12/06/25. Atesoramos, como animales de costumbres forjados sobre la espina dorsal del siglo XX, la perspectiva romántica de la foto familiar elevada sobre un altar milagrero, ya sea en el “seibó” o pendiendo de un clavo al centro de una pared de la sala.
...el mercadeo de obsolescencias, dedicado a entretener las mentes con la masificación tecnológica y la oferta de distintos dispositivos de captura, hace que todo concluya en la tarea de pulsar un botón. “Una hemorragia de imágenes, que no fotografías”...
Esa idea preludia al álbum que fue, en los orígenes de la fotografía, una manera de atesorar memoria como una herencia ancestral. No era la foto por la foto, sino todo un protocolo de urbanidad regido por manuales no escritos y ciertas solemnidades: a los niños se les lustraba los zapatos, las mujeres extraían de la estantería sus mejores galas y los hombres se engominaban los cabellos para transmitir el sobrio rigor de la rectitud hogareña.
Por años, la fotografía se esmeró en “congelar” momentos que parecían hitos de una autobiografía: nacimientos, bautizos, quince años, bodas, funerales. El álbum de fotos era el santo grial que nucleaba a familiares y amigos en el repaso de la historia personal.
Existen y no existen
Hoy, luego de un proceso de cambios promovido por la voracidad tecnológica, los archivos fotográficos familiares pasaron a ocupar un estanco cercano al olvido. Pero eso no empezó con el delirio de la fotografía digital. Martín Ustáriz, fotógrafo y docente, afirma que dicho fenómeno se inició con el mercado de laboratorios y revelados masivos analógicos a mediados de los setenta, aunque incluso en esa época había una secuencia. “La gente iba guardando fotos hasta en cajas y así se fue perdiendo el concepto del proceso evolutivo de los personajes que hacían vida en esas familias”.
Según el experto, “era una tarea que emprendían las mujeres”. En su propio trabajo de recuperación de álbumes familiares, recuerda Ustáriz, se sorprendió al encontrar que mucha gente, en trámites de migración entre los años 2016-2017, fue arrojando sus fotos a la basura. Esto, a su vez, generó el mercadeo de fotos como “rarezas” entre coleccionistas y fotógrafos apasionados por esta modalidad.
El fotógrafo e investigador Rodrigo Benavides, coincide en que, a diferencia de aquella época en que la fotografía nos acercaba a la sensibilidad de las operaciones estrictamente humanas, hoy vemos que un archivo digital es algo que existe, pero no. “Es decir, si no tienes una pantalla con electricidad y todo funciona al unísono, entonces no tienes nada. En cambio, un negativo así se vaya la luz, lo tienes en la mano y ahí está lo fáctico”.
La tendencia mundial es la de armar memorias colectivas a través de los archivos fotográficos de familia, por ser en sí una fuente documental que delimita contextos históricos. Para Benavides, el mercadeo de obsolescencias, dedicado a entretener las mentes con la masificación tecnológica y la oferta de distintos dispositivos de captura, hace que todo concluya en la tarea de pulsar un botón. “Una hemorragia de imágenes, que no fotografías” parafraseando al fotógrafo Félix Gerardi, que simplemente van plagando al mundo de vacío. Es que “ya ni siquiera queremos ver el presente, sino que pretendemos ver el futuro” sentencia Benavides.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta