07/04/25. Parece ser un lugar común denunciar cierta manera de brillar, de florecer, de mostrar las potencialidades individuales, como una muestra de egoísmo, digamos mejor, de no reconocimiento de las bondades que el otro posee como agente moral, es decir, en cuanto individuo, singularidad que los distingue de otros.
...el ego es el yo, es la capacidad que tiene el ser humano de distinguirse en su singularidad, la cual se ha formado desde su propio relacionamiento con los otros...
Pero no siempre es así, el ego, poseerlo, es la muestra del anclaje a la realidad que poseen las personas, sin ego es imposible determinar-se como perteneciente a una comunidad, es decir, a una manera de concretar-se en la socialidad que nos define.
Tener ego, es pues, tener identidad, tan cultural como afectiva, de género, política, incluso etárea. No hay nada que nos signe más a nosotros mismos como persona autodeterminada, que el ego. El ego es principio de realidad y meta misma de las significaciones que le concedemos a nuestra propia vida en cuanto vivida, experienciada, evaluada, direccionada.
Cuando alguien me dice, por ejemplo, que una persona es “egocentrista”, lo primero en que pienso es en la pregunta: ¿Por qué? ¿A qué te refieres? Y las respuestas suelen ser muy cercanas entre sí: “él sólo habla de sí mismo”, “no deja hablar”, “no respeta lo que dicen los demás”, “sólo celebra sus logros”… y similares.
Entonces, interpelo: ¿Estás seguro de eso? A ver… écheme bien el cuento…
Cuando profundizo más, pareciera que se trata de personas que brillan en la vida, que van floreciendo y por ser extrovertidas, a veces demasiado extrovertidas para el gusto de la mayoría de la gente, chocan.
Y ese choque suele darse con personas con determinadas trayectorias vitales, inmersas en contextos muy precisos que en cierta forma han determinado su opacamiento y consecuente frustración. Lo cual no quiere decir que, en efecto, no prestemos atención a la manera en que alguien resalta sus logros en público, para ver si, en efecto, está queriendo aplastar al otro con sus éxitos tan alardeados.
Y eso pasa, poniéndome de este otro lado, cuando veo y escucho testimonios de quien me expresa frases como esta: “termino sintiéndome mal porque veo que he hablando más de mí mientras los otros callan”, “a veces no pregunto cómo se sienten porque me da la impresión de que son muy callados”… “entonces, me veo como el patito feo y cuando quiero callar, ya lo he dicho todo”.
Pero, no tiene de malo querer expresarse, hay personas que, sobre todo en tiempo de “redes sociales”, se sienten “vacías” –la expresión es literal-, si no comparten su intimidad, su día a día en la red social que esté más de moda, celebrando cuando aumenta el número de sus seguidores, agradeciéndoles, recompensándolos incluso con algún obsequio, el cual bien puede ser un próximo video de algo que ya asomaban, todo como si fuera un reality show…
Es el show de la vida lo que “llena” a esas personas, pero ¿es esto una muestra de un ser egocéntrico? Pues sí, puede haber indicios de esto, porque es cierto, el egocentrismo es sentir, reclamarse centro de atención, para sí mismo, pero no necesariamente poseer, representar algunos rasgos de egocentrismo es ser desde ya, un egoísta.
Hay quien siendo muy solidario, por ejemplo, puede tener como telón de fondo, un profundo egocentrismo, un querer ser centro de atracción y vanagloriarse de estos supuestos logros que entiende, para seguir con el argot de “las redes sociales”, seguidores que, de paso, no siempre le serán incondicionales…
Volvamos al inicio entonces, el ego es el yo, es la capacidad que tiene el ser humano de distinguirse en su singularidad, la cual se ha formado desde su propio relacionamiento con los otros. Tener un centro, es en ese mismo proceso de identificación, la condición misma de esa capacidad. En consecuencia, ser egocéntrico está en la raíz misma de la producción de su identidad. Ahora, exagerar dicha producción llevándola hasta los extremos, borrando así cualquier otredad, convierte en patológica cualquier intento de exaltación del sí mismo que, en consecuencia, no puede llegar a ser tal. Es el caso, por ejemplo, del individuo narcisista, pero eso es ya otra discusión. Por ahora, esperamos haber aportado un insumo a un tema tan cotidiano que a mucho parece fascinar sobre todo cuando de manera muy superficial tildan a quien sólo está expresando una manera de querer-se que en nada va en detrimento de su prójimo.
Y si podemos dar un consejo al respecto: atrévete a conocer un poco más antes de etiquetar al otro que está abriendo su corazón para ti, o mejor: no etiquetes ni te burles de ese otro ser tan humano como tú.
Muchas gracias.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ • @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ