En cada época es preciso hacer nuevamente el intento de arrancar la tradición de manos del conformismo, que está siempre a punto de someterla.
Walter Benjamin
18/07/25. En tiempos de retórica acentuación del estado comunal, se suelen olvidar dos aspectos, digamos más bien, dimensiones que constituyen no sólo nuestra cotidianidad, sino además, el ser persona, es decir, agente político-moral.
...la experiencia del “más poder para el pueblo”, que en nada significa olvidarse de las funciones que deben atender aquellos que ocupan posiciones de, se supone, liderazgo, no muy horizontales, porque están dentro de estructuras verticales de poder.
Es necesario hacer el énfasis de la articulación de estas dos dimensiones: el sujeto político debe ser un sujeto moral, aunque la racionalidad cosificante mercantil necesite borrarla para permutarse como lo que es: el indispensable bloqueo del bien-estar, el sentirse en sintonía con la búsqueda de lo que realmente nos da sentido.
Ese dar sentido, es cierto, puede obedecer a intereses primarios, básicos, individuales, pero jamás pensados en soledad. El ser humano es tal porque es gregario, necesita sentirse vivo en comunidad.
Volvamos ahora al inicio: ¿Por qué hemos de advertir que existe una narrativa que puede rayar en lo ficcional cuando esta denota casi arquetípicamente la subjetividad, cuando marca la indispensabilidad del centralismo, de la ideología que rige la obediencia a una sola voz-acción?
Los ensayos que hemos experimentado, por aquella noción robinsoniana, a veces no muy bien interpretada y exagerada en demasía del “o inventamos o erramos”, donde el errar puede llegar a ser una constante mucho más intensa que el crear, no siempre han dado, como dirían algunos, en el clavo.
¿A qué me refiero? En efecto, a la experiencia del “más poder para el pueblo”, que en nada significa olvidarse de las funciones que deben atender aquellos que ocupan posiciones de, se supone, liderazgo, no muy horizontales, porque están dentro de estructuras verticales de poder.
Me refiero, especialmente, a instancias como las de los alcaldes y gobernadores, que suelen ser, como se diría en el argot habitual, “la cabeza”, la punta de la pirámide, el cuerpo visible, de un gran monstruo, leviatán, behemoth o como se quiera llamar aquello que borra cualquier singularidad efectiva de la institución que ha nacido para, hay que recordarlo, administrar: planificar, ejecutar y hacer seguimiento, por ejemplo, de una política pública.
Y es precisamente por la conciencia de su enterramiento, de su obsolescencia, de la incapacidad responsiva para estar a tono con las exigencias del pueblo, por una estructura viciada, nula, que aparecieron, como diría un amigo, el bypass que son las misiones, y que deberían ser las comunas: ejercicio pleno y colectivo, del poder, sin menoscabo, debemos recordarlo, de la responsabilidad ético-moral de esas mismas instituciones que deberían estar al día, listas para avanzar de la mano del tan cacareado y a veces poco comprendido poder popular, que jamás debemos olvidarlo, debe ser expresión de un genuino y auténtico poder moral que a su vez, debe fortalecer, el Poder Moral Republicano constituido por, en nuestro caso venezolano, la Defensoría, el Ministerio Público y la Contraloría, a manera de espejo refractario, sintonía, sinergia, de lo que debería ser el poder como vivencia de la defensa de la vida de todas y todos.
Entonces, ¿por qué decir que el poder central se torna producción mitológica? Porque ante la avalancha de múltiples experiencias hacia una posibilidad de “gobernar desde abajo”, se sigue persistiendo en que dicho poder es el único que puede ser la panacea para el buen gobierno, cuando más bien muchas veces resulta ser la punta del iceberg de la pérdida del sentido del ser político, es decir, de quienes le apostamos a que otro mundo es y debe ser posible, única garantía de poder salvarnos, mientras lo obsoleto no termina de desaparecer y lo nuevo se sigue pariendo.
POR BENJAMÍN EDUARDO MARTÍNEZ HERNÁNDEZ • @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta