16/05/23. En un mundo hipertrofiado por el consumo, donde los efectos dañinos de los alimentos ultraprocesados se complementan, como en el capítulo de Los Simpson donde el señor Burns (el industrial malvado) padecía de tantos males a la vez que se solapaban hasta hacerse benignos, nos dirigimos hacia una pandemia de enfermedades crónicas.
Es tanta la competencia que los alimentos son cada vez más grandes, más plásticos, más dulces o salados, menos nutritivos y eso sí, más bonitos, como para posar para la foto del Facebook. Sin embargo, lejos de una posición fatalista, es posible que las alertas de conciencia nos estén poniendo frente a una gran oportunidad de generar cambios, dejando de depender de las corporaciones que, de paso, se prestan al bloqueo económico. Se trata de una cocina resiliente, ancestral, que recupera los saberes populares para alimentar a nuestros hijos y adultos, protegiendo además el ambiente.
Urbanitas mediatizados, la cultura extractivista acostumbró por más de cien años al venezolano promedio a depender de las transnacionales de la alimentación, en quienes depositamos fe ciega para alimentarnos. Una cultura de subordinación nociva que nos mantiene, por ahora, maniatados frente al bloqueo económico impuesto por Estados Unidos, pero que se abre como una coyuntura gigante para que a través de un cambio de actitud y organización, podamos procurar alimentos mejores, sanos y soberanos.
“Se requiere inteligencia social, cambios de hábito, que la ciudadanía no esté con la expectativa de consumir productos refinados o procesados de las grandes corporaciones que nos están enfermando, sino que privilegien el consumo de alimentos producidos localmente, de forma agroecológica” nos advierte el naturólogo Javier Nouel.
La chef nativa, Laura Vásquez, lo explica de la siguiente manera: “Al venezolano se le desacostumbró a cocinar, fueron sustrayendo poco a poco las recetas de las familias, con los ingredientes que conseguía en el conuco, y en esa medida nos fueron imponiendo otros gustos e ingredientes y lo autóctono fue desapareciendo, no sólo de las mesas sino de los cultivos”.
Si bien en el mundo la cultura del consumo ha mermado el nivel de salud de la ciudadanía, sobre todo de la infancia que ya empieza a mostrar síntomas graves de deterioro del organismo con enfermedades crónicas desde la más tierna edad, son pocas las sociedades que se plantean impulsar cambios definitivos que además frenen la mengua del ambiente, no como una abstracción, sino como un tema que involucra a los humanos en su cotidianidad.
Es nuestro chance, porque la necesidad obliga, de volver a la siembra en el patio, el jardín, el balcón, desmitificando los preceptos del empaque de los alimentos procesados, donde se nos jura que lo que comemos no contiene gluten, viene con full proteínas y cero calorías, edulcorante artificial y pura sanidad de laboratorio.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ