón Rodríguez, dígame Robinson, Samuel Robinson, escucho justo detrás de mí.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta