11/05/23 El servicio de transporte público caraqueño, ese mito urbano que ni es servicio ni es transporte, opera gracias a las reglas mágicas de la inercia. Es un atropello ambulante que nos somete a las más crudas pruebas del destino mientras usted va rezando el padre nuestro y encomendando su vida a San Cristóbal, patrón de los conductores, a ver si de paso se apiada y encamina a esas almas perdidas frente al volante.
Desde el asunto del efectivo para el pasaje hasta la pulcritud del forro de los asientos, pasando por la humillación de los cobradores y la salsa baúl retumbando mientras el que va a su lado corea toda la canción, ingresar a un autobús desde Petare rumbo a la Pastora (y viceversa) es casi jugar a la ruleta rusa.
Los autobuseros son dueños del asfalto, amos de la anarquía, maestros de la viveza y la trampa (con mínimas excepciones). En la camionetica usted está expuesto a robos, maltrato, golpizas, trancas, manifestaciones y aumentos a capricho de la directiva de la línea, del chofer, del colector y del vendedor de tostoncitos.
A continuación le ofrecemos un decálogo elemental, pero muy útil, para que pueda llegar a su destino a tiempo, o por lo menos ileso:
1.- El coronavirus quedó atrás: acérquese a su parada -o a donde sea- y entréguese al bululú (palabra muy caraqueña que identifica a la muchedumbre).
2.- Al grito de guerra “vamos vaciaos” que esgrimen los colectores aunque la unidad venga a reventar, déjese llevar por el gentío y acceda al autobús como un rockstars movido sobre los brazos de sus seguidores.
3.- Una vez adentro, sentado, parado, guindado del pasamanos o flotando desde las puertas, permita que el viento golpee su rostro y le devuelva la sonrisa exuberante de la juventud, disfrute del smog y la velocidad y coree a todo pulmón alguno de los infaltables éxitos de Paquito Guzmán o Frankie Ruiz.
Los autobuseros son dueños del asfalto, amos de la anarquía, maestros de la viveza y la trampa (con mínimas excepciones)
4.- Si no carga efectivo porque la cola del banco lo arrojó a veinte kilómetros del cajero, empújese hacia el fondo de la unidad y no haga contacto visual con el muchacho que cobra, que lo debe andar cazando.
5.- En el interior de ese reguero de sardina en lata déjese sobar. No tiene escapatoria y si a ver vamos, en el vaivén de las avenidas ahuecadas usted va haciendo bailoterapia, biodanza, taichí, capoeira, reiki y recibe masajes terapéuticos gratis. En la misma medida del cuidado orgánico, va gozando de las bondades de un sauna.
6.- Afine el oído e intégrese al chisme. Uno de los entretenimientos favoritos de caraqueños y caraqueñas es meterse en la vida ajena. Apiñados en ese armazón de lata, alguien delante o detrás de usted a juro lleva una noticia bomba que quiere compartir.
7.- Súmese a las masas. Para evitar peores contratiempos como acabar en una reyerta barriobajera en esa incomodidad, de la razón a los que hablan a favor o en contra del gobierno, siempre que esa parcialidad sea la mayoría.
8.- Si ya se envició con el tapaboca y busca a un@ como usted, suelte un piropo bonito a ese o esa que se esconde detrás del antifaz. Usted no sabe si en el fondo está chévere, cobró el Bono de la Patria y anda buscando pelea.
9.- Remánguese los objetos que le cuelgan, deposite sus bienes más preciados dentro del sostén, guarde el celular en la parte frontal interna del interior. No es egoísmo o misticismo tibetano: es que a alguna gente también le interesan sus posesiones materiales.
10.- Si nadie lo ve, sobre todo el colector, bájese corriendo y haga el amague de que quería pagar. A fin de cuentas ellos deberían pagarle a uno por subirse a esos esperpentos.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ