27/03/25. En 1825 todo iba más o menos mal. Después de la enorme cruzada física y emocional que significó la Guerra de Independencia de Venezuela y la creación de la Gran Colombia, El Libertador se internó en las profundidades del sur dispuesto a materializar la quimérica unión de los pueblos de este lado del continente americano, a través de la constitución de un territorio fraguado en la idea de la confederación.
...el Decreto de Chuquisaca, legado ecológico del más fascinante loco del siglo XIX quien sobreviviendo a los lances de la guerra, se dispuso a recomponer el mundo desde la raíz, ordenando la reforestación con árboles endógenos y la conservación de las cuencas hidrográficas...
Andaba liberando territorios y creando naciones como en el Alto Perú donde se instaló la República de Bolívar, en su honor, que inmediatamente cambió de denominación tras el argumento del presbítero Manuel Martín Cruz: “Si de Rómulo, Roma; de Bolívar, Bolivia” quedando constituida definitivamente el 3 de octubre de ese año crucial. No se imaginaba el agotado general, quien aún conservaba algunos vestigios de arrojo y fortaleza, que desde las sombras se tejía la ambición marginal de los enemigos que un año después comenzarían a desfigurar lo más sublime de su causa: la consolidación de la hermandad latinoamericana.
Aún con apetito de demiurgo, en diciembre de 1825 desde las intrincadas tierras incaicas del sur de Bolivia, promulgó una orden precursora en medio de las cenizas de un continente humeante tras más de una década de enfrentamientos: el Decreto de Chuquisaca, legado ecológico del más fascinante loco del siglo XIX quien sobreviviendo a los lances de la guerra, se dispuso a recomponer el mundo desde la raíz, ordenando la reforestación con árboles endógenos y la conservación de las cuencas hidrográficas donde la hoz de la muerte había arrasado con su fuego estival.
La pregunta es necia: ¿De dónde pudo sacar tiempo e imaginación Bolívar, en un momento en que la preocupación por los recursos naturales debía estar quizás en el último renglón de las prioridades, para prever que toda causa ciudadana necesita de un entorno favorable al cometido más elevado de la humanidad que es perpetuar la vida y alcanzar, con cada logro individual, la trascendencia colectiva, cuestionando además la explotación y el saqueo territorial del imperio español?
Doscientos años después, el cambio climático mantiene en vilo no sólo a Latinoamérica sino al planeta entero, en vista de que lo que en aquel 1825 parecía infinitamente lejano, finalmente se impuso como suicidio colectivo por la sobreexplotación de la flora y la fauna sin más contención que la capacidad autodestructiva determinada por la avaricia.
Aunque Bolívar soñó con emanciparnos de los escombros calculando el fruto de su legado a largo plazo, una demagogia hostil frente a la esperanza insiste hoy en restringir la vida, talando los árboles que como los especímenes de la plaza de La Candelaria, son “enemigos públicos” porque sus ramas afean el paisaje o amenazan al cableado eléctrico, y sus raíces agrietan una acera. Lo que es más cruel, desentonan porque son usados por los menesterosos, murciélagos y pajaritos para sobrevivir al acecho de la noche o a las inclemencias de la intemperie y finalmente, para deponer ahí sus miasmas en una ciudad donde no tienen ni dónde ir a cagar.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta