13/06/25. Les tengo un cuento: el jueves me levanté con la cabeza como zarandeada, después de una noche de insomnio. Aun así, llevé a mi hija al colegio y después me fui a Épale CCS a reunirme con mis compas de la revista. Luego tenía que ir una pauta cerca del Helicoide (yo ni idea de la geolocalización del sitio).
Mi cuerpo le bajó dos al estrés en menos de media hora, y la clase dura dos... quiero volver a conjugar el verbo biodanzar.
Allí me encontraría con mi amiga, la poeta Rosa Elena Pérez Mendoza, que junto a Evelyn Moy, es facilitadora de Biodanza en la quinta Prama, por la avenida Victoria, más arribita de la licorería El ventarrón.
No sabíamos cómo llegar al lugar. Los motorizados que nos llevaban a Jessy y a mí, tuvieron paciencia. A ellos les agradezco por haber contribuido con nosotras para alcanzar la meta: llegar a nuestro destino.
Finalmente, nos encontramos con las rejas verdes de la quinta Prama y al acceder al salón, con hermosas mujeres y un caballero, que danzaban al ritmo de música tradicional venezolana. Rosa nos recibió con una sonrisa y un abrazo. Nosotras sudadas, despeinadas. Yo con el cortisol a millón y acelerada.
Me quité los zapatos y les tomé las manos a dos mujeres. Mi corazón latía fuerte de tanto estrés, por las vueltas, el insomnio, la dinámica, el sueño; aunque pronto la melodía empezó a hacer efecto.

Biodanza
Vida y danza. Ambas palabras comenzaron a calar primero en mi sistema nervioso, que minutos antes, enviaba señales a todo mi cuerpo y le decía: "estás estresado". El pulso de mi corazón comenzó a regularse y una sonrisa se abría paso en mi pecho.
Varios ejercicios se efectuaron en esta clase, entre esos, cuatro rondas que, según Rosa, representan una "forma de nosotros estar en el mundo... no estamos por encima o delante de nadie. Todos estamos juntos, al mismo nivel".
En una de estas, me tocó entrelazar mis manos con Rosa Elena. La danza se convirtió en un poema que nos susurraba “esta eres, estas somos”. Estaba delante de mi mirada, con un gesto cálido que me inspiró calma.

Entre danzas, quienes participamos en las dinámicas, nos hicimos cómplices. Poco a poco, esta unidad espantó ese malestar que venía superándome durante todo el día. Pude no sólo moverme en el espacio con ellas, comprendí que mi cuerpo tiene ondas de energía que circulan y fui capaz de sacarme el miedo a expresarme.
Sensualidad, juegos, caricias, amor, encuentro, cariño, son las palabras con las que describiría toda la clase. Hicimos un ejercicio de autorreconocimiento. Con mis manos sentí palmo a palmo mi rostro, mis senos, mi vientre, mis piernas, mi espalda, mis brazos, mi cabello. Cada centímetro de mí estaba en mis manos.
Luego éramos una semilla que se autonombraba para crecer y ser un árbol que se mecía entre otros. Aquí no pude evitar algunas lágrimas. En la siguiente experiencia, nos invitaron a cerrar los ojos y dejar que “el centro”, nuestro segundo cerebro, el tronco de nuestro cuerpo, guiara el movimiento. En ese instante, se me olvidó que estaba en una pauta; solo existíamos la música y yo.
Rosa Elena y Evelyn, como facilitadoras, nos explicaban los ejercicios con voces que fluyen como una acaricia que empieza en los oídos y se extiende a cada nervio de la piel.

Dosis de vida
Ivett Rondón se presentó con una mirada que ríe. “Tengo aproximadamente un año practicando la biodanza”, me dijo. Me contó que durante ese tiempo ha sentido muchos cambios, desde perder el miedo escénico hasta tener más confianza en sí misma. “He establecido relaciones significativas y me ha permitido ser más abierta. Para mí, la biodanza ha significado, de verdad, una dosis de vida”.
A su lado, Vidarit Perozo, conocida como Vida entre sus compañeros y compañeras, reveló que desde 2018 practica la biodanza. Destacó que para ella se traduce en la conexión “con todos tus verdaderos superpoderes: el amor, la esperanza, el entusiasmo, la paz”.
“Estos espacios son vitales”, añadió con convicción, al referirse a esta práctica como apoyo para las personas que sufren ansiedad, estrés y pasan por momentos difíciles. “Te ayudan a poner tu mente en el presente, a conectar con tus sentidos y a dejar de lado las preocupaciones. Si te conectas con quién eres y con tu presente, puedes comenzar a transformar tu vida”.

Coincidí con ellas en que la biodanza no sólo es una actividad física; es una herramienta "hacia el autodescubrimiento, el placer y la conexión emocional", como recitó Rosa.
Lalala
La clase cerró con una ronda al ritmo de una canción en la que tarareábamos lalala. Pronto estuvimos encontrándonos en la mirada de la otra y el otro, como si nos conociéramos de toda la vida. Pensé en todas las personas que disfrutarían de esta actividad, y se las recomiendo un mil por ciento.
Desde hace dos años, Rosa le dedica estas horas a quienes lo necesitan, todos los jueves a partir de las dos y media de la tarde en la quinta Prama. El costo de la clase tiene un valor de cinco dólares. Si como yo, buscas tener 120 minutos para ti, contáctalas por Instagram @evelynmoy2 y @roseletalamo.
Mi cuerpo le bajó dos al estrés en menos de media hora, y la clase dura dos. ¿Volverás Sarah? Claro que lo haría, quiero volver a conjugar el verbo biodanzar.

POR SARAH ESPINOZA MÁRQUEZ • @sarah.spnz
FOTOGRAFÍAS JESSIKA SELGRAD • @shot_jesselgrad