02/02/2023. En algún momento de esos que no está registrado porque la historia no había comenzado, aunque sí el devenir de la humanidad; en algún momento de esos -digo- cada paso que daba un ser humano era un descubrimiento. Cada gesto era una invención, pasar de un gruñido a un sonido con significado era una revolución cultural, no podemos decir que sin precedentes porque eso sería una tautología, pero sí, que con-movía al otro, a los otros y generaba los primeros sistemas de pensamiento individual y colectivo.
La rueda es quizás el invento o el descubrimiento, según se vea, más trascendente y que más ha empujado al proceso tecnológico del ser humano en toda su historia. Sólo el lenguaje hablado lo supera… aunque hay quien entiende a la “amistad como el invento más bello del hombre”.
Dado todos estos aciertos, la inventiva, amén de ser una maravillosa e imprescindible cualidad humana, ha adquirido una jerarquía que le ronca el mango. Con la frase emblemática, aunque no totalizadora del pensamiento del viejo Robinson: “Inventamos o erramos” o con la millonada de la que se hizo Édison a punta de inventos propios y ajenos, parece no haber discusión en torno a la magnificencia que se tributa al inventar.
Como un hijo aventajado de la invención, surge la innovatividad, una especie de híbrido entre descubrir, mejorar, reinventar, adecuar. Es requisito ineluctable con igual jerarquía para los Chief Executive Officer (CEO), los ingenieros de todas las ramas, los diseñadores de cualquier cosa, los panaderos, los deportistas, las mafias que manejan a los vendedores en las unidades de transporte, los artistas y paro aquí de contar.
“La pintura innovadora de Mengana”, “Perencejo innova en la danza contemporánea”, “…tiene en sus manos una novela que innova dentro del género”, “Fulano innovó en el teatro con su puesta en escena”. Y así innovaciones vienen e innovatividades van. No importa qué relaciones con el universo sensible establece la obra, qué pensamiento hurga en la condición de una sociedad o un espíritu. Esos aspectos en el maravilloso mundo de la innovatividad apenas son la excusa para presentar la brillante innovación.
Ese concepto de innovatividad no funciona como una herramienta para mejorar o resolver problemas o profundizar en la indagación artística, filosófica o tecnológica. Vacía los procesos de búsqueda y de creación. Se convierte en un fin en sí mismo y en una herramienta más parecida a la vorágine del consumo, hermanada con la caducidad programada.
Por supuesto que nada de eso puede acabar con la fuerza creadora de la humanidad, pero lo que sí es cierto es que se produce una circunstancia en las que esas fuerzas se ven ridiculizadas dada su profunda banalización.
POR RODOLFO PORRAS • porras.rodolfo@gmail.com
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ • erasmosanchezart@gmail.com