27/06/25. Una calle caraqueña. La “vaina rara”, como dice Clodovaldo, que les da a los que caminan por esta ciudad, puede aparecer en cualquier calle. Cualquiera. Pero un jefe, en sueño, es jefe, si no, la miseria y el colmo.
De norte a sur, esta calle rara no mide más de trece metros y medio. Todo el mundo la camina, porque va más allá de las dos esquinas.
El jefe, como cualquier, la recorre, la conoce. Se monta en lo más alto o mira a otros mirar; algunas, a veces, tienen mira telescópica. Una vez volaron un dron.
Se mete en los sótanos, porque las catacumbas están cerradas. Ve botes de agua que nadie ve, porque están detrás de las fachadas recién pintadas. Recién pintadas. Recién pintadas y así, porque eso sí hay.
Calle rara. No pueden circular vehículos, a menos que tengan placa diplomática. De día: multas, turistas, chimó, música, esquina, chicha andina; trote militar, marchas, zapaterías, café bueno, no tan bueno y carísimo.
Empanadas de camarón mejores que en el mar, sobre todo en la parte de La Guaira donde te tiran dos pescaditos en una bandeja con láminas de dos milímetros de aguacate y un plátano, o menos, de tostón y te cobran dieciocho dólares estadounidenses.
Mármol, más mármol. Calle rarísima, con tocones que Aníbal Nazoa sorteaba en las mismas calles por los años setenta del siglo pasado. Espacios públicos en los que, cerca mediante, en una suerte de privatización rápida, ya no se puede escapar, que era una de las cosas que mejor se hacía en esa calle.
De noche
O de madrugada, espacio público, en ciertas esquinitas, para hacer las necesidades, que por eso se llaman así. En la misma madrugada, pero antes de terminar, algunas personas que trabajan en la calle empiezan a trabajar lavando el baño que fue, como cada día, la puerta de al lado o un poquito más allá de su laburo, saludando al pana argentino que masca chimó. Algún día alguien escribirá el Decálogo del chimotero de ciudad, y será más fácil lavar las calles. La tierra chupa, dicen.
En la plaza cercana, los niños juegan libres, sin el pito que prohíbe montarse ahí antes de que anochezca.
Todas las santas marías cerradas. Varias permanecen iguales, durante el día. Hay una que está cerrada entre dos abiertas que es la más antipática de todas. Tiempos de rejas y de cercos y de circunstancias. “¡No puede ser, no puede ser!”, exclama un personaje de ensueño, con risa antes y después de extender los brazos y abrir las manos apuntando a la luna. Luego sigue escribiendo.
De norte a sur, esta calle rara no mide más de trece metros y medio. Todo el mundo la camina, porque va más allá de las dos esquinas. Siendo que las jefaturas tienen límites, de una esquina a la otra está bien, por ahora.
En las fronteras, estacionamientos y museos. Deben molerse, en esta callecita, a pepa de ojo, unos quinientos kilos de café en granos, con todo lo que eso significa. Nadie toma café sin vaso. Algunos le ponen leche y azúcar.
También venden cambur, documentos plastificados, colocando gratis “vidrios templados” por un dólar, cafécigarrilloscafé y la estatua viviente se mueve y pide uno. En esta calle, por Palestina.
Amén.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1
FOTOGRAFÍA JESSIKA SELGRAD • @shot_jesselgrad