09/06/25. En un mundo donde la juventud a menudo es glorificada, el teatro demuestra que el talento no tiene fecha de caducidad. Recientemente, la puesta en escena de Profundo de José Ignacio Cabrujas en el Teatro Alberto de Paz y Mateos, sede de la Compañía Nacional de Teatro, ha servido como un poderoso recordatorio de esta verdad. La obra, con su elenco que incluye a actores y actrices mayores de sesenta, no sólo ha cautivado al público, sino que también ha puesto de manifiesto la riqueza y la densidad que sólo la experiencia puede aportar al escenario.
El teatro, con su enfoque en la interpretación en vivo y la conexión directa con los espectadores, parece valorar más la autenticidad y la hondura que la juventud superficial... En contraste, las pantallas a menudo priorizan la estética juvenil y la novedad, cayendo en la trampa de la obsolescencia programada...
En Profundo, la presencia de intérpretes de la tercera edad no es una concesión, sino un pilar fundamental de la narrativa. Sus actuaciones, cargadas de vivencias, matices y una comprensión intrínseca de la condición humana, elevan la obra a nuevas alturas. No es un simple ejercicio de nostalgia, sino una celebración de la madurez artística, donde cada gesto, cada línea, resuena con la sabiduría acumulada a lo largo de décadas. Es un placer presenciar cómo estos actores, con una trayectoria que a menudo precede a la de la propia obra, insuflan vida a personajes complejos, demostrando que la pasión por el arte no se desvanece con el tiempo.
La contradicción de la edad en pantalla
Sin embargo, esta realidad teatral contrasta con lo que a menudo observamos en la televisión y el cine. En estas industrias, el edadismo sigue siendo una barrera para los actores y actrices mayores. Con frecuencia, son descartados por su edad, o peor aún, relegados a roles estereotipados que no hacen justicia a su talento y experiencia. Abuelas bondadosas, ancianos seniles o figuras decorativas sin relevancia, perpetúan una visión limitada y a menudo condescendiente de la vejez.
Esta tendencia es preocupante en un momento en que la expectativa de vida aumenta a nivel mundial. La televisión y el cine, como medios de representación cultural, tienen la responsabilidad de reflejar la diversidad de la sociedad en su totalidad, incluyendo a las personas mayores. Al marginar a estos talentos, no sólo se pierde una valiosa fuente de experiencia y perspectiva, sino que también se priva a la audiencia de historias ricas y auténticas que aborden la complejidad de la vida en esta etapa.
El teatro como espejo de la vida
¿Por qué esta disparidad? El teatro, con su enfoque en la interpretación en vivo y la conexión directa con los espectadores, parece valorar más la autenticidad y la hondura que la juventud superficial. En el escenario, la arruga es un mapa de historias y el resultado de años de perfeccionamiento. En contraste, las pantallas a menudo priorizan la estética juvenil y la novedad, cayendo en la trampa de la obsolescencia programada para los rostros más experimentados.
Es hora de que la televisión y el cine aprendan del teatro y así minimizar los estereotipos y abrir las puertas a una representación más inclusiva y realista de la vejez. No se trata sólo de reconocimiento a los actores y actrices mayores, sino también de enriquecer la narrativa y ofrecer al público una visión más completa y matizada del mundo. La madurez no es una limitación, sino una fuente inagotable de historias, emociones y sabiduría que merecen ser contadas y celebradas en todas las plataformas. El éxito de Profundo es un testimonio elocuente de ello, un eco resonante que nos invita a reflexionar sobre el verdadero valor de la experiencia en el arte y en la vida.
¡Aplausos de pie para Aura Rivas, Aníbal Grunn, Francis Rueda, María Brito y Luis Domingo González!
POR KEYLA RAMÍREZ • @envejecer_siendo
ILUSTRACIÓN JADE MACEDO • @jademusaranha